Sé intrépido al dinamitar las normas: para eso están, y más las de la literatura. Vigila tu primera frase, ese arranque feroz, delicado, elegante.
Evita escribir de lo que sabes o no saldrás de tu pellejo. Escucha las oraciones, las sílabas, los puntos y comas: por esa melodía transitará el ojo lector y se quedará en la abertura, en el estribillo o en el final, si ha merecido la pena escuchar la canción entera.
Sáltate los tópicos. Imita, pero no calques, hasta que tu voz sea única. Y, por supuesto, controla la última sentencia: simula que una historia se cierra, pero no hace falta forzarla o dejarla excesivamente limpia.
Estas máximas, que vomitadas así parecen simples azucarillos para letraheridos, son algunas de las que ha reunido el autor irlandés Colum McCann en sus 50 consejos para ser escritor, publicado en España por Seix Barral.
Un compendio de pistas para alcanzar el calificativo de novelista que bebe de la tradición anglosajona de impartir cursillos sobre creative writing o escritura creativa. Una paradoja curiosa, ya que se incentiva la creatividad a base de un esquema marcado. No hay mejor improvisación que la totalmente planificada, que dicen los profesionales del espectáculo.
Volúmenes con títulos de este tipo y universidades o academias que ofrecen talleres para encauzar al plumilla en ciernes avalan la propuesta. Una propuesta que nace con una curiosa paradoja: nadie puede enseñarte a escribir, porque todo lo que quieras expresar está dentro de ti.
Al menos, ese es el arranque de McCann, ganador del National Book Award en 2009 por Que el vasto mundo siga girando. «Aconsejar escribir abarca la contradicción», resume a este respecto el autor de ficciones como Transatlántico (2013) o Trece formas de mirar (2015).
«Lo prácticamente imposible es enseñarle a alguien cómo escribir. La clave es permitirle escribir, darle la oportunidad. El escritor debe mirar dentro de sí mismo lo más profundamente posible y acceder a esa voz personal. Es análogo a un pozo de agua. Cualquiera puede tener un pozo de agua. Pero debes salir de tu casa y caminar hacia él. Y debes bajar el cubo al pozo. Y luego debes levantar el cubo. Y luego debes llevar esa agua a casa. Se trata de trabajar duro para cumplir lo que necesitas», recapacita.
Aparte de este primer obstáculo, superado por el simple truco del esfuerzo, hay un segundo escalón que lo complementa: copiar otros estilos y otras voces para llegar a la tuya.
Para eso, afirma McCann, hace falta leer «promiscuamente». Embadurnarte de todo tipo de literatura para seleccionar tus referentes. Será a partir de esta base acolchada por otros desde donde se cimentará el toque propio. Así lo justifica:
«Para un escritor joven, lo común es imitar el trabajo de un escritor que le gusta. Debe copiar una fracción de un autor favorito –digamos Michael Ondaatje o Toni Morrison– para ver cómo combinan y crean oraciones. Entonces se podrán desviar por su cuenta».
«Robas e imitas hasta que se convierte en algo tuyo. Descubres tu propia voz al acceder a las voces de los demás», incide McCann, profesor de la Hunter College, en Nueva York. De estos primeros pasos se intuye si eres lo que él denomina un «explorador» o un «turista» de la literatura.
¿En que se distingue cada uno? «Un explorador no sabe cómo llegará al lugar o incluso si conseguirá llegar. El viaje es el misterio. Para un turista ya está todo planeado. Un verdadero escritor es un explorador. Entra en territorio que nadie ha intentado antes. Descubre nuevas tierras, y en esas nuevas tierras crean una historia que nadie ha escuchado antes», resuelve.
Todos podrán ser tildados de escritores, «de la misma forma que se le llama bailarín al que baila». Sin embargo, internarse entre las teclas del ordenador o los renglones del cuaderno tintado no te convierte en «un gran escritor», según las palabras de McCann, que vuelve sobre la idea de lo novedoso en muchos de sus consejos.
Buscar lo excepcional, lo no trillado, es, por ejemplo, alejarse de esa moda actual de la autoficción. «El regreso del yo», apunta el escritor irlandés. Un estilo que puede valer siempre que asombre.
«Ningún género está agotado, al igual que ninguna historia está agotada», ataja, «pero debemos continuar creando nuevos territorios para que nuestras historias habiten. El trabajo es continuamente abrir nuevos caminos».
Colum McCann es experto en compaginar enseñanzas directas con axiomas en ocasiones vaporosos, vaguedades lanzadas más al corazón que al cerebro. Por ejemplo, para el apartado dedicado a romper las reglas, él responde que «un escritor puede romper las reglas con el lenguaje, con la metáfora, con la estructura, con el significado o con el sonido».
«Hay muchas maneras de ser diferente. Al igual que hay 7.500 millones de personas en el mundo, hay 7.500 millones de formas de escribir», añade, sin mostrar casos significativos y dejando en el aire teórico esta supuesta transgresión.
Como contrapunto están los consejos más aplicables, como el énfasis en la importancia del arranque y el desenlace. «Es similar a la nota inicial y final de una sinfonía: proporcionan un contexto para lo que está por venir y, después de eso, para lo que sucedió. Por supuesto, en la vida no existe ni un final ni un comienzo verdadero al 100%. Pero en las historias siempre tiene que haberlos, porque son porciones de vida», anota.
Con este guiño al lector se van introduciendo los personajes. Según McCann, el escritor debe saber más de ellos que el lector, y presentarle solo una porción de sus rasgos. «Deberíamos sentir al personaje», matiza, «no necesitamos que nos cuenten demasiado sobre él o ella, pero al final deberíamos ser capaces de intuir todo sobre ellos».
Sostiene McCann que vivimos bajo la tiranía de lo superlativo. «Tenemos tanto miedo a la realidad que nos exageramos hasta a nosotros mismos», argumenta. Además, insiste a lo largo de estas páginas en las dimensiones caleidoscópicas de la novela.
Hay que cuidar los famosos elementos que la componen, como los personajes, el espacio o el tiempo, pero anteponiendo el lenguaje. «Lo es todo», subraya, dotándolo de un poder indiscutible. Incluso la trama, muchas veces pensada como el esqueleto sobre el que se ejercitan las palabras, depende de él.
Igual que debe primar la «textura» sobre los «hechos». «Estos son mercenarios. Los hechos pueden ser utilizados y abusados. La textura tiene mucha más libertad, nunca es absoluta. Encontrar la textura de una historia es encontrar el corazón de ella», analiza.
McCann asegura en el libro que «escribir es arte y verdad», quizás dejando de lado la imaginación. El rol que le da a esta cualidad es el de su papel intermediario, según apostilla por correo: «La imaginación se encuentra perfectamente en la brecha entre el arte y la verdad», contesta alguien para quien lo previsible es inane.
¿No hay nada bueno en lo ya pautado? «Generalmente, no», suelta sin dudar. «Soy pesimista de lo actual, aunque optimista de espíritu», se defiende después.
«Escribir es una forma de comunicación», concede en el ensayo. «También lo es la música y el arte. Cualquier forma en que podamos aprender a comunicarnos entre nosotros es hermosa», matiza ahora.
Para terminar, remarca uno de los ingredientes principales de toda creación: el esfuerzo. Responde con alegría cuando se le recuerda aquel «que las musas te pillen trabajando» atribuido a Picasso o la advertencia menos conocida de «escribir se hace con el culo», que esgrime Javier Reverte en uno de sus relatos de viajes.
«¡Hay inteligencia real al decir que la inspiración viene del culo!», exclama. «Sí, debes estar sentado en el momento. De lo contrario, no podrás hacerlo. Tienes que sentarte y luchar contra el vacío. Hay inspiración, sí, pero la inspiración solo se articula a través del trabajo duro». Y de sus consejos, claro.