Fue en el día de año nuevo de 1923. Quizás aún sonaban por las calles los restos de la fiesta. No lo sabemos. Lo único cierto es que ese día murió en una pensión no muy glamurosa de Barcelona una mujer, casi una reliquia de otro tiempo. Se llamaba Emilia Serrano y estaba en una situación económica apurada, a pesar de que en el pasado había estado en el epicentro de muchísimas cosas y había acumulado tantos tesoros en sus viajes que podía hasta donarlos a museos.
Serrano era la baronesa de Wilson, escritora, periodista y viajera ultrapopular en el siglo XIX tanto en España como fuera de ella. Del archivo que acumuló a lo largo de décadas de viajes y escritura nada sabemos, perdido tras su muerte. Tampoco hay una tumba a la que ir a presentar respetos: la baronesa de Wilson acabó en la fosa común del cementerio de Barcelona.
Hasta ahora, lo que se sabía de la baronesa era una mezcla de realidad y mucha mucha ficción. En parte, la culpa la tuvo la propia Emilia Serrano, que supo muy bien jugar con espejos y humo para que su trayectoria vital encajase mejor con la imagen que quería transmitir y que su carrera como ensayista y periodista necesitaba.
A partir de ahora, sin embargo, saber quién era esta mujer es mucho más fácil, porque la investigadora Pura Fernández le ha dedicado una amplísima biografía, 365 relojes. La Baronesa de Wilson (Taurus), que es un recorrido biográfico sobre Emilia Serrano, pero también un acercamiento grupal a las «literatas» —como se las llamaba en su época— y las periodistas del siglo XIX.
«El interés y la complejidad del personaje es su capacidad para resumir en una biografía un siglo», explica Fernández, que reconoce, al preguntarle, que es difícil estimar cuánto le llevó esta investigación, pero bien ha sido «como una segunda tesis doctoral». Al fin y al cabo, Serrano vivió a caballo entre dos continentes —Europa y América— y, además de a la dispersión geográfica, su biógrafa también tuvo que enfrentarse a la necesidad de desentrañar muchas sombras.
UNA MUJER QUE INVENTÓ SU PROPIA HISTORIA
A ciencia cierta, ni siquiera sabemos ni cuándo ni dónde nació Emilia Serrano. Ella solía decir que lo había hecho en Granada, una ciudad de origen que le daba un toque trendy para las modas de entonces, y que su padre era un militar. Esos orígenes, como desmonta Pura Fernández, hacen bastantes aguas, teniendo en cuenta las pocas pinceladas que sí tenemos. Lo más probable es que hubiera nacido hacia 1833 en alguna ciudad castellana. Con certeza, sabemos quién era su madre, que la acompañó hasta su muerte como una sólida asociada en sus proyectos vitales, y también que en la década de los 50 del siglo XIX estaba en París.
De hecho, el primer documento en el que aparece su nombre es un registro de viajeros de 1852, el de un barco que llega a Londres procedente de Francia cuando aún no había cumplido 20 años. Su presencia en Londres acabará teniendo mucho de folletinesco, porque a la ciudad británica llegará José Zorrilla, el escritor, persiguiéndola después de abandonar a su esposa.
La relación con Zorrilla se acabaría comiendo un siglo después a la propia Emilia Serrano, convertida en un pie de página vinculado a la trayectoria del poeta. Serrano y Zorrilla fueron amantes, tuvieron una hija y él se inspiró en ella durante un tiempo para escribir poemas. La relación se acabó rompiendo y a partir de ahí Emilia Serrano creó su propia historia.
Primero, se inventó un difunto marido, un noble inglés con el que viajó por Europa antes de su rápida muerte, gracias a lo que se dotó de un nombre literario con punch, un cierto pedigrí cultural por lo vivido en sus viajes. Y así blindó su reputación y la de su hija (la niña murió muy pequeña, en París).
Después, se transformó en una profesional innovadora de los medios de comunicación, fundando revistas literarias y «femeninas» en París, Madrid y durante su gira por América. En esa gira, además, se convirtió en una intrépida viajera decidida a verlo todo y a después contarlo en artículos y libros, una de esas viajeras profesionales del pasado.
Y mientras hacía todo esto —a América Latina, por cierto, se llevó a un segundo falso marido (que sí, era un hombre de carne y hueso) del que se acabaría deshaciendo en una de las etapas—, era una visionaria de los negocios: antes de que en el siglo XXI los medios online abriesen secciones de escaparate, Emilia Serrano ya estaba vendiendo por correo a través de sus revistas los productos más deseados de París.
Emilia Serrano no solo atravesó todo el siglo XIX, sino que además lo hizo, como explica Pura Fernández, «con una perspectiva transnacional», recorriendo de un extremo a otro América (llegó hasta Chicago) y Europa. En paralelo, la baronesa de Wilson era profundamente popular —en sus viajes por América era recibida por las más altas autoridades de los países que atravesaba— y relevante. Su fama no empezaría a decaer hasta finales del siglo XIX, un declive que la llevaría hacia una cierta oscuridad en el final de su vida.
POR QUÉ HEMOS OLVIDADO A LA BARONESA DE WILSON
Resulta sorprendente que esta mujer —que parece carne de miniserie— sea tan desconocida para el gran público.
La baronesa fue, y no sin querer, la primera culpable de que lo que sabemos de su biografía sea, de partida, poco y fragmentado. «Ella siempre fue protectora con este tipo de datos», apunta Pura Fernández, puesto que ese era un blindaje necesario para desarrollar esa carrera profesional que buscaba y en la que «vida privada y vida pública están muy unidas».
Una mujer profesional de las letras de su época «no podía tener biografía». La baronesa «siempre fue muy hábil» y, cuando se dio cuenta del poder de la prensa, la usó de forma ultra eficiente —casi podemos decir que era un genio de las relaciones públicas cuando aún no existían como tales— para asentar las diferentes leyendas sobre su persona.
Después, y más allá de las manipulaciones que ella hizo de su propia historia, se vio arrastrada por las corrientes históricas. A principios del XX, como señala su biógrafa, para las escritoras y periodistas del momento las autoras de la oleada anterior parecían pasadas de moda. La memoria de la baronesa de Wilson se perdió porque se había quedado antigua y porque el mundo en el que ella había triunfado ya no existía. Si a eso sumamos todo lo que ocurrió con la memoria de las mujeres en la España de la posguerra, obtenemos la cuadratura del círculo.
«UNA MUJER DE SU TIEMPO»
La vida novelesca y sorprendente de Emilia Serrano podría parecer la de una mujer adelantada a su tiempo, pero lo cierto es que es la de una mujer española del siglo XIX. Si nos parece tan llamativa es por cómo ahora vemos el pasado, filtrado por nuestras propias ideas sobre cómo debía ser.
«Ese es el quid de la cuestión», indica Pura Fernández. «Tenemos una visión muy arquetípica del siglo XIX, que además es una imagen muy filtrada por la estética y la moral victoriana, el “ángel del hogar”. Pero ella es una mujer de su tiempo totalmente», añade, recordando que el siglo XIX es el siglo de la fe en el progreso, en la ciencia o la educación, con grandes cambios que transformaron la sociedad a muchos niveles.
Puede que Emilia Serrano sea una adelantada ya que hace muchas cosas, pero lo hace, como insiste su biógrafa, porque ese el espíritu del siglo en el que vive. «Es un exponente magnífico de lo que fue el siglo XIX», sentencia. «Es una mujer de entonces que te permite conocer la época», explica.
Igualmente, tampoco debemos caer en la trampa de pensar que era única. En 365 relojes, Emilia Serrano se va cruzando con otras muchas mujeres que tienen trayectorias paralelas a la suya —¡hasta hay guerras comerciales en la creación de esas revistas en el Madrid del final del reinado isabelino!— y que bien merecerían sus biografías (algunas ya las tienen).
De hecho, la baronesa de Wilson está muy lejos de ser una excepción como periodista decimonónica, como apunta Pura Fernández, recordando que estaban ahí muchas otras autoras más o menos conocidas que ya producían textos para revistas. «No podemos pensar en Colombine sin pensar en estas mujeres», ejemplifica.