Para muchos, es decirlo y visualizar con ello a alguien tozudo, cabezota y tirando a bestia. Hay quien incluso le pone imagen y caricaturiza colocándole una sola ceja dando sombra a sus ojos. No, por favor, no demos nombres. Como me decían las monjas en el colegio: se dice el pecado, no el pecador. Así que mordeos la lengua un poquito más, que tal y como está el Ministerio de lo Anterior (¿o es de Interior?, no sé) de quisquilloso con lo que tejemos en las redes sociales, igual nos cuesta un disgusto.
Alguien cazurro es, en primer lugar según el DRAE, «malicioso, reservado y de pocas palabras». Pero también, «tosco, basto, zafio». No ahorra en adjetivos y continúa: «Torpe, lento en comprender». Pocas veces hemos visto a la Academia siendo tan prolija en adjetivos peyorativos para definir una palabra. ¡Con lo inocente que nos parecía el término!
Gran parte de la culpa de que cazurro nos haga gracia y nos parezca un insulto menor la tienen los leoneses. Son ellos quienes la llevan a gala para definirse a sí mismos, convirtiendo un insulto –como ha ocurrido con otras expresiones negativas- en un orgullo. Para ellos, lejos de ser peyorativo, es un sinónimo de obstinado, algo de lo que les gusta presumir. Pues no es nada un leonés cuando se le mete algo en la cabeza. Mirad a Zapatero, que se le metió entre ceja y ceja que no había crisis y menos mal que perdió las elecciones, porque no estábamos los españolitos para llevar la contraria a la economía mundial. Pero vamos a hacer un poquito de historia.
Si acudimos al Gran libro de los insultos de Pancracio Celdrán, encontramos que para este buen señor, cazurro es, además de todo lo que nos decía la RAE, «persona reservona» y «un tanto marrullero e intratable». O sea, que de positivo y suave, el término no tiene nada.
Cazurro tiene, según el diccionario un origen incierto. Se sabe que ya se usaba desde muy antiguo en el castellano. De hecho, Alfonso X El Sabio la menciona en sus Partidas para hablar de lo que eran «palabras caçurras», que no era otra cosa que un montón de palabrotas y cosas feas que decimos de otros. En este sentido, el diccionario nos confirma que ese era uno de los significados que tenía antiguamente cazurro y que hoy está en desuso: «Se decía de las palabras, expresiones o actos bajos y groseros». Y también «se decía de la persona que las profería o los practicaba».
Tan extendido estaba el término que incluso había un tipo de juglar, según Menéndez Pidal, que era llamado así, «cazurro», porque era el que se dedicaba a las «artes plebeyas». O dicho de otra manera, el que metía en sus coplillas esas expresiones y actos groseros que, seguramente, gustaban tanto o más que las gestas cantadas por otros trovadores.
Celdrán cree que podría ser, quizá, término prerromano, «empleado en documentos navarros del siglo XII, voz del gusto de Gonzalo de Berceo y otros autores medievales que le dan significado general de desvergonzado y grosero». Y Covarrubias define «palabras caçurras» como las que «no se pueden pronunciar sin vergüença del que las dize y del que las oye, como nombrar el miembro genital». ¡Con jabón les lavaría mi madre la boca!
Cree el buen Covarrubias que su origen podría ser un término toscano, caço, que tendría que ver con pene, pero lo más seguro, según don Pancracio, es que esta etimología no sea correcta.
Hay, sin embargo, otra teoría que hace venir cazurro del término árabe qad’ur, que podría traducirse como «el que no cesa», y que era el apelativo que los moros dieron a los leoneses en época de la invasión musulmana de la península, debido a la gran resistencia que mostraron a dejarse invadir. ¡Angelitos!
Hoy, al menos para muchos de nosotros, identificamos a un cazurro con un cabezota y con un bruto. Al menos en mi casa, donde mi madre le tiene un cariño especial a la palabreja y nos la regalaba continuamente cuando nos poníamos estupendos, que diría don Latino. Aclaro desde ya que mi santa madre es asturiana. Y que según he leído en internet, los asturianos se lo llaman –con cariño y un pelín de mala baba, al menos en sus orígenes- a los leoneses.
Por lo visto, cuando estos emigraron a Asturias en busca de trabajo, no se mostraron muy ágiles en el manejo de máquinas. Hay quien dice que cuando un asturiano le preguntaba a un leonés torpe eso de «pero ¿tú de dónde sales?», los leoneses contestaban «de Cazurra», que no es un pueblo de León, no; es de Zamora. Querrían echar balones fuera, digo yo. Pero con cazurros se quedaron. Y así, hasta hoy. Con o sin ceja, qué más da.
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