Con el pie izquierdo hacia atrás, lleva el peso de tu cuerpo al derecho. Adelanta el pie izquierdo a la altura del derecho y mueve ambos hacia la izquierda y luego la derecha. Si tienes alguien enfrente que hace lo contrario es que estás bailando Lindy Hop, el divertimento que hizo olvidar a los estadounidenses el crack del 29 y que derribó fronteras raciales. Ahora resucita en las pistas de medio planeta para sobrellevar un atroz inicio del siglo XXI. A diario sufrimos las consecuencias de la caída de las Torres Gemelas y de las bolsas internacionales. Así que, si el mundo se desmorona bajo nuestros pies, que sea al menos porque bailamos demasiado.
A esa misma conclusión llegaron hace ya ochenta años en el Savoy Ballroom de Harlem. Fue el lugar donde cada noche la comunidad afroamericana reinventaba el Charleston a ritmo del mejor jazz. ¿Dejarse llevar por el Lindy Hop es quizá una llamada al optimismo? «Claro! Es esencialmente música alegre que te hace querer mover los pies. Se adapta además a las necesidades de hoy en día: ayuda a estar en forma y es una actividad social regular, que asegura una compañía diferente a la del ordenador con el que compartimos tantas horas de trabajo. Facilita algo tan básico y cada vez más raro como es el contacto físico». Simon Selmon, miembro de la London Swing Dance Society, enseña a bailarlo en la capital británica y recuerda que no solo ayudó a una nación entera durante la gran depresión de la década de los 30, también ofreció una vía de escape durante la Segunda Guerra Mundial.
La fiebre que entonces era neoyorquina es ahora universal. Cualquiera puede encontrar a la vuelta de la esquina un lugar donde empezar a aprender esta disciplina, que aporta algo de absurdo y acrobacia a los bailes de salón con pasos que van mucho más allá de la ligera aproximación inicial con la que empieza este artículo.
Aunque en sus orígenes causaba furor entre adolescentes y veinteañeros, el alumno actual de este derivado del swing tiene un perfil social completamente variado, tanto como el rango de edad. Por ejemplo, Simon enseña ahora mismo a personas entre los 16 y los 80 años.
Si Londres no te queda a la vuelta de la esquina, también hay escuelas en Alicante, Vitoria, Madrid o Barcelona. Hasta en Buenos Aires el tango deja un hueco al Lindy Hop. A estos centros han acudido personas que en principio estaban interesadas en el jazz de los 30 y 40 y tras asistir a un concierto han descubierto que su música favorita se puede bailar. Otras veces son los amantes de la estética retro los que van a clubs para encontrar a gente con gustos similares y terminan queriendo ser los reyes de la pista.
Pero el fenómeno, aparte de por su vocación terapéutica, es también una moda a la que le ha beneficiado su sobreexposición en cine, publicidad e incluso televisión. Concursos de varios países obligan a famosos a intentarlo con el Lindy Hop, a ser posible con poca suerte y ante millones de personas.
«Hace unos años podía contar con los dedos de una mano las personas a las que les sonaba el término Lindy Hop y las corbatas vintage de la década de los 40 costaban menos de una libra en las tiendas de segunda mano. Ahora hasta los niños en la escuela han visto a alguien bailar Lindy Hop en televisión y esas mismas prendas cuestan 20 veces más», según Selmon.