El control digital de las personas por parte de las autoridades es un tema recurrente de la ciencia ficción. Un mundo feliz, 1984, Minority Report… El villano toma la forma de estricto funcionario que es un auténtico creyente del control. Hay una rápida conexión del público con el héroe o la heroína cuya privacidad es invadida, y su libertad de movimiento y pensamiento restringida.
El guionista Charlie Brooker sugiere con Arkangel (Black Mirror 4×02) que no es necesario ser un funcionario de un gobierno maligno para usar la tecnología de vigilancia de forma inadecuada. La protagonista es una madre corriente con buenas intenciones. Una enfermera que vive en un barrio corriente de casas bajas en un probable futuro reciente. La precariedad de la periferia convive con pantallas transparentes y móviles apenas más gruesos que una hoja de papel.
La furgoneta negra sin matrícula desconcierta, pero contribuye a remarcar el tono de un futuro oscuro. El conjunto nos resulta cercano. Así el episodio que dirige Jodie Foster se convierte en una llamada de atención al presente, al público de Black Mirror.
Realmente Charlie Brooker no critica el atávico sentimiento maternal. Critica los métodos. La madre elude el diálogo con la hija y toma medidas sin consultar. Todo para la hija pero sin la hija.
Charlie Brooker parece decir a los padres de hoy: tú, que temes ser espiado, controlado por el gobierno, ¿crees que haces lo correcto con tus hijos?
La enfermera representa a millones de padres que en los últimos años ha provocado, con su demanda, el aumento de la tecnología de vigilancia familiar. Hay pequeños monitorizados por GPS a través de móviles y pulseras. Los padres ven en sus móviles lo que ven sus hijos ven en internet en sus tablets.
Las noticias de sucesos contribuyen al alarmismo: niños secuestrados, asesinados, violados. Por esto el episodio crea una rápida identificación con la madre cuando la pequeña desaparece. Probar el programa Arkangel parece lógico. Pero Brooker expone sus contraindicaciones en la misma escena: es una tecnología invasiva que puede adulterar la realidad del menor.
La historia discurre como un drama griego. La lección sobre Edipo remarca el tono. Como en la tragedia de Sófocles —como en cualquier otra obra griega— el drama crece cuanto más intenta el protagonista alejarse de él. La madre comete el error en dos momentos (aquí hay simetría de argumento):
- Durante la infancia de la hija: cuanto más quiere la madre proteger a la hija de la realidad más vulnerable la vuelve.
- Durante la adolescencia de la hija: cuanto más quiere la madre mantener a la hija de lo que considera peligro más la aleja de sí.
Así la niña llega a la preadolescencia ignorando lo feo y lo peligroso del mundo. La pequeña no sabe qué es un perro ladrador. No percibe la violencia. No conoce el lenguaje ofensivo. No sabe qué es la sangre. Con la pixelación de la realidad que lleva a cabo la madre, Brooker critica a los padres de nuestro tiempo que pretender mantener a sus hijos en una burbuja de irrealidad.
La conversación entre la enfermera y su padre (el abuelo de la pequeña) es clarificadora:
ABUELO: Recuerdo cuando abríamos la puerta y dejábamos a los niños vivir. MADRE: Y yo recuerdo partirme el brazo porque no pusiste una valla. ABUELO: ¿Y cómo tienes el brazo ahora? MADRE (mostrando ofensiva el dedo corazón): Parece que bien.
La enfermera representa a quienes fueron niños en los 70 y los 80.
Niños y niñas que sobrevivieron en el siglo pasado a las caídas, el huevo batido con coñac contra el resfriado y la información tergiversada sobre sexo. Ahora, estos niños, ya adultos, se han reconvertido en padres hiperprotectores que apartan en lo posible a sus hijos de la realidad. Llama la atención que el abuelo muera fuera de cámara. ¿Cómo vivió la pequeña el momento?
Brooker no muestra una clara oposición al control parental. Su propuesta plantea dudas: ¿Hasta qué edad deben ser tecnovigilados los hijos? ¿Dónde están los límites? Lo que Brooker critica es el comportamiento humano. El fácil acceso a tecnologías que aún no hemos asimilado. Realmente, si nuestros padres y abuelos hubieran contado con tales artilugios, los hubieran utilizado.
Arkangel no es una historia de buenos y malos: es una historia de decisiones erróneas y de falta de entendimiento entre generaciones.