Intentar definir a Dave McKean es arriesgarse a caer en el reduccionismo. Su principal actividad profesional es la ilustración y los cómics, pero McKean es también guionista, fotógrafo, realizador cinematográfico, diseñador gráfico y músico de jazz. Una personalidad poliédrica que hace pensar que, en el fondo, todas esas actividades son diferentes formas de canalizar un único objetivo: contar historias.
«Sí, es exactamente eso. Todas las cosas son lo mismo. Es buscar las mejores soluciones para transmitir lo que quiero contar. En ocasiones la idea grita “¡necesito música!” o “¡necesito movimiento!”. En ocasiones me grita “¡necesito imágenes estáticas!”. Todo se reduce a encontrar la mejor voz para contar esas historias», indica.
Una de esas historias, la que le ha traído a Madrid dentro de las actividades organizadas por Ford Vignale Firsts en Casa Decor, es Black Dog. En este libro, McKean repasa la vida de Paul Nash, un pintor que combatió en la Primera Guerra Mundial y cuya experiencia lo marcó trágicamente. Un proyecto que surgió por encargo de una fundación que deseaba mostrar las secuelas de ese conflicto bélico y que se ha convertido en uno de los trabajos más personales de McKean.
«Los efectos psicológicos de experiencias traumáticas son una constante en mis historias. Me interesa investigar sobre cómo te ves involucrado en esas vivencias y cómo te transforman. En ese sentido, creo que hay pocas cosas tan traumáticas como la guerra y especialmente la Primera Guerra Mundial», relata. «Nunca hasta entonces se había visto una cosa semejante. Por eso me parecía buena idea tomar a una persona y explorar sus pensamientos y sentimientos sobre ese hecho. Puede que haya otros pintores técnicamente mejores que Paul Nash, pero mientras que para los demás artistas o escritores que vivieron la guerra las bombas explotaban su alrededor, para Nash las bombas explotaban dentro de su propia cabeza».
En el estilo de McKean se mezclan estéticas y estilos muy diferentes. Desde el realismo más académico al surrealismo, el expresionismo, la abstracción o el dibujo de cómic que desarrolla con todo tipo de técnicas.
«En la historia de Nash hay un montón de emociones y atmósferas. Abordó su infancia, la relación con sus padres, la experiencia de la guerra, sus sueños, sus sueños amplificados con esas experiencias de la vida. Hay un montón de sentimientos que contar y sería una locura dibujarlas con el mismo estilo. En ocasiones cojo el lápiz con la mano izquierda, en otras utilizo un ladrillo para conseguir texturas, hago todo tipo de cosas siempre que la historia lo necesite. No para ser más complejo ni para ser más oscuro, sino para contar mejor las cosas».
Esta búsqueda incesante de la mejor forma de narrar y esa experimentación permanente son otras de las constantes de la obra de McKean. «Es lo que me mantiene fresco», reconoce y añade que «hacer el mismo dibujo o la misma pintura una y otra vez es lo más parecido a mi idea del infierno. Cuando hago eso me vuelvo vago y me aburro. Me sucede con los libros ilustrados, que me encantan pero, en el fondo, es dibujar lo mismo una y otra vez. En esos casos hay un momento álgido de satisfacción que, poco a poco, va decreciendo a medida que desaparece el entusiasmo y aumenta la sensación de que no va a suceder nada nuevo. A mí lo que de verdad me gustan son los los retos, no saber qué va a pasar».
Ese misterio permanente, esa improvisación constante acercan la obra gráfica de McKean a otra de sus pasiones: el jazz.
«Sí, se puede decir que hay una relación directa entre el jazz y mi trabajo. Es muy duro inventar de la nada cosas originales cada noche. Cuando funciona es lo mejor que te puede suceder en la vida, pero el tiempo que pasas mientras piensas en cómo vas a resolverlo es muy complicado. Creo que esa incertidumbre es lo que explica que haya tantísimos músicos con vidas difíciles, adictos a las drogas o muertos prematuramente. Muchos prefieren no correr ese riesgo y recurren a trucos. Al público le gusta y no hay mayor problema. Pero los que sí que aceptan ese reto se dan cuenta de que es muy difícil. Por eso tienes que tener un cierto equilibrio. Tienes que tener a tu familia, a tus hijos. Con eso no quiero decir que yo sea un buen músico, pero sí he tocado con gente que lo era y te das cuenta de lo complicado que es conseguir ese nivel».
Los referentes creativos de Dave McKean son tan diversos como su propia obra. Muchos de ellos ni siquiera proceden del mundo de arte. Para citarlos a todos, tendría poco menos que afincarse en Madrid y esta entrevista no acabaría nunca. Para simplificar cita a dos de ellos: el músico de jazz Miles Davis y el pintor Pablo Picasso. «Queda un poco recurrente citar a Picasso porque lo hace todo el mundo, pero para mí su interés reside en que, como Miles Davis, encontró un lenguaje, lo exploró completamente, como nadie lo había explorado hasta entonces, lo olvidó y buscó otro. Los dos buscaron otros lenguajes y nunca se repitieron».
Después de casi 30 años trabajando, parece que Dave McKean también ha encontrado su propio lenguaje. «Bueno, eso ha sucedido hace unos siete u ocho años. Creo que sólo desde entonces los dibujos, los libros, los cómics, las fotografías que he hecho expresan bastante fielmente mi mundo. Mis preocupaciones, mis intereses políticos, sociales o religiosos. Creo que desde hace siete u ocho años por fin he encontrado qué decir y cómo decirlo».
Si atendemos a las fechas expresadas por McKean, uno de sus trabajos más famosos, Arkham Asylum, la versión de Batman que realizó junto al guionista Grant Morrison en 1989, no entraría en esos proyectos de los que se encuentra más satisfecho. De hecho, no lo está en absoluto.
«Hay dos cosas que se deben tener en cuenta en mi trabajo sobre Batman. Una es el efecto que el libro tuvo sobre los lectores o los ilustradores. Es un álbum que ha inspirado a otros autores, que les ha hecho pensar que se podía ser más ambicioso en sus planteamientos artísticos, todo eso es fantástico. Es algo que no está en mis manos porque una vez que lo acabas, el libro sigue su curso, pero es cierto que en ese sentido no puedo desear nada mejor.
»Otra cosa es lo que ese libro significa para mí. A pesar de todas las cosas buenas que pueda tener, la realidad es que está cimentado sobre la figura de un superhéroe. Para mí los superhéroes son entretenimiento para niños. Comenzaron en la Segunda Guerra Mundial e hicieron un gran trabajo de propaganda. Estados Unidos, la lucha contra los nazis, los aliados, las fuerzas del Eje… Eran trabajos de agitpro donde todo era blanco o negro».
Aunque es consciente de que sus opiniones sobre sus propios trabajos de cómic pueden desilusionar a muchos de los fans de los superhéroes, McKean prefiere ser honesto. Dedicó buena parte de su vida a dibujar Arkham Asylum para el gigante editorial DC y ahora reconoce que desearía haber dedicado ese tiempo a hacer cualquier otra cosa.
«Creo que el efecto que los cómics de superhéroes tienen en nuestra cultura es enormemente destructivo. Incluso creo que toda esa fantasía, esos planteamientos tan simplistas tienen una estrecha relación en el éxito de personajes como Donald Trump. Los cómics de superhéroes infantilizan la cultura y no me siento orgulloso de haber participado en ello. El panorama de cómic actual es infinitamente más más rico y complejo, trata de todo tipo de temas y no tiene prejuicios de lo que un cómic debe o no debe ser. Me gustaría animar a la gente a que explore ese territorio, que descubra por ejemplo a Lorenzo Mattotti, que para mí es uno de los mejores dibujantes de cómics de la historia».
Escuchando el testimonio de McKean surge de nuevo la cuestión de si los artistas deben o no comprometerse políticamente y hasta qué punto sus obras tienen una responsabilidad para con la sociedad en las que surgen.
«En mi opinión sí creo que el artista tiene una responsabilidad social. Pero en la medida en que yo lo entiendo, no es una cosa que deba encauzarse a través de las declaraciones políticas explícitas, cosa que me parece muy bien que las haya, sino de manera más personal. Tal y como yo lo veo es una cosa muy semejante a cuando vas en un avión y caen las máscaras de oxígeno: primero colócate tú la máscara y luego ayuda a los demás a ponerse la suya. Creo que la obligación de los que realizamos trabajos creativos es ponernos primero la máscara, saber cuál es nuestro valor en la vida, cuales son nuestras necesidades y cómo encajan con las del resto del mundo».