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El flamenco al que ha de sobrevivir Rosalía

La primera vez que Enrique Morente apareció sobre un escenario con Lagartija Nick, los flamencos sacaron las navajas. En marzo de 1996, aún no se había editado Omega, el disco que convirtió al ronco del Albaicín en leyenda. El cantaor se presentó en el Teatro Albéniz con Tomatito y con un repertorio cercano a lo habitual en un certamen de flamenco clásico.

Pasada la hora de recital, cayó un telón al fondo del escenario y se desató el huracán eléctrico provocado por la banda de rock que puso el músculo a Omega. «Estuvimos una hora sin poder salir porque el hall del teatro estaba lleno de gente discutiendo», recordaba Antonio Arias en Omega: Historia oral del álbum que unió a Enrique Morente, Lagartija Nick, Leonard Cohen y Federico García Lorca.

Esas son las cosas que pasan en este país con la política, el fútbol, la tortilla de patatas y el flamenco. Ya había pasado cuando Camarón se encerró a grabar La Leyenda del Tiempo. Pasará con cada cosa que trate de mover las patas de la mesa. Y así hay que querer al flamenco, siempre rotundo, intenso y extremo.

Por eso, resulta difícil imaginar que Silvia Cruz Lapeña pudiera haber escrito Crónica Jonda (Libros del KO, 2017) sin todas las tripas que contiene el libro. «La música va acompañada siempre de esa carga emocional, creo. El flamenco es muy difícil de tocar y de cantar, también de bailar, y eso me provoca una reacción muy potente», explica la periodista.

Las últimas trincheras se excavaron ayer mismo, cuando Rosalía lanzó su último vídeo, Malamente, y regresó el tiroteo. Malamente es la visión de España de Rosalía igual que This is America es la visión de EEUU de Childish Gambino: una propuesta dialéctica destinada a terminar con el sosiego.

Rosalía ha sido acusada de apropiación cultural en una escena, la del pop, que está construida exclusivamente en base a apropiaciones. Ha indignado a una parte de la cultura andaluza (ella es catalana) y a activistas de la cultura gitana (ella es paya) como Noelia Cortés, que lleva meses acusando a la cantante de utilizar los símbolos gitanos para entregarse a mamarrachadas.

Pero con todo, quizás Rosalía sea el primer paso en el flamenco de muchos jóvenes que se encuentran fuera del nicho jondo y que son incapaces de acercarse por senderos más canónicos.

Se empieza por una saeta…

No fue así como Silvia Cruz llegó al cante gitano. «La primera vez que tuve contacto con el flamenco en directo (que es el que cuenta, creo) fue en una Semana Santa. Yo tenía 5 años, aún no vivía en Baena (Córdoba), pero estaba de vacaciones y mi padre me llevó a ver una procesión. De pronto salió una señora de un balcón y se puso a cantar», explica la barcelonesa.

«Yo recuerdo que el corazón me latía muy fuerte, que me agarré a la pierna de mi padre y sentí miedo, pero de alguna manera también placer. Luego llegó la peña flamenca, a la que nos apuntó mi padre en cuanto fuimos a vivir al sur. Y allí, por tientos tantos, empezó de verdad todo esto».

Así comenzó su vida y así comienza Crónica Jonda, que se plantea como una historia de carretera en la que la periodista se encuentra en permanente tránsito vital. Cada parada es un repaso a algún vericueto del flamenco y cada trayecto es un pasaje de su vida. Así, en el libro, Cruz y flamenco se entrelazan en una misma entidad.

La catalana necesitó crear este mapa de carretera para salir de la desidia profesional. Barcelona, Sevilla, Baena, Ámsterdam, La Unión… «Un día me di cuenta de que no le estaba sacando nada bueno a esto de ser freelance. Y me dije «sal a la calle, no duermas en casa, coge trenes, aviones, lo que haga falta y si no te sale a cuenta, no sufras; la mayoría de las cosas que haces desde casa tampoco son rentables». Lo hice y no fue rentable, pero ha sido un viaje maravilloso. Tanto, que aún sigo en él gracias al libro», señala.

Crónica Jonda es, más allá de la entraña flamenca de Cruz, un repaso a la historia reciente del cante jondo. Se abre con la mañana que Paco de Lucía abandonó su cuerpo en Playa del Carmen (México). Ese día se cerraba el capítulo más destacado del último medio siglo flamenco. Se abría el pesimismo ante el futuro porque a ver quién es el guapo que sustituye a Paco. A Camarón. A Enrique. Pero el peor abismo no era ese.

Cruz critica la escasa consideración de uno de los signos de identidad de la cultura popular española. «El reconocimiento académico e institucional del flamenco es escaso, también entre el público, pero creo que en eso influye mucho el hecho de que en España, los colegios e institutos enseñan poca música y en general, sabemos poco de música».

«A veces, lo único que la gente reconoce como flamenco es lo que ven en programas como La Voz. No sé por qué se desprecia un legado como este. Quizás porque aún mucho creen que es algo de juergas privadas, de conciertos de pachanga, música de poco nivel o como aún creen otros, una música franquista».

El porvernir

Silvia Cruz está tranquila. Si no hay figuras como las de antes en el flamenco actual, las habrá en algún momento. «El nivel musical de los flamencos hoy es alucinante. Mira la guitarra, por ejemplo: las tenemos por encima de nuestras posibilidades y lo digo así, medio en broma, pero es muy serio».

Cruz menciona a Renaud García Fons como candidato a heredero de Paco de Lucía por la capacidad de abrir la puerta del purismo para que entren los menos iniciados. Es al que ve con más alcance a pesar de que ni siquiera toca la guitarra.

«Viene de la música clásica y el jazz, es francés y contrabajista, pero, madre mía; si lo escuchas por soleá, no tienes duda de que ese es el tipo de músico que puede darle una vuelta a todo esto y no durante un rato o un disco, sino para la posteridad».

La barcelonesa también habla de Rocío Molina como «diosa del baile». Y comienza el repaso a la mujeres que, al igual que en el resto de las parcelas de la sociedad, han tenido el papel que han tenido.

«Cuando alguien me dice que las artistas han hecho siempre lo que han querido para contradecirme, les contesto que de manera amateur a mí no me sirve. Yo he hablado con algunas que habrían querido una carrera, pero solo cantaron en sus casas, sus fiestas y con sus familias».

Así, quedaron relegadas especialmente al baile o al cante y, muy residualmente, al toque, que cuenta con nombres como Antonia Jiménez o Marta Robles como exótico ejemplo de una visibilidad que tiene que ampliarse de manera radical.

Existen intentos de desviar la senda como Flamenco on Fire, que dedica su edición de 2018 a la figura de la mujer en el flamenco y cuenta con Estrella Morente, Eva Yerbabuena, Mayte Martín con Belén Maya, La Tremendita o Lole Montoya.

Alguno más atrevido aún, como la edición de 2017 de Flamenco Diverso, que trató de visibilizar la presencia del colectivo LGTBIQ en lo jondo.

Cruz ha escrito sobre La Reina Gitana pianista; sobre un buen puñado de mujeres guitarristas o sobre letras flamencas que, como es lógico, también retratan a la mujer de una manera tradicional. «No me vale que me digan algunos de mis compañeros, que lo hacen, que también hay letras que ensalzan a la mujer. Sí, como madre y como belleza la mayoría de las veces. Pero lo siento, no me sirve un piropo para neutralizar una paliza».

Silvia Cruz Lapeña se miró dentro para contar algo que, claro, va por ahí: el temblor que provoca el flamenco asimilado y sentido. Dice que es bastante contenida y que, a pesar de la intensidad narrativa, «no hay ningún dato que no se haya contrastado, ni un tema que haya filtrado mi cabeza varias veces antes de ponerlo ahí. Mucho más que por mi barriga, pero también creo que el periodismo puede ser riguroso, ser cálido y ser apasionado sin caer en el sentimentalismo». Pues ole.

Del ventorrillo a Spotify: ¿está de moda el flamenco?

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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