La vida son dos días y uno es lunes. Hubo un tiempo en que ni eso: en el pasado, con cada amanecer despuntaba una nueva jornada de trabajo, y no existía la opción de aferrarse al fin de semana o a un día de asueto para romper con la rutina.
En algunos lugares del mundo, el descanso ni siquiera es un derecho actualmente. Las vacaciones son un invento y, como todo invento, tienen su propia historia.
JULIO Y AGOSTO: EGO, CALOR Y RELAX
Los antiguos romanos fueron los primeros en darse un respiro del trabajo. En el siglo VI antes de Cristo, Tarquinio el Soberbio, último rey de Roma, tuvo la bondad de conceder un día libre anual a los esclavos durante las ferias latinas de abril, en las que se rendía homenaje al dios Júpiter. Cinco siglos más tarde, Julio César y su hijo adoptivo Augusto trasladaron estas fiestas al verano y firmaron con sus nombres los dos meses del año que todavía hoy identificamos con el ocio y el descanso.
Los emperadores y los patricios romanos también fueron pioneros en pasar los días de calor en villas alejadas de la ciudad donde se dedicaban a relajarse. Es del verbo latino vacare (que significa estar vacante u ocioso) de donde procede la palabra vacaciones.
VACACIONES POR FARDAR
La Edad Media quedó para el recuerdo como un momento de mucho trabajo y poca diversión, pero el cristianismo imperante dio alas a la peregrinación religiosa: los fieles salían de casa para visitar Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela. El turismo medieval derivó luego en el largo viaje llamado Grand Tour que hacían nobles y burgueses entre los siglos XVI y XIX para darle carpetazo a su educación universitaria.
A la devoción y la cultura se sumó una tercera razón por la que practicar ese turismo primigenio: el postureo. En los estados italianos del siglo XVIII se puso de moda irse de vacaciones en verano para presumir ante los vecinos, según dicen María y Laura Lara, profesoras doctoras de Historia, escritoras ganadoras del Premio Algaba y académicas de la televisión. «Los ciudadanos consideraban inconcebible quedarse en la ciudad durante el verano», cuentan. «Había un pique entre las familias por ir a la mejor villa, no solo por pasarlo bien, sino por lo que pensarían de ellos los otros burgueses o aristócratas».
A mediados de siglo, las vacaciones se popularizaron entre quienes podían permitirse desaparecer unos días en el balneario, la playa y la montaña para cuidar de su salud: los beneficios terapéuticos del aire libre motivaban a los ricos a hacer las maletas. En el siglo XIX, la realeza se apuntó al plan del veraneo y las clases más humildes hicieron lo propio cuando la expansión del ferrocarril facilitó los desplazamientos a precios asequibles.
LA LEY DEL DESCANSO
El derecho a las vacaciones pagadas se planteó por primera vez en el siglo XX. Algunos países, como Finlandia, Austria o Suecia, lo introdujeron en su legislación en los años 20, y España instauró un permiso de quince días libres al año para los funcionarios públicos en 1918.
Por fin, el gobierno de la Segunda República Española estableció siete días de descanso remunerado para todos por medio de la Ley del Contrato del Trabajo, aunque fueron pocos quienes pudieron disfrutarlos.
En 1936 Francia aprobó dos semanas de asueto para todos los trabajadores. Y dos años más tarde, durante la Guerra Civil española, el régimen franquista legisló sobre las vacaciones en el Fuero del Trabajo de 1938, pero sin detallar su duración. En 1944 España recuperó sus siete días libres y en 1948 las Naciones Unidas recogieron las vacaciones periódicas pagadas en su Declaración de los Derechos Humanos .
Con el fin de la Segunda Guerra Mundial, las vacaciones se generalizaron entre la población. Y en los años 60, en pleno desarrollismo franquista, los españoles pusieron rumbo al pueblo, al campo o a la costa a bordo de sus SEAT 600.
El Estatuto de los Trabajadores actual contempla un mínimo de 30 días naturales de vacaciones, una cifra que sitúa a España por encima de la media en lo que a descanso del trabajo se refiere. En este ranking salen perdiendo los países asiáticos y americanos. China y Estados Unidos son los peores parados: las empresas no tienen la obligación de conceder ningún día de vacaciones a sus empleados.
LOS DÍAS LIBRES: ¿UN PRIVILEGIO?
El panorama laboral de los últimos años, herido por las crisis económicas y la precariedad, sitúa a los trabajadores en una posición vulnerable que complica el ejercicio y la reivindicación de derechos que se daban por supuestos, como el de las vacaciones.
Alejandro del Río, abogado laboralista y miembro de la dirección del sindicato Comisiones de Base (co.bas) de Madrid, conoce bien las discrepancias entre empresarios y empleados en torno a las vacaciones, y detecta con facilidad las tretas administrativas que menoscaban el descanso de los trabajadores (contratos fijos discontinuos, un uso deshonesto del ERTE, etcétera). En su opinión, que estos casos tiendan a solucionarse con acuerdos económicos entre las partes solo sirve para ponerle parches a un sistema defectuoso.
«El derecho al descanso tiene que ser uno de los pilares fundamentales de los derechos de las personas trabajadoras. Sin él, estaríamos abocados a trabajar siempre más y más, cumpliendo con las exigencias del mercado», dice el abogado.
OFICINA EN EL MÓVIL Y WI-FI EN LA PLAYA
En la era de los smartphones y del teletrabajo, la vida personal y la laboral se enmarañan hasta un punto en el que cuesta distinguir dónde acaba una y empieza la otra. La lucha por el descanso hoy se libra en un campo de batalla poco conocido: el de la desconexión digital.
La Ley Orgánica de Protección de Datos Personales y garantía de los Derechos Digitales de 2018 permite que se pueda soltar el móvil y cerrar el portátil al fin de la jornada, un derecho que en la práctica resulta bastante escurridizo. «La ley te ampara, pero si desconectas, te estás señalando como el que no coge el teléfono», advierte del Río. Y eso puede tener represalias, como un mal clima laboral o incluso un despido disimulado con otras causas.
A raíz de la creciente tendencia a trabajar desde casa, también han surgido nuevas costumbres como el worktation (trabajar desde el destino de vacaciones) o el flexiworking (trabajar sin horarios) que, pese a su intención de ofrecer una mayor libertad al trabajador, ponen en jaque la posibilidad de una desconexión efectiva y reparadora.
EL DERECHO A NO HACER NADA
Para las historiadoras Lara, esta nueva realidad tiene su lado bueno. «Ese shock de la vuelta al trabajo en septiembre se hace menos cuesta arriba. Avanzaremos hacia unas vacaciones de menos descanso neto, pero con un menor impacto de la vuelta al trabajo».
Del Río, por el contrario, piensa que no debemos conformarnos con estas vacaciones a medias. «La lógica capitalista nos exige cada vez más tiempo de trabajo. El futuro de estos derechos va a pasar por la capacidad que tengamos de organizarnos para su defensa».
Hay argumentos de todo tipo en pro las vacaciones: profesionales (el descanso mejora la productividad), medioambientales (el planeta necesita que rebajemos la hiperproducción y el consumo exacerbado), psicológicos (los días libres reducen el estrés) y puramente hedonistas: trabajar menos significa vivir un poco más.