Los seres humanos llevamos muy mal la incertidumbre. Desde tiempos inmemorables hemos tratado de predecir los acontecimientos futuros. Sentimos una gran curiosidad por saber qué es lo que nos va a pasar, a lo que se le suma una necesidad perentoria de controlar los eventos futuros. Nos hemos encomendado a oráculos, consultado a los dioses, mirado a las estrellas, leído las cartas o incluso nos hemos atrevido con los posos del café. Porque conocer el futuro hace que nos sintamos poderosos, invencibles y lo más importante, nos da mucha tranquilidad.
Sin embargo, llevamos cinco años viviendo en un no saber continuo. Hemos pasado una pandemia mundial; un virus que mutaba sin control y que jugaba al escapismo con las vacunas; nos hemos enfrentado a una erupción volcánica, que se llevó miles de hogares por delante. Estamos siendo testigos de varias guerras cruentas, una de ella dentro de la propia Europa.
Hemos visto asolado parte de nuestro territorio con una terrible dana, que ha dejado cientos de muertos y una gran destrucción; una crisis energética, una crisis económica, una crisis de la vivienda. Y, en este último mes, hemos sido testigos del primer gran apagón eléctrico de la península, algo nunca visto, que nos ha sumido en el caos total. Un suma y sigue que ha convertido nuestras vidas en una suma infinita de acontecimientos históricos. Un sin vivir constante, donde la tan ansiada planificación ya no tiene cabida.
¿Cómo vamos a planificar nada si cada día somos protagonistas de una nueva desgracia?, imprevistos que cambian el rumbo de nuestras vidas sin previo aviso alguno, no dejando espacio a la planificación.
Sentimos aversión a la ambigüedad. Ante situaciones de incertidumbre preferimos siempre las opciones más seguras, aunque la ganancia sea menor, que una ganancia mayor no completamente segura. Esto es lo que hace que, por ejemplo, en momentos de crisis económica, la gente se decante por las hipotecas fijas en vez de las variables. Y esta aversión a la ambigüedad lleva dominando nuestras vidas miles de años… o eso pensaba yo hasta ahora.
Cuando observo a la generación Alfa, los nacidos alrededor del 2010, me doy cuenta de que son una generación avanzada, incluso superior al resto de generaciones. Esta generación es la generación de la incertidumbre. Y no solo porque han nacido en esta época incierta y cambiante, sino porque son capaces de abrazar la inseguridad, la imprevisibilidad, sin pestañear, con total cotidianeidad.
Si escuchas a los adolescentes hablar entre ellos, te darás cuenta de que nunca saben nada con certeza. Viven en la improvisación más absoluta. Si les preguntas si van a salir con sus amigos hoy, te mirarán con cara de poco amigos y te dirán que no lo saben, que no les presiones, que ya verán, que quizás sí o quizás no, que ya se decidirá. Como si quien va a tomar la decisión es un ente superior, con voluntad propia ajena a ellos.
Y tú te preguntarás ¿a qué están esperando para decidirse a quedar o no?, ¿cuál es la hora límite para acordar si un plan se ejecuta? Pues no lo sabemos, y nunca lo sabremos. Para los adultos es y será un auténtico misterio. Y este comportamiento se reproduce en todos los aspectos de su vida.
Nunca saben nada y lo mejor es que no les preocupa. Me fascina que no necesiten saber para poder vivir. La ley por la que nos regimos los adultos de que la información es poder no resuena en ellos. Y mientras el no saber a los adultos nos llena de angustia y desazón, a ellos les genera una cierta sensación de libertad. Su realidad se presenta sin ataduras, sin planes. Puede ser una cosa y a la vez la totalmente contraria. Una forma de vida que consume menos energía, puesto que te ahorras planificar y generar escenarios absurdos que el destino juguetón se encarga de cambiar una y otra vez.
Los jóvenes se preguntan ¿para qué planificar, si el mundo va a cambiar a cada segundo?, ¿para qué preocuparse por el trabajo, la vivienda o el formar una familia, si el futuro no está escrito y hoy en día no se puede vislumbrar lo que va a pasar?
La generación Alfa es la generación mejor preparada para el nuevo entorno que nos ha tocado vivir. Quizás por eso la denominamos Alfa, primera letra del alfabeto griego, porque representan el principio de esta nueva era. Un modelo a seguir para otros grupos de edad, que todavía no hemos evolucionado y seguimos viviendo con las reglas de un pasado que ya no existe, ni volverá jamás.
Raquel Espantaleón es directora de estrategia en Sra. Rushmore.