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La Mierda Buena del Día: El volunturismo, los héroes y otras formas de tratar de controlar el destino

Existen, al menos, dos cosas sobre la tierra que, aunque parezcan sucesos admirables, merecen ser denostadas. Uno de estos fenómenos es el de los individuos que emprenden largos viajes a algún país en vías de desarrollo para sacarse fotografías rodeados de menores en lo que se llama volunturismo.

El otro caso que merece ser odiado es, sin duda, los relatos de personas que, tras superar una circunstancia durísima o conseguir un algo aparentemente imposible, son erigidos como héroes. Y ojo, el autor de estas líneas no condena la admiración que se pueda sentir hacia ese individuo, sino hacia el discurso que se genera sobre su mérito y su esfuerzo.

Quizás pueda parecer un tanto exagerada esta forma tan enérgica de condenar estas narraciones divinizadoras. Pero resulta evidente que, en muchos de estos relatos, se omite la que tal vez sea una de las mayores incógnitas que el ser humano ha estado tratando de resolver desde el origen de su existencia: el azar y sus caprichosos giros de guion. 

Para entender todo esto mejor, tal vez sea útil poner como ejemplo a uno de los primeros clanes de homínidos con una cierta capacidad de raciocinio. Es casi seguro que, si alguno de los miembros de un grupo sobrevivía a una circunstancia terrible, como el asalto de un oso, una avalancha o la caída de un pino sobre su cabeza, el resto pensara «este tipo, por lo menos, se merece ser el líder». Completamente comprensible, especialmente si este caso se remonta cientos de miles de años atrás. 

Ahora bien, de nuevo en 2023, caer en idolatrar a una persona por el hecho de haber superado una catástrofe o una situación compleja, omitiendo el factor del azar y asumiendo que el resto de individuos que no hayan corrido la misma suerte son menos merecedores, es, por lo menos, injusto. La razón por la que este texto defiende con tanta vehemencia esta tesis es que, de nuevo, oculta otro de los grandes quebraderos de cabeza de la humanidad: la enorme pequeñez del individuo.

Y es que el ser humano, desde su nacimiento, vive tratando de controlar su existencia, por ello actúa como actúa y elige las opciones que elige: por la simple razón de tener el control sobre algo. Pero todo parece indicar que la realidad es muy diferente. Apenas se tienen los mandos de la nave en un ridículo porcentaje de la vida. Una cifra tan insignificante y tan sujeta a cambios que obliga a desmontar cualquier relato de heroicidad o endiosamiento. 

Tal vez sea esa la clave que permita al ser humano, desde su pequeñez, llegar a trascender de algún modo. Quizás abrazando su insignificancia y asumiendo como iguales al resto de hombres, el individuo pueda llegar a ser considerado algo parecido a un referente. Pues, asumiendo que no se tiene nada bajo control, existe la posibilidad de obrar con solidaridad y colaborar con el igual para alcanzar mayores cotas de bienestar de forma conjunta. 

Dicho esto, resulta muy comprensible que se plantee el siguiente pensamiento: ¿Acaso todo lo que he trabajado ha sido fruto del azar?, ¿según este texto no merezco lo que tengo?. La respuesta es tajante: «En absoluto». Pero permitan al escritor plantear dos interrogantes: ¿Podría usted vivir dedicando únicamente su tiempo a lo que le apasiona?. Y yendo un poco más allá, ¿podría sobrevivir dignamente si dejara su empleo? Aquí la cuestión central.

volunturismo

Durante su vida, cualquier persona, como buen animal, trata de construir un entorno seguro, de trazar un círculo en el suelo y poder asentarse en una zona de confort; en definitiva, de sobrevivir. Esa falsa sensación de seguridad que aporta una nómina es, sin lugar a dudas, una gran estafa. Todo lo construido dentro de esa área dibujada en el suelo, por más grande que sea, no transcenderá a la muerte ni al tiempo. Es por ello que se busca en el espejismo de solidez del dinero la sensación de resguardo que la naturaleza del hombre reclama. 

Si se asume esto, no es de extrañar que cada vez proliferen más los gurús de la riqueza, que auguran enormes fortunas a jóvenes cuyas familias se desloman por un salario digno durante la mayoría de sus vidas. Por la misma razón, las celebrities musicales más escuchadas por la juventud presumen de fortunas y cantan a la ostentación, así como siguen surgiendo casas de apuestas en barrios con menor renta. Pues el dinero promete lo que la naturaleza impide. 

Del mismo modo que sucede con el capital, el cual no lo tiene todo el mundo, sucede con el control del destino, algo con lo que nadie cuenta. Pero, si ninguna persona asegura tener el control de su vida, ¿cómo es posible que los relatos que tanto denosta este redactor sigan extendiéndose? De nuevo, la razón es bien simple: la gente necesita creer. De la misma manera que proliferan esos gurús de la riqueza, deben hacerlo los testimonios de los dueños de sus destinos. Es necesario que existan referentes heroicos que legitimen una mentira que se grita a voces. 

Por todo esto, si se abandona la voluntad de convertirse en héroe, se asume la delicadeza de la existencia y se trata al igual como lo que es, sin toques de cornetas ni golpes en el pecho. Quizás se esté más cerca de convertirse en alguien admirable. Puede que incluso más digno de loas que todos aquellos que con cámara en mano se marchan por el mundo a hacer volunturismo. 

Por Mierda Buena

Mierda Buena o EMEBE (como prefieras llamarle), estudió periodismo en Madrid, pero antes de eso, en el instituto, ya había comenzado a hacer viñetas. En la actualidad, comparte su trabajo en redes sociales y algunos medios de comunicación y newsletters.
En sus dibujos le gusta tocar desde asuntos relacionados con la introspección, hasta la crítica social, pasando por el humor y la sátira.
Sí, se arrepiente de su pseudónimo, pero hay errores que acompañan a uno toda la vida.
Experto en  pensar en cosas aparentemente intrascendentes.

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