El jubilado en cuestión es Miguel Trillo (1953), el fotógrafo gaditano que ha plasmado en retratos icónicos a la generación de la Movida madrileña y a las tribus urbanas de los roqueros, los heavies y los punks.
La estudiante es Laura Carrascosa Vela (1993), autora de un trabajo documental sobre los chiñoles, los chinos de segunda generación que viven en el barrio madrileño de Usera.
Juntos acaban de inaugurar Género y Generaciones #1 Retrato en la escuela de artes visuales Lens. Este proyecto, comisariado por Iñaki Domingo, busca reflexionar sobre modelos de creación reuniendo parejas de artistas de diferentes generaciones en un ciclo que se articula en tres capítulos: retrato, paisaje y bodegón. «Laura, como buena estudiante, está preparando un examen y yo, como el jubilado que soy, preparo un viaje, ahora que las tarifas están más baratas», cuenta entre risas Miguel Trillo.
Exactamente 40 años separan a ambos fotógrafos, cuatro décadas que a la hora de la verdad se convierten en un suspiro. En una sección de la exposición, retratos aparentemente idénticos conviven en un juego de espejos en el que la autoría y las fechas se difuminan, diluidas en un diálogo entre el maestro y la aprendiz, el fotógrafo experimentado y la joven artista en busca de su propio camino.
«Hay una parte de la exposición en que nuestras fotos se mezclan, las mías de los años 80 y las que Laura hizo hace dos años para el proyecto Subculturicide. Realmente somos almas gemelas. Incluso los retratados parecen ser los mismos. Si no fuese por los pies de foto, resultaría difícil creer que entre una imagen y otra han pasado más de 30 años», asegura Trillo. «De alguna forma, las tribus niegan el paso del tiempo. Un heavy o un roquero hoy se visten igual que hace 30 años, con la misma ropa y el mismo tupé. Es una paradoja para un fotógrafo, que siempre está reflejando el paso del tiempo», añade.
«Miguel Trillo siempre ha sido un gran referente para mí. Su obra me gustó tanto que al principio casi todas las fotos que hacía era inconscientemente una copia de las suyas», admite Carrascosa, que se sumergió en la obra de este emblemático fotógrafo cuando fue invitada a participar en el libro colectivo Subculturicide.
Esta joven autora expone algunas imágenes prácticamente idénticas a las de su maestro. «Las hice sin saber que él tenía las mismas. Ha sido muy gracioso. Él tiene fotos de unos pijos que posan de la misma forma que mis neonazis. Incluso el modo en que ponen la mano en el pantalón es igual», afirma, estupefacta.
Por razones diferentes, ambos artistas han dedicado los últimos años a retratar aspectos de la cultura oriental. La pasión de Trillo por el sudeste asiático viene de lejos, de un encargo que hizo en Manila a finales de los 90. «Nunca había estado en Asia y es en Filipinas donde nació el proyecto Gigasiápolis», señala. Es una serie ambiciosa que abarca algunas de las ciudades más grandes y más pobladas del mundo, que precisamente están en Asia.
En el continente asiático, Trillo descubre que el cómic hoy despierta la misma pasión que el rock en su generación. El fotógrafo, que en su juventud miró primero a París y después, tras la llegada del punk, a Londres y Nueva York, reconoce que en Tokio encontró el futuro, un universo hecho de mangas y de cosplay.
«Los jóvenes asiáticos ya no miran a estas ciudades occidentales. Tokio es su gran referencia. En países como Malasia, China o Tailandia hay más festivales de cómic que festivales de rock o de rap», explica el artista. «Asia como laboratorio de un futuro de tradición y modernidad es la filosofía de la serie Gigasiápolis», agrega.
En estos ambientes Trillo encuentra a sus nuevos modelos, jóvenes vestidos como sus personajes de ficción preferidos, que acuden a los eventos con el objetivo explícito de ser retratados. «El cómic ha pasado de ser un fenómeno literario a entrar de lleno en la cultura audiovisual. Antes las estrellas del rock eran las más fotografiadas. Hoy el público de estos festivales sale en busca de una instantánea. Se disfrazan igual que los raperos. En realidad ni siquiera es un disfraz, porque conocen muy bien a su personaje, lo han interiorizado. Es una ropa vivida, sentida», asegura.
Este fotógrafo, consagrado por sus retratos magistrales de las tribus urbanas de España, lleva casi dos décadas cazando imágenes de los jóvenes de un lejano oriente en el que, a menudo, hay poca libertad por las reglas impuestas por regímenes islámicos o comunistas. «Yo fui joven en la España de Franco. No me permitían ver las pelis que salían en Europa ni los conciertos porque los grupos no iban a España. Me sentía un joven culturalmente retenido. Eso posiblemente también pasa en algunos de los países asiáticos que estoy visitando», advierte Trillo.
En la exposición, el autor gaditano apuesta por enseñar fotos inéditas hechas en dos países musulmanes, Indonesia y Malasia. «Ahora mismo el gran asunto en el mundo es el islamismo. En varias ocasiones, cuando estaba en estos países haciendo fotos en fiestas, volvía a casa y en la tele veía imágenes de algún atentando islamista en alguna parte del mundo, como acontecía en los 80 con las matanzas de ETA», dice.
Su prioridad en la actualidad es retratar lo que define como el internacionalismo juvenil. Es una forma de expandir su obra, que en la época de la Movida se centró en la cultura underground de la capital de España. «Hoy ya no me motiva hacer fotos en un concierto», revela Trillo.
Su foco de interés están en estos festivales de manga, que están conquistando cada vez más espacio en Europa. «Cuando estuve en París Photo, hace dos años, descubrí que las entradas para el festival del cómic estaba agotadas. Tenía más visitantes que el propio Paris Photo. El de Barcelona llega a atraer a más de 200.000 personas cada año y es uno de los cuatro más visitados del mundo», señala.
Recientemente Trillo ha acudido al Comic Con Rusia, en Moscú. «Me dio mucho morbo ver a Spiderman y a Superman en la ex Unión Soviética, ver a tantos jóvenes rusos vestidos con todos los estereotipos de EEUU y de Japón», reconoce. Para él es otra prueba de que la cultura juvenil es cada vez más internacional y globalizada.
En el caso de Carrascosa, el interés por los chiñoles también surge a raíz de un encargo. «Un amigo estudiante de periodismo me propuso hacer un reportaje sobre el ocio de los jóvenes chinos en el barrio de Usera. Enseguida me enganché al tema», cuenta. Su formación filosófica hizo que su interés se centrase más en la dimensión existencial de estos jóvenes que en sus costumbres a la hora de salir.
«En Facebook encontré un grupo llamado Chinos de segunda generación en España (chiñoles). Me puse a conversar con ellos y descubrí que escogieron este nombre porque no se sienten ni españoles ni chinos. Debido a sus rasgos, los españoles siempre van a poner en cuestión su españolidad. Los chinos tampoco les ven como auténticos connacionales porque, por ejemplo, no hablan mandarín. Acaban sintiéndose en una especie de limbo», añade.
Paradójicamente, en el momento en que inaugura una exposición junto al que ha sido su gran referente, Carrascosa descubre que su camino artístico está lejos de los chiñoles. «Es algo demasiado grande y no me corresponde a mí hablar de ellos. Quizás sean los propios chiñoles quienes deberían contar su experiencia», afirma. Hoy la fotógrafa está centrada en un spin off de este trabajo sobre la historia de Xirou, una china de su misma edad que llegó a España a los 20 años.
«Hoy Xirou tiene 24 años. Llevo dos años y medio retratando su experiencia particular: cómo ha cambiado su forma de ver el mundo desde que llegó a Madrid, cuáles son las diferencias con una chica occidental de la misma edad como yo, cómo está creciendo ya que a los 25 años se supone que pasamos a la vida adulta», afirma Carrascosa.
La joven estudiante, que encontró en el profesor jubilado a un compañero intelectual con el que compartir inquietudes, citas filosóficas y fotografías, reconoce que la colaboración con Trillo ha sido fácil y enriquecedora. «A veces me proponía que incluyera una foto en la exposición y yo me sentía libre de rechazar. Siempre sentía que estábamos hablando de igual a igual. Muchas veces estábamos en desacuerdo, pero yo le argumentaba mi opinión y él aceptaba mi propuesta, o viceversa», recuerda.
El proceso creativo ha servido para que Carrascosa se reafirme en su decisión de seguir con un trabajo más intimista y menos sociológico, alejado de las tribus urbanas que todavía ejercen un enorme poder de seducción sobre Trillo. La aprendiz ha crecido y, con la complicidad del maestro, se ha rebelado para poder buscar su propio lenguaje. «Estudias, crear tus referencias, pero llega un momento en el que tienes que desaprenderlo todo y hacer tu propio camino», admite esta joven.
Para Trillo, un fotógrafo curioso y en una busca permanente de nuevos estímulos, la exposición ha servido para mostrar la parte menos conocida de su trabajo asiático. «Estoy cansado de mis fotos de los años 80. Han sido publicadas demasiadas veces», dice con una pizca de rebeldía más propia de un veinteañero a punto de coger el enésimo avión rumbo a Asia.