AMANECERES
El mundo rebosa poesía. Aunque no todos son capaces de sentirla, y necesitan con urgencia aprender a hacerlo.
Al escribir estas palabras, despierta el alba. Por la ventana se percibe un esplendor rosáceo que estalla en el horizonte. Los amaneceres en primavera son inmensos jardines que cuelgan del cielo, pero hay quienes solo ven en ellos física, química y azar.
Estamos perdiendo nuestra capacidad de asombro. De hecho, muchos ya ni siquiera levantan la mirada de sus móviles para contemplar los milagros que nos rodean a diario.
El mayor prodigio de todos somos nosotros mismos.
El brillo del amanecer palidece ante los seres humanos, pequeñas estrellas vivientes.
Giramos y giramos sobre nuestro planeta, suspendidos en la inmensidad del universo, navegando durante milenios hacia el infinito. En ese viaje, no nos basta con vivir, sino que buscamos una luz inefable que llamamos felicidad. Estamos siempre anhelantes de verdad, de paz interior, de sentido. Por eso, generación tras generación, llevamos haciéndonos las mismas preguntas.
¿Quién soy?
¿A dónde voy?
¿Qué debo hacer?
¿Por qué?
Para nosotros, estas cuestiones son tan importantes como el oxígeno que respiramos. Nos hacen tomar conciencia del misterio, de la singularidad de que tú y yo estemos aquí y ahora.
Además, a lo largo de la historia, los humanos nos hemos entregado a la conquista de las ideas más formidables. Aquellas por las que tanto hemos luchado: Libertad, justicia, unidad, belleza... Ideales que nos permiten vivir en verdadera plenitud, que nos sacan de nuestra mismidad y nos hacen trabajar por el futuro de todos.
Sin embargo, a veces los sapiens desatendemos lo que realmente somos, abandonamos las grandes preguntas y los grandes ideales, y nos hacemos minúsculos, mediocres, predecibles. Con demasiada facilidad se nos olvida que fuimos forjados para las causas más nobles, y prestamos atención a cualquier cosa, excepto a las únicas que importan.
Parece que ahora nos encontramos en un tiempo que se presta especialmente a ese olvido. Demasiadas distracciones, demasiado ruido, demasiadas amenazas que nos encadenan a la inmediatez, que nos cercenan la mirada y el entendimiento (individualismo, hedonismo, materialismo, consumismo…). Y eso nos debilita y minimiza, nos abruma y ahoga en la incertidumbre.
Por eso, nuestra sociedad está tan necesitada de un nuevo tipo de formación humanística que nos permita entender quiénes somos, que nos haga pensar con auténtica libertad y que nos recuerde qué es lo realmente valioso en nuestras vidas.
Las humanidades nos ponen ante el espejo de nuestra existencia. Nos ayudan a priorizar, nos dan alas y proporcionan un pensamiento hondo y fecundo. Expanden nuestro horizonte. Y todo comienza por el ASOMBRO, pues solo con él se nos despierta el deseo de saber.
Hay un lugar llamado Wander donde puedes desarrollar tu capacidad de asombro y asomarte al abismo de los porqués. Sentir el hermoso vértigo de mirar las mismas cosas de otra manera. Por ejemplo, un simple amanecer.
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