En los años 70 del siglo pasado, cuando la beca Erasmus todavía no había sido inventada y cruzar los Pirineos era una hazaña de proporciones épicas, cerca de 30.000 emigrantes españoles se reunían en algunos bares de Bruselas para matar la morriña.
Esta colonia de trabajadores poco o nada cualificados se articulaba alrededor de un centenar bares y comercios que surgieron en las inmediaciones de la Gare du Midi, la mayor estación ferroviaria de Bélgica. «Parece que se establecieron en el primer lugar que encontraron al salir del tren. Fue allí donde nació el barrio español», cuenta Pablo Casino, un fotógrafo valenciano que en 2013 pasó un año en Bruselas y decidió documentar los vestigios de la inmigración española en esta ciudad.
Hoy quedan a lo sumos media docena de aquellos bares que jugaron un papel relevante en la socialización de campesinos, mineros asturianos y refugiados políticos que encontraron cobijo en uno de los países más cosmopolitas de Europa.
En estos mismo bares todavía se dejan caer los jubilados españoles que se quedaron en Bélgica tras cuatro décadas de duro trabajo. Emigraron cuando el glamoroso concepto de expat no había nacido y se vieron obligados a buscarse la vida sin dinero, sin wifi y casi siempre sin hablar la lengua local. Se quedaron porque ya no encontraron el camino hacia aquello que en algún momento llamaron casa.
Hace tres años Casino empezó a frecuentar estos bares con una mezcla de melancolía y curiosidad. «Yo iba porque allí me sentía bien, echaba de menos un ambiente más familiar. Cuando comencé a vivir fuera, aprendí a cocinar paella para sentirme más cerca de mi país. Incluso me puse a escuchar flamenco», revela.
El fotógrafo conectó enseguida con este universo nostálgico porque le recordaba su infancia, los veranos en el pueblo, el inicio de sus recuerdos, a pesar de haber nacido en 1980. «En un momento en el que todo se va homogeneizando, en estos bares encontré algo que se está perdiendo y que está muy en la línea de la fotografía documental, que intenta preservar cosas que van a desaparecer», explica. «Los hijos de estos españoles ya se consideran belgas y no sienten la necesidad de reunirse con otros españoles. Estos bares difícilmente sobrevivirán», asegura el fotógrafo.
De las largas charlas que mantuvo con estos jubilados, en su mayoría en sus 60 y 70 años, surgió barespagnol, un fotolibro delicado e intencionadamente vintage. «Cuando decidí documentar esta historias, me planteé cómo hacer las fotos, si en color o blanco y negro. Me gustaba la idea de confundir al espectador, de jugar con el pasado y el presente. Por eso elegí esta estética, aunque siempre hay algún indicio que sugiere que las fotos están hechas en la actualidad», explica.
Muchos de los emigrantes españoles de Bruselas son originarios de Asturias. «Para ellos es como si el tiempo se hubiese detenido y Franco hubiese muerto hace dos años. Hablaban del PSOE como si fuese un partido de izquierdas en la época de la Transición», señala Casino. En estos bares se sigue viviendo como si la España de los años 70 perviviese. «Desde los bigotes hasta las conversaciones, parece una España sintetizada. Es tan atractivo como el decorado de una serie», agrega el fotógrafo.
Algunos de estos jubilados poseen una casa en Asturias y vuelven de vez en cuando, pero reconocen que se sienten fuera de lugar en su país de origen. «Los que mejor están son los que compraron una casa en la costa, en Benidorm o en Calpe, a donde se van de vez en cuando de vacaciones», asegura Casino, que combina la fotografía con una tienda de libros y carteles de segunda mano, relacionados con la cultura de Valencia.
El libro es fruto de un trabajo reposado de edición, en el que el autor se ha tomado su tiempo hasta conseguir maridar las fotos con el diseño y los textos, que llevan la firma del escritor y diplomático asturiano Julián Ayesta y de Julia Faure.
Uno de los textos describe el peculiar comportamiento del Bordina Monata, un insecto imaginario, conservador y alérgico al cambio, «que dedica una parte importante de sus recursos a mantener su medio idéntico al que le ha visto nacer; que pretende recrear su entorno originario, sin ni siquiera saber si el nuevo podría serle favorable». Son las que Julia Faure llama «adaptaciones nostálgicas», un fenómeno que ha salido de la imaginación de la escritora y que se aplica perfectamente a este colectivo de españoles.
«Se ha hablado mucho de los emigrantes que se fueron a Alemania y a Suiza, pero de la colonia española de Bruselas se sabe poco o nada. Aquí hubo un barrio de 30.000 personas que construyeron una nueva España durante 40 años porque echaban de menos su país».