El arte ayuda a escapar de la realidad, a imaginar realidades que sólo viven en las ajetreadas cabezas de algunos artistas y que son plasmadas en lienzos o esculturas. Pero al mismo tiempo, el arte tiene la potestad de levantar la voz, hacerse oír y tratar de aportar un granito de arena para construir un mundo más bonito o, por lo menos, preguntarse qué coño está pasando.
El trabajo más reciente de Ben Tolman tiene que ver con problemas sociales en entornos urbanos. «En mis ilustraciones me cuestiono cosas sin necesidad de aportar soluciones. Me interesa la vida en las ciudades, la condición humana en general tan compleja y llena de contradicciones», comenta el artista.
Tolman pretende que sus dibujos sean una celebración de los horrores y las bellezas que cometemos y con las que convivimos a diario. Lo bueno y lo malo se mezclan en una espiral que no se puede detener y que no se sabe dónde nos va a llevar.
Este ilustrador se encuentra actualmente realizando una residencia artística en Bavaria, pero es de la zona de Washington DC. Estudió arte en San Francisco y obtuvo su licenciatura en Bellas Artes en Corcoran School of the Arts & Design hace 10 años.
En esa misma ciudad aprendió las bases de su trabajo y fue algo después cuando conoció más sobre el mundo del arte. «Creo que realmente, aunque tuve muy buenas experiencias, aprendí más sobre lo que no me gusta del mundillo. Allí era todo muy conceptual y a mí lo que me gustaba era dibujar. Me gradué con cierto recelo hacia el mundo del arte y creo que a día de hoy, me considero más un autodidacta», recuerda.
Después de aquella experiencia académica algo fallida, regresó a sus estudios para obtener una maestría y poder impartir clases, pero reconoce que la educación en EEUU es un tema demasiado complicado. Hoy día se siente muy afortunado de poder vivir del arte sin necesidad de enseñarlo.
El año pasado lo pasó en Sarajevo, dónde se inspiró para hacer una de sus últimas series. Sus dibujos son siempre en blanco y negro, añadiendo así más dramatismo a su trabajo, y con cada uno de ellos puede estar centrado desde una semana hasta seis meses, evidentemente dependiendo del formato.
Normalmente no empieza uno hasta que el anterior esté acabado y no espera a tener una gran idea inicial, sino que va ordenando sus ideas; y cuando empieza a pintar, solventa las dudas que le van surgiendo.
En este proceso, pasa largas horas encerrado en su estudio con sus plumas de punta milimétrica. Y cuando no, agarra detalles de las muchas fotografías que toma. Juega con perspectivas, no como lo hacía Escher, aunque lo admira. Devora arte, sobre todo, el contemporáneo. que explora lo surreal, y se siente muy atraído por el trabajo de Irving Norman. Además, trata de descubrir novedades constantemente de cualquier sitio y cualquier fuente.
Tolman no quiere psicoanalizarse, pero es consciente de que sus dibujos son en buena parte lugares en los que sus pensamientos habitan. Lugares feos, solitarios aunque estén repletos de gente y con problemas. Él ahí encuentra belleza.
El arte ayuda a escapar incluso de uno mismo, aunque luego uno pueda encontrarse en un lienzo que ya no está en blanco.
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