Quien conozca a Celia BSoul seguramente la tenga identificada como poeta y como cantante de rap. En ese estilo musical lleva desarrollando su carrera desde hace ya diez años, ella escribiendo las letras y la productora Eskarnia componiendo las bases musicales. Pero ahora, explica, lo está dejando.
«Es verdad que es un mundo que me interesa mucho y he aprendido muchísimo —hace balance de su trayectoria musical—. Y creo que también he aportado desde una mirada más poética y he accedido a circuitos donde quizá no se haya dado tanta cabida al rap; o he abierto camino proponiendo a compañeras o ciertos eventos. En ese sentido estoy contenta, porque creo que he aportado algo. Pero a mí el cuerpo me pide ahora mismo otra cosa».
A esta artista madrileña, que compagina su faceta artística con su trabajo como periodista y gestora cultural, no le gustan los cajones ni las etiquetas. Ella prefiere ver hacia dónde quiere ir, no estar acotada por vallas o cajones en los que no es posible hacer otra cosa más que lo que pone en su clasificador. Si eres rapera, tienes que hacer rap, y punto.
Claro que su rap tiene un estilo propio. Poco que ver con lo que se espera escuchar cuando te dicen que pertenece a ese género. Ni su voz, ni su atuendo ni sus letras cumplen con la imagen de rapera, si es que hay alguna imagen estándar para ello. Lo suyo es diferente, al menos en lo que cuenta. Nada de autoensalzamiento, uno de los discursos del rap, aunque no el único. Y no es que censure ese egocentrismo, siempre y cuando no vaya dirigido como ataque contra otras personas; es solo que no va con ella. Lo suyo va ahora más hacia compartir fragilidades. «Yo estoy más en la batalla del síndrome de la impostora».
Rap hecho por hombres vs. rap hecho por mujeres
Si escuchas la palabra rap, ¿qué imagen se te viene antes a la cabeza? Casi con seguridad la de un hombre. ¿Es entonces el rap un estilo musical muy masculino? La artista no está de acuerdo con esa afirmación. «Por suerte, en los últimos años, ha habido un incremento exponencial de referentes raperas, y eso es fundamental para que, cuando una chica quiera hacer rap, tenga referentes que vayan alineados no solo a nivel de tipo de voz, sino también de tipo de discurso. Porque creo que hay ciertas miradas o ciertas luchas con las que están más comprometidas las mujeres; o ciertos daños de los que somos más conscientes las mujeres porque los vivimos y los atravesamos».
Lo cierto es que lejos de que exista una uniformidad en el rap, para Celia BSoul sí hay diferencia entre el hecho por hombres y el hecho por mujeres.
«Yo creo que en el rap hecho por mujeres —que estamos acostumbradas a sentir que no estamos a la altura, a sentir que tenemos que demostrar mucho más para llegar a lo mismo o que si no haces algo muy bien parece que los zapatos te van grandes—, surgen otra serie de problemas y también otras formas de mirar y de enfrentarte a la música».

Ahora, cuando las mujeres ya hablan de tú a tú con sus compañeros masculinos, este género musical ha ganado en diversidad de discursos y ya no se identifica solo con contenidos de denuncia social o de ensalzamiento de uno mismo y de su mundo. «¿Qué pasa cuando una mujer entra en juego? ¿Qué sentido tiene replicar ese discurso si está tan lejos de la realidad que vivimos?», plantea la artista.
«Y algo también que me parece que ha sido un avance grande es que antes muchas raperas modificaban muchísimo su timbre de voz hacia lo grave, que es una decisión que, a mí, estilísticamente, me gusta mucho, pero no como obligación para hacerte valer ni para hacerte respetar. Creo que eso es interesante, que se está abriendo mucho camino en ese sentido y que hay raperas que lo están haciendo de este modo. Pero creo que está siendo un descubrimiento y un camino en el que está habiendo mucha consciencia y mucha reivindicación de que una es como es y desde ahí va a cantar, sin replicar discursos ni cambiarse la voz. Y eso me parece superpotente y supernecesario».
Por eso, aunque ella también habla de sí misma en sus canciones («claro, aquí entra una pregunta: ¿hasta qué punto hablar de mí es hablar de mi madre o hablar de una persona a la que he conocido? ¿Y hasta qué punto hablar de algo social no es hablar de ti, si a ti te toca?»), prefiere resaltar que todo lo que cuenta lo hace desde ella, desde su mirada. Y desde esa posición confiesa estar ahora muy a tope con la fragilidad.
«Me interesa un montón ese terreno, que al final es un cajón de sastre, porque dentro de la fragilidad entra todo aquello que no es la voluntad de mantenerte totémica, que no se te vean las costuras. Pero creo que la oportunidad de la fragilidad, o incluso la belleza de la fragilidad cuando aceptas que las cosas son como son y no van a dejar de ser así porque lo niegues, me interesa una barbaridad».
Esa fragilidad necesita ahora de otro estilo. Por eso afirma estar pasándose al «techno lánguido». «Es verdad que a mí la música techno y la electrónica me gusta mucho, pero es un género un poco vitalista, energético, y yo soy más dada a la falta de entusiasmo —explica con humor—. Soy una persona que parece, a veces, que está cansada cuando rapea, y he luchado contra eso hasta que he abrazado mi naturaleza. Entonces, creo que es la única forma coherente de acercarme al techno, hacer techno lánguido».
«Me gusta llamarlo “canciones para cantar con la tensión baja” o “música para aprenderte si tienes anemia”, jajajaja. Es verdad que hay una especie de dejadez; no así en la letra, porque en la letra, también desde esa languidez, voy colando mensajes que, si los dijera con más fuerza, igual era hasta excesivo, pero las voy dejando caer así, con suavidad».
Rap y poesía no es lo mismo
Desde que era niña, Celia BSoul se recuerda escribiendo poesía, pero no fue esta la puerta de entrada al rap, sino el baile. Es más, la artista madrileña considera que son dos cosas distintas, aunque se tocan entre sí y entran mucho en diálogo.
«De hecho, hay algunas veces que la forma de recitar o de rapear no se diferencia mucho. ¿Estoy rapeando o estoy recitando? No sé». Quizá por eso los más puristas le acusan de no hacer rap. «Pues llámalo Perry el Ornitorrinco a lo que hago —se revuelve cuando lo escucha—. No sé, a veces no hacerse preguntas te lleva a sitios más interesantes».
«Una pregunta muy típica es si el rap es poesía. Para mí la respuesta es no, pero puede serlo, porque no siempre tiene un contenido poético ni una vocación poética. No es que esté peor hecho, es que igual la vocación es otra. Pero sí, a veces se tocan un montón».
¿Es la música, entonces, el azúcar con la que un género no siempre fácil como la poesía puede llegar mejor a todo tipo de públicos? Podría ser, aunque la artista madrileña cree que el problema no es ese. «Creo que, a veces, la gente no conecta con la poesía porque la persona que escribe piensa que lo poético es añadirle muchas capas a algo y decorarlo mucho. Para mí, la poesía es quitarle todas las capas posibles a algo y al final del todo ver qué hay de poesía en eso. Y es lo que intento hacer con más o menos acierto». Como referentes cita a Angelo Nestore, Laura Casielles y Mariángeles Pérez López.
«Creo que a veces conectas con eso porque no hay una voluntad de ornamentar, sino una búsqueda de algo que me atraviesa, o de algo que veo que quiero entender, o una forma de colocar una sensación que en el cuerpo no sé muy bien dónde ponerla, así que pruebo a ponerla en un papel». La música sería, entonces, un juego divertido y un accesorio que complementa toda esa poesía, y que aporta también otros matices.
El cuerpo como herramienta y herida
En esa evolución de su estilo y respondiendo a esa búsqueda de hacer cosas diferentes que no la encasillen en un género, Celia BSoul ha incluido la performance como expresión artística que refuerza su discurso. A la palabra se une también el cuerpo, y eso es algo mucho más catártico para ella de lo que pudiera parecer.
«El trabajo corporal es algo que me ha acompañado muchísimos años porque desde muy pequeña he bailado». Pero eso no la libró de someter ese mismo cuerpo que le permitía expresarse a través de la danza a un juicio implacable sobre él. Nada que muchas mujeres, con cuerpos no normativos —o incluso las que sí— no hayan experimentado alguna vez (o siempre), solo que el suyo no podría describirse como separado de ese canon estético al que toda la sociedad está sometida.
«Desde que yo soy muy joven, en mi adolescencia, hasta el presente, yo he tenido mucho rechazo hacia mi cuerpo. Para mí, trabajar desde mi cuerpo era algo para lo que sentía que no tenía permiso o yo no me lo daba; era incómodo». ¿Qué cambió entonces para darle una oportunidad y dejar que sea una herramienta expresiva más sin avergonzarse de ser como es? La semilla del cambio hay que buscarla en una pieza escénica en la que trabajó de la mano del coreógrafo Gaston Core, junto con la profesora universitaria y experta en literatura Mónica Miró Vinaixa, que titularon Antes que caiga la noche.

Core y Miró propusieron a los participantes investigar el clásico La iliada desde el punto de vista del hip-hop. «El hecho de hacer esa pieza escénica, en la que, además, el vestuario era ajustado y se veía un poco de mi cuerpo, me forzó a asumir que era también una herramienta de trabajo. Y fue interesante, porque me ayudó igualmente a disociar un poco el cuerpo que juzgo del cuerpo que utilizo para crear algo que es más grande que mi propia inseguridad o que mi propio complejo. Aprendí a relacionarme con mi cuerpo desde ahí. Y desde ese lugar luego lo he ido incorporando más, porque, claro, era un elemento un poco vetado».
Pero un día dijo basta a todo eso y se propuso firmemente cambiar esa forma de mirarse. Y aunque aún está en «un proceso de soltar», lo que ha experimentado desde esa nueva manera de mirarse es más crecimiento, como si se hubiera liberado de un ancla pesada que no le dejaba avanzar ni ver. La performance es una manifestación de esa libertad, porque mientas está en un escenario interpretándola, ya no piensa en su cuerpo ni lo juzga.
«Creo que sería incluso egocéntrico, hasta cierto punto, pensar que el elemento central es lo que opino yo de mi cuerpo. Mi cuerpo está al servicio de lo que yo creo que debe contar. Y eso creo que es también una forma de abrirme la puerta para caminar hacia otro sitio más amable mentalmente. Y, además, creo que es una herramienta muy útil para contar».
El humor le ha ayudado mucho a cambiar ese punto de vista tóxico. Es algo, dice, que le ha abierto muchas ventanas. Incluso se atreve a meter en esas performances el síndrome de la impostora. También la terapia, que le ha permitido mirarse con positividad. Porque el cuerpo es el que le permite andar, estar con la gente a la que quiere; es un regalo, de hecho.
«No es el objetivo principal, porque creo que si una utiliza el arte que comparte como terapia corre el riesgo de acabar haciendo un volcado emocional que al de delante no le toca y a ti te da pudor. Pero sí el hecho de pensar que mi cuerpo puede servir para generar algo, no desde el juicio, sino valorar otras cosas de él»: te permite andar, estar con la gente a la que quieres, está sano… Es un regalo.
Y mientras va dejando el rap de lado, los proyectos también van creciendo. A lo largo del año próximo publicará un segundo libro de poemas que abordará ya sin miedo, de manera clara y no velada (como ocurría en el anterior, Ciudad de los otros), todos esos complejos sobre su cuerpo que van quedando atrás poco a poco. También llegará un nuevo disco, «ya con techno absolutamente lánguido». «Estoy muy contenta con eso», sonríe a modo de colofón.



