Categorías
Entretenimiento

¿Cómo decía Bécquer «cómeme la boca»?

A David Araújo le gustan las palabras. Sobre todo, las que componen versos y bellos pasajes literarios. Quizá esa es una de las razones que le han llevado a este vigués a estudiar Lengua y Literatura españolas en la UNED, después de haber sido jugador de fútbol, haber estudiado Derecho económico, vivir unos años en Manila y en Pekín, y ser funcionario.

A través de su cuenta Chuzo de punta, empezó a darse a conocer en X gracias a dos tipos de tuits. En unos da los buenos días al personal con salutaciones como «Arriba, socotroco de la noosfera, armento de marmolillos soferos, de pecheros heterónomos rabisalseros y de daimios de cototo bandul; amelarchiados a la solombra de nacaspilos, adeliñad pirriquios sobre las yurés en carnícoles».

Estos, cuenta, nacieron cuando vivía en Asia. «Hasta mis dos o tres de la tarde, la gente en España (que es con la que más interactúo) no empezaba a tuitear y yo, de vez en cuando, tuiteaba mi impaciencia y soltaba algo del tipo de «Pero levantaos, gandules, que me tenéis aquí hablando solo», con palabras que iba encontrando en textos de libros, muchos de ellos de autores clásicos o en castellano antiguo».

Poco a poco, empezó a alargar aquellos saludos hasta que «ya la esencia era hacer un sindiós de palabras». Y aquí nos tiene a quienes le seguimos, pasando un buen rato en el Diccionario si queremos entender qué demonios nos está diciendo.

Algo tenemos que poner nosotros de nuestra parte en este diálogo. Al fin y al cabo, él pasa buena parte de su tiempo anotándolas cuando le saltan a la vista en notas que guarda en su móvil y clasificándolas por categorías: insultos, acciones, grupos de personas, bonitas, curiosas… Gracias a ello, a su lado y de su mano podemos comprobar la viveza del lenguaje para ir acomodándose a lo que exigen los tiempos.

«Creo que la selección natural de los idiomas es algo fascinante, y hay una sabiduría colectiva, inconsciente, para preservarlo, modificarlo y ajustarlo en función de nuestras necesidades comunicativas». Él las atesora como un matemático se deleita aprendiendo fórmulas; al fin y al cabo, forman parte de su interés. Pero no cree necesario que todos los hablantes debamos almacenarlas en la memoria para evitar dar la imagen de ignorantes.

Aunque matiza: «Sí que es una pena, o al menos a mí me lo parece, que no se dé importancia a hablar con propiedad; no hace falta tampoco tener un desmesurado caudal de vocablos en la mente para comunicarse, pero, hombre, de ahí a que, en pro de la bendita concisión o de la comodidad, se vayan dejando de lado expresiones y conceptos que aportan matices y, por extensión, riqueza comunicativa igual no es una tragedia, pero sí una pena».

Porque, en su opinión, «está bien tener la expresión «el cosito ese» para cuando no nos venga a la mente la palabra exacta o utilizar «en plan» de vez en cuando como conector, pero acomodarse a utilizarlos de forma recurrente, arrinconando sus alternativas, es una forma de mermar nuestra comunicación, porque se pierde precisión».

Tú dices… Bécquer decía

No es la primera vez que se lamenta por ese gusto actual de ir al grano, tan al grano que perdemos matices y calidad comunicativa. Ya escribió hace años un artículo con un alegato a favor de la explayación. «Yo digo “¡joder con la concisión!”. Que sí, que la concisión está muy bien, pero ahora parece que se desprecia todo lo que sea un poco largo, que des una explicación. Además, esto es un poco como en lo económico: al final, lo barato resulta caro. A veces quieres ser tan conciso con algo que yo me quedo que no lo entiendo».

Y se lamenta: «¿Tú no tienes la sensación, en general, cuando te comunicas y hablas con la gente, de que incluso tienes que darte prisa en decir las cosas porque es como que estás aburriendo? El ambiente, en general, nos obliga incluso a los que nos gustaría explayarnos a no hacerlo, porque te quedas con la sensación de que estás interrumpiendo, que les estás robando tiempo».

Quizá impelido por esas aparentes demandas de quienes le escuchan y le leen en X, se haya atrevido a escribir sus tuits más conocidos, esos en los que resume en palabras de hoy expresiones y versos clásicos. Los mismos, o un buen número, al menos, que ha recopilado en el libro Tú dices… Bécquer decía publicado en la colección Maresía de Pie de Página.

«Una de las cosas buenas de las redes sociales es que tú puedes hacer aportaciones sobre algo que te llama la atención, por muy friki que parezca. Esto, en otros ámbitos, es más complicado: en un grupo que no es de tu entera confianza igual no te atreves a sacar el tema, no ves el modo de decir “mira qué manera tan maravillosa de decir qué ganas de empotrarte tenían en el Renacimiento”. Yo creo que es eso, que se trata de compartir un entusiasmo que algo te genera con quien lo quiera compartir. Y, en este caso, es muy sencillo, porque las palabras se hacen visibles solo con escribirlas, no necesitas explayarte para darles visibilidad».

Lo cierto es que Araújo nos pone frente al espejo dos maneras de expresar una idea totalmente diferentes. Pero él dice que, más que una traducción, lo que hace es comparar cómo se decía antes y cómo se dice ahora. Y el resultado tiene un punto humorístico que quizá, a algún lector, le despierte la atracción por la poesía y por la literatura clásica, en general.

Porque esa es la que más le gusta a él leer, además de escritores de finales del XIX y principios del XX como Galdós, Pardo Bazán y Clarín. «Aunque son mucho más cercanos en el tiempo, no deja de sorprender el hecho de que hace más de un siglo calcasen muchas de nuestras preocupaciones sociales y políticas actuales, y nos iluminan sobre cómo expresarlas. Pero claro, el efecto del contraste que se busca para que llame más la atención las diferencias se obtiene mejor con los más alejados en el tiempo».

Para Araújo, la poesía es uno de sus géneros favoritos. «Emociona e ilumina, y siendo algo que se suele disfrutar en soledad, te hace sentirte menos solo al mostrarte caminos, sensaciones, estados de ánimo o ideas que no son fáciles de expresar y que, cuando alguien sabe hacerlo, sea en un poema o en un fragmento literario, te sientes de alguna manera comprendido y acompañado», explica el por qué de su atracción por la lírica.

«Un buen verso, y no solo hablo de ese buen verso reconocido por la mayoría, sino ese verso bueno para ti, ese que cae al alma como al pasto el rocío, te puede arreglar un mal día y arreglarte muchas cosas por dentro».

Sin embargo, también puede ser un género opaco y difícil de entender para el lector que no está hecho a los versos, algo que, probablemente, sea una de las razones por las que no es un género tan popular como la narrativa. «Es que hay poesía muy compleja y, a veces, como en todo —pues pasa también con el cine, por ejemplo, o con la disposición táctica de un equipo de fútbol—, parece que, si no te vas a lo complejo o a lo establecido, no tienes sensibilidad para apreciarlo».

En su opinión, «no se trata de demostrar nada; tú tienes derecho a disfrutar con lo que sea susceptible de disfrute para ti. Si a ti algo te cuesta entenderlo, es una pena que no hagas un esfuerzo por hacerlo, porque a lo mejor con ese pequeño esfuerzo llegas a un nivel de comprensión que te va a hacer disfrutar mucho de ello, pero tampoco hay que volverse locos por forzar el deleite de algo que se te hace engorroso». En definitiva, para disfrutar de algo hay que olvidarse de los cánones y dejar de lado los prejuicios. Todo ello puede servirte de orientación, pero nunca ha de ser una imposición. Lo adecuado es buscar qué le conviene a cada uno.

Sus tuits son, simplemente, una manera más lúdica de acercar al público a la poesía y a la literatura elevada utilizando el humor. «Las redes sociales están para divertirse, sobre todo. A lo que a uno le resulta entrañable, como los sentimientos y las formas de expresarlos, siempre le queda bien algo de socarronería». Además, todo es susceptible de ser poético, incluso esas expresiones tan de andar por casa que usamos a diario, sin darnos cuenta de que estamos recurriendo a una de las herramientas poéticas por excelencia: las metáforas.

«Lo coloquial, sobre todo en nuestra lengua, siempre ha sido un filón. Solo hay que leer a Lorca, con aquello de que “era mozuela pero tenía marío”, por ejemplo, y todo el valor e influencia que tuvieron y siguen teniendo las cancioncillas populares en nuestra literatura. Pero algunas expresiones son ya casi frases hechas: «hacer la cobra» o «planchar la almohada» o «meterse en el sobre» a mí me parecen de una brillantez metafórica…, una forma preciosa de dar en el clavo con la analogía, dignas de Calderón o de Garcilaso; pero están asociadas a expresiones vulgares».

Recopilar los tuits que debían formar parte de este pequeño librito no fue fácil. Tuvo que renunciar a muchos «porque había que amoldarlos a los temas en que se clasificaron y al hilo argumentativo que los comenta». En Tú dices… Bécquer decía cada bloque en el que se clasifican temáticamente esos tuits va a acompañado de su pertinente explicación, algo que corresponde a la línea editorial de toda la colección de Maresía.

«Hombre, ya puestos a dar la turra, pues si podemos dar algún dato, lo vamos dando… Pero siempre teniendo en cuenta que yo no soy, ni de lejos, un experto en literatura (ni siquiera he acabado el grado que estoy estudiando) y a manual no llega el libro. Porque lo que hay ahí, más que intención de enseñar, porque no soy la persona más indicada para ello, es afán de compartir admiración por la literatura, la poesía y el lenguaje en general».

Salir de la versión móvil