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Creatividad

«Abuela, posa desnuda para mí»

Virginia recuerda bien el día que vio a su abuela desnuda por primera vez. Era diciembre y el frío, descarado, se colaba a través de la ventana del comedor. María del Valle, que por entonces ya había cumplido los 80, se sacó el blusón, se desenredó las medias, arrinconó valiente la ropa interior. Se lo quitó todo menos las pantuflas de paño. No quería que se le resfriaran los pies.

«Ahora, relájate», le dijo Virginia, «que voy a pintarte».

Virginia Bersabé es una artista obsesionada con las abuelas. Las pinta en el dormitorio, en el patio, en la cocina. Las pinta apoyadas en su mecedora, tumbadas sobre la cama, paradas en mitad de ningún lugar. Las pinta con sujetador y bragas color visón, con rebeca y alpargatas. Las pinta con ropa, pero sobre todo sin ella.

«Para mí, sus cuerpos representan la vida. Una enorme cantidad de experiencias  acumuladas en pocos centímetros de piel», cuenta esta joven pintora sevillana considerada, según el Museu Europeu d’Art Modern (MEAM) de Barcelona, una de las artistas más interesantes dentro de la figuración contemporánea actual.

Bersabé trabaja a medio camino entre Écija y París. Su estudio, ya sea en una ciudad u otra, permanece siempre vigilado por estas imponentes mujeres de pieles finas, plisadas, casi transparentes.

Dice que en ellas la luz se refleja de una manera especial, que solo en sus cuerpos desnudos es posible encontrar colores, matices y claroscuros únicos. Lo descubrió hace siete años, cuando aún estudiaba Bella Artes en la Universidad de Sevilla. «En la facultad me di cuenta de que no hay muchos artistas que pinten a estas mujeres. Muchos me preguntaban por qué no usaba modelos más jóvenes. No es un tema común ni fácil».

Tiziano, Velázquez, Botticelli, Rubens o Renoir. Todos ellos representaron la desnudez femenina, pero siempre pintaron el mismo cuerpo. Joven, lívido, etéreo. Sinónimo de virginidad o todo lo contrario, de tentación y lujuria. Bajo ese prisma, no había lugar para las mujeres maduras. Ellas no existían para el arte.

Por eso Virginia quiso devolverles su sitio, reivindicar que sus cuerpos existen y que son igualmente bellos. Como era natural, María del Valle fue su primera modelo.

Convencerla para quitarse la ropa costó. Tanto como cuesta reeducar un cuerpo habituado por inercia a una mala postura. Virginia lo llama «lucha». «Tuvo una lucha muy fuerte». Porque su abuela tuvo que pelear consigo misma. Olvidar la idea de que lo íntimo es feo, es sucio. Olvidar, aún más, la idea de que lo viejo es feo, es sucio. «Ni siquiera mi madre la había visto nunca desnuda».

Aquella mañana de invierno lo intentó por primera vez, pero hacía demasiado frío para una piel tan menuda. Así que esperaron a la siguiente primavera. Ese día María del Valle posó para su nieta como Dios la trajo al mundo. Sentada en su sillón favorito, con las piernas entreabiertas y una sutil mueca de satisfacción.

Hoy el cuadro se llama Tu eres un mapa a flor de piel y mide 170 centímetros de altura. Desde allí, desde ese enorme trono, María del Valle se ofrece. Sin proponérselo, te desafía.

Después de aquello, Virginia siguió buscando otras modelos. Vecinas, amigas de su abuela. Más que la anatomía, le interesaba el color, el modo en que los años colorean la piel. Esas manchas púrpuras y rosáceas que, bajo la epidermis cansada, empiezan a teñir los muslos, los antebrazos, el dorso de las manos. Así, con la curiosidad de un entomólogo, la artista sevillana investiga y cataloga las sombras, las cicatrices, los pequeños hematomas de estas venus octogenarias. «Son una especie de mapas de vida; cada mujer tiene su propio mapa. Cuando yo pinto, no veo un codo o un dedo; veo el paisaje».

El resultado son escenas costumbristas y melancólicas que muestran la intimidad de las abuelas cuando están solas, cuando al fin no tienen que cuidar de nadie más, cuando son mujeres, cuando son cuerpo.

Pintar el Alzheimer

Virginia conoció a su primera modelo con Alzheimer en la residencia de mayores donde trabajaba su madre. Cada día iba a visitarla, la acompañaba, le acariciaba la piel finísima como el papel de calco. Ella no hablaba, ni siquiera se movía. Al final, la familia le dio permiso para poderla pintar.

«Me encantaba su piel, el color. Con esta enfermedad, el cuerpo se va consumiendo poco a poco y el color se vuelve más pastel, más frágil, cristalino. Como una gama de blancos, ocres muy pálidos, rosas muy apagaditos».

Pintar el Alzheimer, ese mal para el que algunos ni siquiera saben encontrar palabras, se ha convertido en otra de sus obsesiones. Tanto que en 2011 quiso pintarlo lo más grande posible. Cargada con botes de espray empezó a recorrer cortijos perdidos de la comarca de Écija para hacer grafitis de hasta cuatro por cuatro metros con los rostros de esta enfermedad.

«La mayoría de estos cortijos no tenían tejados ni apenas paredes. Me pareció que era un símbolo del olvido rural muy asociado al olvido de la propia persona». Pintar a los que olvidan para que ellos no sean olvidados; volver a reivindicar la belleza de aquello que no nos atrevemos a mirar.

«Retratar mujeres mayores es un modo de abrir un debate. ¿Qué sentimos al verlas? ¿Cómo las vemos? ¿Con desagrado? ¿Con simpatía?», se pregunta la pintora holandesa Francien Krieg, otra especialista en retratar la vejez. Según ella, esa negación del envejecimiento viene de nuestro propio miedo a morir. De alguna manera, aceptar sus cuerpos es una forma de aceptar nuestro propio destino.

«Todavía existe mucho tabú. Casi siempre mis modelos me dicen “vete y pinta a una jovencita; estoy arrugada, vieja y fea”. Pero yo veo todo lo contrario; yo firmo ahora mismo por tener esa piel en algún momento de mi vida», defiende Virginia. «Todas esas manchas, esas grietas, cortes, colores diferentes están ahí porque detrás hay una historia».

A final de año Bersabé enseñará por primera vez su trabajo en una muestra colectiva en Los Ángeles. Allí donde un pezón es capaz de paralizar la SuperBowl, ella paseará a sus abuelas en cueros, con sus cuerpos rotundos y orgullosos para recordar lo bellos que somos, lo bellos que seremos.

7 respuestas a ««Abuela, posa desnuda para mí»»

Un artículo excelente, muy interesante sacar a la luz lo más natural y real de un ser humano en la edad dorada, ya basta de tabúes .

Felicidades Virginia, me encanta la idea de pintar señoras mayores, para mi dignificas a la vejez que casi siempre se rechaza…quiero ser modelo tuya de mayor!!!

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