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Y tú más: ¡Coñazo!

Si tienes una enorme vagina que te haga disfrutar inmensamente tu vida sexual, enhorabuena. Quizá deberías asegurarla, tal y como Jennifer López hizo con su culo. Pero te digo desde ya que por eso no eres un coñazo. A no ser que seas una plasta, una lata, una sin sal, alguien realmente insoportable.

No voy a entrar en la polémica de por qué cuando algo es malo es un coñazo (femenino) mientras que si es estupendo es cojonudo (masculino). Estamos todos de acuerdo –espero, deseo (sí, soy así de ingenua)- en que es uno de los aspectos machistas de nuestro idioma que lo afean.
Coñazo es un aumentativo despectivo de coño, en la misma línea que pelmazo, latazo o tortazo. Coño, a su vez, procede del latín cunnus, que ya en tiempos de los romanos era una manera grosera y vulgar de nombrar a la vagina, e incluso de identificar a la mujer. Esta asquerosa costumbre, sin embargo, no se ha perdido con el paso de los siglos. Decidme si no, cómo se os queda el cuerpo cuando el baboso de turno os llama «coñito».
Además de sustantivo, coño es una –si no la más- de nuestras interjecciones más populares y queridas. «¡Coño, qué suerte has tenido!» o «¡Cállate ya, coño!» salpican constantemente nuestras conversaciones. Es más: diría que es una de las primeras palabras que aprendemos desde pequeños, junto con mamá, papá y cómprame algo.
Tan querida nos es, tan afín a nosotros que nos la llevamos en el petate cuando nos tocó cruzar el océano para emigrar a las Américas. Tal es así que en Chile, por poner un ejemplo, los españoles son conocidos como los coños. Y allí se la dejamos en herencia, para que hicieran con ella lo que quisieran y la usaran como gustaran. Por eso, quizá, en Ecuador un coño no es una vagina, sino un avaro, un tacaño.
Pero dejemos al coño a un lado y volvamos al coñazo, por mucha pereza que nos dé.
Según el DRAE, es una «persona o cosa latosa, insoportable». Excepto en Venezuela, donde también significa «golpe fuerte».
Pancracio Celdrán recoge algunas teorías sobre su origen, como que «es voz acaso formada a partir del sentido figurado de enconar=irritar, cargar, exasperar, cuya acción y efecto sería el enconamiento o encono. Piensan otros que derivaría del término coñear o coñearse: embromar, burlarse, guasearse, cuyo efecto y acción sería coña en el sentido de broma pesada». Sin embargo, en su opinión «el porqué del uso figurado de esta voz tiene su origen en el uso exclamativo de la misma, y con el que antaño se denotó sorpresa, contrariedad o alegría». O dicho de otro modo, que expresiones como «¡Coño, déjame en paz!» acabaron rizando el rizo para convertirse en «¡Coño, deja de darme el coñazo!».
Internet, fuente inagotable de sabiduría, como todos sabemos, ofrece también curiosas explicaciones al origen de coñazo.
En una página donde se explica a extranjeros el significado de expresiones españolas alguien comenta que todo tiene que ver con el oficio más antiguo del mundo. Y es que cuando una prostituta presentaba la vagina dilatada e inflamada después de haber usado en exceso su herramienta de trabajo era despreciada por los clientes, que consideraban que en semejante estado no les proporcionaba el placer esperado. Haría, por tanto, alusión no solo al tamaño de la vulva sino también a la experiencia negativa de su dilatación. En fin, Pilarín…
Quizá la historia que más divertida resulta sea la que se puede encontrar en varias páginas y que relaciona coñazo con las primeras películas pornográficas que se rodaron en España, concretamente en Barcelona, en las dos primeras décadas del siglo XX.
Armando Flores fue uno de aquellos primeros realizadores de cine mudo porno. Este desconocido cineasta –tan desconocido que ni la Wikipedia lo menciona- se entregó con toda su alma cinematográfica al curioso género del porno fantástico, que no era otra cosa que mezclar tramas futuristas y de ciencia ficción con escenas de sexo muy explícito para la época. Recordad que estamos hablando de los años 20, donde lo más erótico que se podía contemplar en escena –a no ser que fueras Alfonso XIII y tuvieras una bonita colección de pelis guarras en tu palacio, rodadas solo para ti, según se dice- eran personajes en leotardos de tipo trovador o príncipe valiente. ¡Mmmmmmmm!
El buen Armando rodó notables títulos como Los de Marte son coños aparte, Fenomenal la sonda anal o Los pezones del espacio se comen despacio. Pero su mayor fracaso -de hecho, acabó con su carrera- fue El coñazo, película que estrenó clandestinamente en 1920 y que narraba las aventuras de unos exploradores que encontraron en mitad de la selva un coño gigante de origen extraterrestre. Como aventureros que eran, se metieron dentro a explorar, pero jamás salieron. La película era taaaaaaaaaan aburrida y mala que se acabó asumiendo coñazo como sinónimo de algo pesado, aburrido e insoportable.
Vale, es cierto, lo más seguro es que este señor y sus películas jamás hayan existido. Pero reconoced que os habéis echado unas risas a costa de los títulos. Vosotros os divertís, yo no os doy el coñazo con tanta etimología y este post –gracias a su soez contenido- tendrá muchas visitas. Todos ganamos.
 
Fuentes:
El gran libro de los insultos, de Pancracio Celdrán
Etimologías de Chile
www.esponjiforme.com
StackExchange

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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