En una altísima torre de marfil, allá a lo lejos, reside una criatura que nunca baja a la Tierra para no mezclarse con la vulgaridad. Es seria y orgullosa. Y en la placa de su puerta se apropió de un nombre como si fuera solo suyo: ‘Me llaman Arte’. Pero un día llegaron dos tipos rosas con cabeza de uva para patear el portón y demoler su pretenciosa solemnidad a jirones.
Ahora les toca a ellos. Los dos gemelos protagonistas de Whie Cube adoptan el papel de críticos de arte y, en una venganza de la Historia, se vuelven implacables. Pasean entre obras de “alta” y “baja cultura” y no tienen piedad. Estos matones rosas creados por el dibujante Brecht Vandenbroucke no entienden de jerarquías. “Su irreverencia iguala épocas y estilos, escuelas y disciplinas como la performance, el graffiti, la pintura, el diseño y el cómic”, escriben en la presentación de la obra. “Porque follamos todos o tiramos la puta al río”.
La crítica es muda. Los hombres rosas no dicen una sola palabra. No la necesitan para desmontar unas verdades que la Historia ha impreso como sentencias incuestionables. Por las garras de su crítica pasan Picasso, Warhol o Munch. Los gemelos rosas reinterpretan el Guernica como lo haría un limpiador de ventanas o se pixelan para gritar como lo hace el personaje desesperado que pintó el noruego.
White Cube, editado por Entrecómics y Fulgencio Pimentel, es una especie de revancha en tan solo 500 ejemplares. El arte institucional siempre trató al cómic como un género de tercera. Ahora el cómic cuestiona la historia del arte que escribieron los ricos y la somete al Like o Dislike de las redes sociales. El dibujante belga, como los hermanos rosas, no tiene piedad. Ni falta que le hace.