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¿Dónde está esa nube que tiene mis fotos?

La idea romántica de la nube está muy lograda: nos ayuda a imaginarnos el proceso por el cual, cuando subimos un archivo a internet, al instante está disponible para que lo vea otra persona en el extremo opuesto del planeta. Pero lo cierto es que detrás del almacenamiento masivo de datos hay una enorme industria con pesadas instalaciones físicas en distintos puntos de la geografía.
Una de las primeras piezas de la exposición Big Bang Data representa las instalaciones de uno de estos centros de datos de los que, en palabras del comisario de la exposición, José Luis de Vicente, «apenas se hablaba hasta hace poco». Cada una de esas inmensas máquinas responde a las necesidades de consumo de un territorio, y la información viaja entre ellas a través de gruesos cables.

Según la diseñadora y arquitecta Olga Subirós, la otra comisaria de la exposición, para poner estas instalaciones se buscan lugares «con electricidad abundante y barata, y que estén entre 18 y 24 grados». Pero no pensemos solo en enormes naves en sitios desérticos: ciudades como Nueva York y Londres están también llenas de data centers que se esconden en algunos de sus edificios. En estos espacios también hay salas vacías «para documentos del año que viene», según explicó De Vicente.
La infraestructura destinada a almacenar nuestras memorias, fotos y recuerdos requiere ya el 2% del consumo energético global. La información digital también pesa y ocupa. Esto plantea la incógnita de la preservación a largo plazo de la cantidad de información que producimos. No es solo un problema tecnológico, sino también institucional: ¿qué pasa si las empresas que lo gestionan ahora no siguen en pie dentro de unos años? The Rosetta Disk es una iniciativa de 2009 que almacena 15.000 páginas de texto en un pequeño disco grabado con láser que puede ser descifrado con un microscopio.
Resulta casi imposible visualizar la cantidad de datos que caben, por ejemplo, en un exabite (1018 bytes). Varias de las instalaciones de la exposición tienen el objetivo de ayudar al visitante a hacerse una idea de qué aspecto tienen esas cantidades ingentes de datos. Por ejemplo, la obra Prision Uniforms, de Chris Jordan, que puede parecer desde lejos algún tipo de patrón geométrico o un enorme panel de abejas, muestra en realidad 2,3 millones de uniformes carcelarios doblados, los equivalentes al número de presos encarcelados en Estados Unidos durante el año 2005. Este tipo de expresiones artísticas responden al convencimiento de que la representación de las cifras mediante imágenes puede tener un efecto distinto al de los números por sí solos.

Algo parecido trató de conseguir Erik Kessels con la instalación 24 hrs in photos, que muestra una marea de fotos impresas correspondientes a las subidas en un solo día a Flickr. No solo permite formarse una idea más exacta del volumen de imágenes subidas sino que, al ofrecer la posibilidad de pasear entre ellas (y encontrar en ese paseo bodas, animales, platos de comida, personas practicando deportes y reuniones familiares, entre otros muchos motivos), se hace uno una idea mucho más realista de que las fotos pasan del ámbito privado al público al ser compartidas en la red.
Esto es algo que casi todos los que utilizan redes sociales o servicios de geolocalización conocen pero sobre lo que a menudo no reflexionan. Están convencidos de que sus vidas no interesarán tanto a nadie como para que el hecho de compartir información les traiga problemas. Quizá algunos de ellos se sorprendieran al ver en esta exposición la última foto que subieron a Instagram; pero al ser esta pública y estar geolocalizada, sería perfectamente factible. Face to Facebook, de Paolo Cirio y Alessandro Ludovico, presenta el caso de una web llamada Lovely Faces, que causó una gran polémica en EEUU ya que seleccionaba entre los perfiles públicos de Facebook aquellas personas que tuvieran una cara sonriente y las difundía en una plataforma de contactos.

Lo cierto es que, aunque tengamos consciencia del rastro de información que van dejando nuestras acciones cotidianas (compras con tarjetas de crédito, llamadas telefónicas, ocio, consumo de información en internet…), es muy sorprendente que se nos presente delante de una forma visual toda esa datificación: ver un mapa interactivo de transacciones bancarias en Madrid o de transportes realizados durante la Semana Santa en España y comprenderse uno parte de esa representación, entender que es uno de esos puntitos amarillos que parpadean formando patrones. Que está uno siendo auditado en todo momento.
Para luchar contra esta sobreexposición hay iniciativas como la de Anonimízate, que pretende ser un manual de protección electrónica, o como las «cryptoparties» que se organizan en algunos lugares para aprender a encriptar.
Pero no todo es intimidación. Esa gran explosión llamada big data, bien manejada, puede conseguir cosas maravillosas. En el ámbito empresarial y económico, está permitiendo a las compañías tomar decisiones de negocio más acertadas. También están surgiendo numerosos proyectos que usan los datos para un bien común: por ejemplo, para medir radiaciones, ofrecer información de calidad sobre temas sociales (impuestos, indultos…) o llevar a cabo obras colaborativas.

La muestra está repleta de otras iniciativas curiosas, útiles o prometedoras en las que los datos son los protagonistas. «La exposición es un conjunto de recursos y herramientas que utilizan distintos lenguajes —artístico, tecnológico…— y que los visitantes pueden usar para sus necesidades con el fin de encontrar estrategias que les sirvan», comentó José Luis de Vicente.
Una infografía que representa la vida sexual de una pareja real durante un año o una bella instalación que permite ver a tiempo real el movimiento de una ola del Pacífico (gracias a una boya de datos) hacen al visitante reflexionar. ¿Será todo traducible a ceros y unos?


Big Bang Data
Del 14 de marzo al 24 de mayo
Fundación Telefónica (C/ Fuencarral, 3. 4ª planta. Madrid)

Por Isabel Garzo

Isabel Garzo es periodista, escritora y asesora de comunicación. Es autora de las novelas, 'La habitación de Dafne' (Demipage, 2022), 'Los seres infrecuentes' (Editorial Pie de Página, 2016) y 'Las reglas del olvido' (Editorial LoQueNoExiste, 2013) y del libro de relatos 'Cuenta hasta diez' (Incógnita Editores, 2010).
@IsabelGarzo

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