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Sobre el contraste estético: cuando lo bello también es inquietante

contraste estético

Todos hemos escuchado la locución ‘El hábito no hace al monje’, una frase hecha que expresa que la apariencia externa de alguien no define su verdadero carácter. Tal vez conocemos otras sentencias de sentido parecido —‘No es oro todo lo que reluce’, ‘Las apariencias engañan’…—, pero estas contradicciones también se dan en el contexto artístico.

En el arte, pocas estrategias resultan tan efectivas —y tan arriesgadas— como el empleo del contraste estético o disonancia expresiva: una técnica que consiste en utilizar elementos formales que contradicen el contenido narrativo, temático o emocional. Lejos de ser novedoso, este recurso se ha explotado en múltiples disciplinas para suscitar sorpresa, incomodidad o reflexión, activando en el espectador una experiencia más profunda.

En fotografía, el trabajo de Diane Arbus lo ejemplifica a la perfección: en sus retratos aflora una belleza inquietante mediante personajes extravagantes y marginados. Lejos de mostrar modelos perfectos, Arbus prefería retratar a los freaks. Ahí nace la confusión del público, que se ve ante algo feo o vulgar cuando esperaba lo bello y, con ello, se quiebra lo establecido rompiendo el canon.

En cine, Stanley Kubrick lleva el contraste al extremo en La naranja mecánica: la brutal escena de la violación transcurre al ritmo alegre de Singin’ in the Rain. Esa disonancia convierte la violencia en algo grotesco, irónico y perturbador; la música no alivia la escena, la pervierte.

Más recientemente, Midsommar (Ari Aster, 2019) coloca una serie de elementos inusuales: luz diurna, naturaleza, el color blanco, flores… todo al servicio de una historia de folk horror que deja al espectador desubicado.

Esta fricción estética puede activar un estado de atención aumentada y, por tanto, una recepción más consciente y crítica: el cerebro intenta comprender, si puede, qué está viendo.

Dicho esto, he aquí tres novelas gráficas que exploran —a la perfección— esa contradicción.

Por qué leer Cuando el viento sopla

Jim y Hilda construyen un refugio antinuclear con la misma parsimonia con la que preparan el té. En su aparente ingenuidad se esconde una crítica: el autor, Raymond Briggs, convierte la ignorancia institucional y la obediencia ciega en un drama que no necesita exhibir violencia explícita ni verborrea política.

La radiación es el antagonista invisible que no solo destruye los órganos vitales de los protagonistas, sino también la ilusión de que mañana será un día mejor, de que todo acabará arreglándose, de que el sistema funciona porque para eso pagamos impuestos.

La construcción de los personajes es tan creíble que te sientes afligido por ellos desde el primer momento. El trazo, que recuerda a los álbumes de Teo de Violeta Denou, refuerza esa inocencia e infantilidad y subraya la vulnerabilidad de la sociedad —de ayer y de hoy— ante una tragedia a gran escala.

La obra, aparecida a principios de los ochenta y reeditada recientemente en castellano, sigue siendo uno de los relatos antibélicos más memorables.

Por qué leer Dulces tinieblas

A primera vista parece un libro ilustrado para la hora de dormir: acuarelas delicadas, formato grande, colores pastel. Bastan unas páginas para descubrir lo que no debería estar allí: el cuerpo de una niña descomponiéndose en mitad del bosque. De sus entrañas surgen diminutos seres que intentan organizarse como comunidad; pronto el hambre y el miedo desatan una fragmentada historia de crueldad y caos.

El dúo creativo Fabien Vehlmann/Kerascoët construye una pesadilla donde lo onírico y lo bello conviven con escenas sangrientas. Publicada originalmente en Francia, la edición española conserva la exquisitez visual que convierte el álbum en un cuento de hadas perturbador.

Por qué leer Bajo los árboles, donde nadie te ve

En Woodbrook todos parecen salidos de una serie infantil, tipo La Aldea del Alce: animales antropomórficos y fachadas de colores suaves dibujan la tranquilidad de un pueblo donde «nunca pasa nada malo». Pero Samantha Strong, osa parda y vecina ejemplar, esconde un secreto: mata… aunque nunca a sus vecinos. Cuando aparece un cadáver que no es obra suya, su pequeña norma se tambalea y empieza la caza del verdadero asesino.

Con esta obra, Patrick Horvath revisita el subgénero cozy y lo contamina de thriller. La edición en tomo único —candidata a los Premios Eisner 2024 a mejor serie nueva— incluye una portada tan discordante como irresistible: te obliga a frotarte los ojos dos veces.

Tres lecturas perfectas para disfrutar de la paradoja: a veces lo bello también puede ser inquietante.

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