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Israel y Palestina: países imaginarios a orillas del Mediterráneo

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Esta es la historia de dos países. Uno de ellos existe, producto de la intervención de terceras partes y de las mentes de unos hombres que decidieron crear un país de la nada en una tierra en la que nunca había existido. El otro existe sobre el papel y en la imaginación de los que lo sienten como propio, pero nunca ha llegado a levantarse allí donde debía.

Ninguno de los dos países tiene un siglo de historia y, sin embargo, la disputa entre ellos se extiende miles de años hacia atrás. A pesar de lo escrito y lo pronunciado, solo una parte de la disputa es religiosa o se fundamenta en el choque de sus mitos fundacionales. El conflicto entre Israel y Palestina tiene una de las motivaciones más simples de las peleas internacionales: la soberanía sobre un territorio. En este caso, sobre las tierras de la antigua región de Palestina.

LAS CAUSAS DE TODOS LOS MALES

Escribe el periodista italiano Stefano Malatesta que «cuanto más tiempo pasa, más cuenta nos damos de que la Primera Guerra Mundial es la causa de todos nuestros males». Si esta afirmación es cierta para Europa, aún lo es más para Oriente Próximo. Mientras que los países europeos se aglutinan hoy (mal que bien) en torno a la unidad europea, la inestabilidad en Oriente Medio es business as usual.

Con la victoria de la Triple Entente (Francia, Gran Bretaña e Italia) en la Gran Guerra, cayó el Imperio otomano. Tras su desaparición, las regiones que abrazaban sus fronteras quedaron desgobernadas. La Liga de Naciones (fundada entre varias naciones para mantener la paz mundial) consideró que los pueblos de la zona, una vez liberados del dominio otomano, necesitaban del liderazgo de los vencedores para ser capaces de gobernarse con autonomía. Con este objetivo, otorgó el Mandato para Palestina a Gran Bretaña. El reino de las islas quedaba al frente de las tierras que dibujan el extremo oriental del Mediterráneo; debía «ofrecer consejo administrativo y asistencia hasta el momento en el que sean capaces de mantenerse por sí mismas».

Al mismo tiempo, como reacción a la desaparición de los grandes imperios, se extendían los nacionalismos europeos bajo la premisa de «un pueblo, un estado». Al calor de esta corriente y como respuesta a la ola de creciente antisemitismo que asolaba Europa, nacía el movimiento sionista. La idea que defendía era simple: dejaba de hablar de los judíos como una comunidad religiosa para hacerlo como un pueblo, otorgándoles una identidad nacional. Y si a cada pueblo un estado, a los judíos les correspondía la Tierra Prometida, en el territorio de la antigua Palestina. Este cambio de paradigma precipitaría todo lo que sucedió a partir de entonces.

La demanda del movimiento sionista fue incorporada al Mandato para Palestina por la Liga de Naciones. Se reconocían así las conexiones históricas del pueblo judío con la tierra palestina y se les otorgaba el derecho a establecer allí su estado. Las naciones árabes, por su parte, reaccionaron en contra del mandato, considerándolo otra expresión del colonialismo europeo.

[pullquote]«Cuanto más tiempo pasa, más nos damos cuenta de que la Primera Guerra Mundial es la causa de todos nuestros males», Stefano Malatesta[/pullquote]

EL LIBRO DE LOS ÉXODOS

El acoso sufrido por los judíos en el Viejo Continente había crecido en intensidad durante el final del siglo XIX. A principios del XX, alcanzó niveles inaguantables con el Holocausto nazi. Entre 5 y 6 millones de judíos asesinados en uno de los mayores crímenes contra la humanidad cometidos jamás.

Esta persecución incesante obligaba a los perseguidos a migrar en cifras récord, la mayoría con destino a lo que sería Israel. Al mismo tiempo, el Movimiento Sionista era consciente de la necesidad de una población mayoritaria de judíos para llevar a cabo su objetivo de hacer del Israel imaginado un país real. Así lo manifestó David Ben Gurión, líder sionista y tercer primer ministro de Israel: «Solo un estado con al menos un 80% de población judía es un estado viable y estable».

Las cifras escalaron de 35.000 judíos recién llegados a Palestina en las dos últimas décadas del siglo XIX a casi un cuarto de millón en la década previa (1929-1939) a la Segunda Guerra Mundial. A causa de esto, en una Palestina aún bajo el Mandato Británico, las tensiones entre los dos grupos eran una constante. Inicialmente provocadas por motivos económicos o religiosos, con el crecimiento de la población judía, la posesión de tierras pronto se convirtió en el principal motivo de disputa.

Finalmente, en 1947, las recién constituidas Naciones Unidas (evolución de la Liga de Naciones) aprobaron la resolución 181 por la que se establecía un plan de partición para Palestina. Así, parte del territorio se dedicaría a un nuevo estado judío. La resolución establecía una partición casi a partes iguales, incluyendo la división de Jerusalén. Esta decisión reflejaba poco una realidad en la que los judíos representaban menos de un cuarto de la población y poseían menos de un 10% de la tierra palestina.

Aquel plan de partición, aceptado desde el primer momento por los dirigentes sionistas, fue recibido con rechazo por la Liga Árabe, la coalición formada por Egipto, Jordania, Siria, Líbano, Arabia Saudí e Irak.

Para la fecha en la que el mandato británico llegó a su fin, más de 250.000 civiles palestinos habían sido expulsados por las tropas judías de sus hogares.

Un día antes del fin del Mandato Británico, el 14 de mayo de 1948, Ben Gurión pronunciaba el discurso que declaraba la independencia del Estado de Israel. «La tierra de Israel ha sido la cuna del pueblo judío. Aquí se ha forjado su personalidad espiritual, religiosa y nacional; aquí ha vivido como pueblo libre y soberano; aquí ha creado una cultura con valores nacionales y universales […]. Queda constituido el Estado de Israel. La sesión ha terminado».

Al día siguiente, los británicos abandonaban Palestina por la puerta de atrás y la Liga Árabe declaraba la guerra al recién nacido estado israelí.

LA GUERRA, LA CATÁSTROFE, LA NAKBA

La guerra, ganada de forma incontestable por Israel, provocó una reducción considerable de los territorios árabes sobre lo establecido por la ONU. Al mismo tiempo, la guerra provocó la Nakba, la catástrofe: más de 700.000 palestinos terminaron desplazados y acabaron viviendo en campos de refugiados desperdigados por Oriente Próximo.

Los armisticios firmados entre los países de la coalición de países árabes e Israel inauguraron una paz aparente que duraría casi dos décadas, hasta el estallido en 1967 de la Guerra de los Seis Días, iniciada, de forma preventiva, por Israel. Se saldó a su favor; terminó ocupando el territorio completo de Palestina, así como zonas de Egipto, Líbano y Siria. Otras dos guerras se sucederían a continuación en un clima de agresiones continuas, hasta que en 1978 Egipto e Israel firmaron los Acuerdos de Camp David. Además de la devolución del desierto del Sinaí a Egipto, esta firma significó el principio del fin del conflicto árabe-israelí y el comienzo del conflicto palestino-israelí.

REVOLUCIONARIOS Y TERRORISTAS

«La diferencia entre el revolucionario y el terrorista se encuentra en la razón por la cual lucha cada uno. A quienquiera que defienda una causa justa y que luche por la libertad y liberación de su tierra de los invasores, los colonos y los colonialistas, simplemente no se le puede llamar terrorista». Las palabras pronunciadas por Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación Palestina, retratan el espíritu de las intifadas. Tras la firma de los Acuerdos de Camp David, y con el mundo árabe abandonando a los palestinos (al menos de forma oficial) a su suerte, el único camino es el de los levantamientos, las intifadas.

Los choques violentos en una Palestina ocupada estallan periódicamente. Durante la primera Intifada (1987-1993), murieron más de 3.000 palestinos y 127 israelís. La segunda Intifada, de 2000 a 2005 se saldó con más de 5.000 palestinos y más de 1.000 israelís muertos. En 2017 el amago de inicio de la tercera intifada no llegó a fructificar, a pesar de que EEUU acababa de reconocer Jerusalén como capital de Israel. Sin embargo, la impresión de que no es más que una cuestión de tiempo no desaparece.

Tras la segunda intifada, en 2005, Israel anunció su retirada de la Franja de Gaza. A pesar de ello, mantiene el área aislada. Cisjordania y los Altos del Golán (Siria) continúan ocupados. De acuerdo con Israel, es la única forma de mantener seguro su estado. Lo cierto es que los asentamientos israelís en la región cisjordana (árabe, de acuerdo con la resolución 181 de la ONU) siguen aumentando. Poco importa que su existencia sea contraria al Derecho Internacional.

[pullquote]«La diferencia entre el revolucionario y el terrorista se encuentra en la razón por la cual lucha cada uno. A quienquiera que defienda una causa justa y que luche por la libertad y liberación de su tierra de los invasores, los colonos y los colionalistas, simplemente no se le puede llamar terrorista», Jasser Arafat[/pullquote]

EL CONFLICTO DESPUÉS DEL CONFLICTO

La evolución de la disputa en los últimos años, lejos de ofrecer una esperanza de resolución, refleja lo enquistado que está el conflicto. Israel mantiene el control de Cisjordania y de los Altos del Golán sirios. La Palestina independiente se reduce a la Franja de Gaza.

Hasta el momento, todos los intentos de la diplomacia internacional de encauzar unas negociaciones que culminen con la salida de Israel de los territorios ocupados han fracasado. Además, tanto la política de asentamientos del gobierno israelí como los últimos movimientos de países como Estados Unidos apuntan a que el dominio de Israel sobre territorios palestinos está destinado a prolongarse en el tiempo.

Al final, los países son como el dinero. Existen porque los seres humanos nos agrupamos en torno a una ficción colectiva. Ningún país es real, y ningún país es imaginario. Los estados, expresiones concretas de realidades inventadas, tienen el problema de que, por su condición material, son capaces de provocar agresiones reales. Como la que empuja a 5,6 millones de personas a vivir en campos de refugiados (de acuerdo con la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina).

Hoy, Palestina es un estado sin país. Una nación imaginaria que existió, que existe, pero que nunca llegó a materializarse. Porque, al contrario que en el caso de las ficciones acordadas por otros pueblos, en el suyo se cruzaron dos guerras perdidas.

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