Los países nórdicos son un buen arquetipo de eficiencia y sentido común, cualidades cristalizadas en iniciativas como Testcyklisterna, que ofrece bicis por la gorra en Gotemburgo (Suecia) para aquellos viajeros que se comprometan a ir prescindiendo de su coche. El objetivo es poner en evidencia que nuestras dos patas funcionan mejor que cualquier motor. «Los participantes nos han prometido que pedalearán mínimo tres veces por semana y dejarán el coche en el garaje», explica Rickard Waern, uno de los directores del proyecto, a Yorokobu. «Para demostrar que absolutamente todos podemos hacerlo, contamos con 38 personas muy dispares: jóvenes, ancianos, empleados, parados, padres, estudiantes… cada uno con su propia necesidad de transporte, pero todos utilizaban el automóvil cada día. ¡Tuvimos más de 400 solicitudes en nuestra web!».
La mecánica de la iniciativa que encontramos en Fast Company funciona a través de la fe en la palabra de los afortunados. No hay imposición, sino aliento y estimulación para cambiar unos hábitos de transporte demasiado arraigados. Además de un contacto personal continuo, los ciclistas reseñan sus peripecias a dos ruedas en el blog de la iniciativa. Por ejemplo, en este post, Jenny, una de las participantes, explica los obstáculos que la naturaleza le interpuso aquella mañana de camino al trabajo. Por su parte, Per y su segundo de abordo, un majete Staffordshire Bull Terrier que se ha visto abocado al remolque, sonríen en esta portada.
El remolque es, de hecho, la alma mater de esta idea, pues brotó de una previa que pretendía demostrar a los superpapás suecos que pueden transitar de la guardería al supermercado con el niño ahí, radiante como el Staffordshire. Todo eso sin las penurias de tener que batallar por una plaza de parking. Ellos, junto al resto de participantes, son los embajadores de una nueva especie humana con un genoma envidiable, que convierte calorías en combustible, y unas articulaciones de hierro. «Si él o ella pueden, ¡yo también!»:es el sentir que, según Waern, quieren crear en los aún rezagados.
«Es que yo curro tan lejos que me veo obligado a coger metro», te lamentas, temeroso. No te preocupes, hay dos participantes que se hacen casi 60 kilómetros al día con sus bicis eléctricas. Para trayectos de este longitud los directores del proyecto ofrecen una solución definitiva: «A algunos les hemos dado bicicletas plegables. Las usan para ir de su casa a la estación más cercana, la doblan y la suben con ellos al tren, autobús o ferry y, una vez se bajan, la vuelven a utilizar para llegar a su destino final», explica Sara- Linnéa, también directora.
«Los países desarrollados han estado diseñando infraestructuras exclusivamente para los coches en los últimos 50-60 años. Eso ha dejado la huella que vemos hoy en día en las ciudades y tenemos que trabajar duro para cambiarlo. Cada vez hay más carriles bici, pero todo va demasiado lento. Hay mucha tierra muerta en pueblos y ciudades que podría transformarse en algo útil, sin destruir las zonas verdes que aún nos quedan. Me refiero, por ejemplo, a terrenos de industrias ya cerradas, parkings, espacio adicional junto a las carreteras, etc…», afirma Sara.
La iniciativa de los de Gotemburgo nace, desde luego, de una ilusión por romper nuestra esclavitud de la costumbre, convertida en barrera mental. Nosotros podemos darlo todo para modificar nuestra perspectiva pero, aun así, la viabilidad de este medio de transporte en la gran ciudad se encuentra, como todo, en manos de aquel necio que ostenta la última palabra.«La experiencia me demuestra que, siempre que haya una buena infraestructura y la bicicleta se vea como algo factible, la gente va a usarla», concluye Waern.
Categorías