La arquitectura juega con las formas, los materiales y el espacio, determinando cómo los seres humanos encajamos en ella y la hacemos encajar en nuestra forma de vida, al mismo tiempo.
El realizador y fotógrafo canario Derek Pedrós ha dedicado buena parte de su carrera a explorar la poesía que se esconde en ella, llevando esa exploración un paso más allá, donde la arquitectura se funde, además, con la danza. El movimiento, para Pedrós, se transforma en una herramienta que revela las cualidades atmosféricas de esa disciplina y donde el cuerpo humano actúa, a su vez, como instrumento que revela los atributos invisibles del espacio en el que se mueve.
Así lo deja ver en piezas dedicadas a icónicos edificios como Torres Blancas y el Hipódromo de la Zarzuela, en Madrid, y ahora en la Casa No Tempo, del arquitecto portugués Manuel Aires Mateus, ubicada en El Alentejo (Portugal).
Arquitectura y fotografía (cine) me encajan sin esfuerzo. ¿Pero la danza? ¿cómo entra en esa ecuación?
Para mí fue una evolución natural, casi inevitable. Cuando decidí dar el paso de la fotografía estática al vídeo, centré mi foco casi exclusivamente en la danza contemporánea, ya que venía del mundo de la danza urbana. Fue en ese mundo donde me especialicé y desarrollé mi carrera durante bastantes años. Esa inmersión me ayudó a desarrollar una sensibilidad por el movimiento y por el propio espacio, aprendiendo a verlo no como un mero fondo en donde ubicar la acción, sino como un elemento de igual importancia con profundas implicaciones emocionales.
Al principio utilizaba el espacio natural como una proyección de los estados internos que quería representar con los bailarines, como una expresión física de su mundo interior. Sin embargo, con el tiempo surgió una pregunta que planteó un proceso inverso: ¿qué sucede con esos estados emocionales cuando el propio espacio ha sido diseñado deliberadamente para hacernos sentir de una manera específica? Esa interrogante fue la que despertó mi fascinación por la arquitectura.

Comencé a investigar y descubrí figuras apasionantes como Luis Barragán, Ricardo Bofill, Peter Zumthor o Tadao Ando, creadores y pensadores que traspasaban las limitaciones de su medio para intentar abarcar todas las inquietudes de la experiencia humana. Estos despertaron un interés mayor por la arquitectura en toda su extensión. Al principio intenté recorrer este interés por separado, pero todo terminó de resolverse gracias a un ejercicio de serendipia, gracias a un bailarín de Canarias, Javier Arozena, que me planteó una pregunta muy sencilla: por qué abandonaba mi experiencia en la danza para investigar la arquitectura, por qué no utilizarla.
Ahí me di cuenta de que no tenía que elegir y cambié el foco. Dejé de intentar separar la danza para empezar a utilizar el propio movimiento como una herramienta para entender el espacio. En esta búsqueda de entender qué es el habitar, para mí, colaborar con personas que tienen una forma de percibir el mundo de manera diferente a la mía es la clave para hacerme preguntas nuevas y más profundas que me permitan comprenderlo.
Esta especie de liminalidad me resulta mi lugar natural y es donde me siento más cómodo. Él no pertenece del todo a un círculo como para vivir bajo sus limitaciones y lo suficientemente alejado del mismo como para no tener certezas de un experto que me apaguen la curiosidad.

¿Qué tiene que tener un edificio, una casa… para que llame tu atención y te resulte inspirador?
Sinceramente, me interesa mucho entender el porqué detrás de los edificios mucho más que su forma final. Y para ello intento posicionarme siempre ante la arquitectura desde la curiosidad, como un aprendiz en un proceso constante de descubrimiento.
Aunque hay formas estéticas y estilos específicos que me atraen —por ejemplo, el uso de la luz es algo que me cautiva—, ahora mismo mi interés es profundizar en la historia y en los iconos de la arquitectura. Me atraen especialmente aquellas obras que fueron hitos en su momento o que lograron integrar lo constructivo, cultural y artístico de una manera tan magistral como, por ejemplo, lo lograron en España las obras de Fernando Higueras, Alberto Campo Baeza o RCR Arquitectes.

Este camino recién comienza para mí, y me apasiona. Sé que tengo mucho por aprender, por eso me rodeo de arquitectos que puedan guiarme en este proceso de descubrimiento, con toda la paciencia y dedicación que merece.
Siento también que este proceso no es solo una manera de entender la arquitectura, sino también una manera de entenderme a mí mismo, mis inquietudes e identidad artística, saber cómo es mi manera de mirar y de estar en el mundo.

¿Cómo sitúas el cuerpo humano en tus composiciones? ¿Qué papel juega y qué quieres transmitir?
Primero, al investigar un espacio, suelo decidir qué lugares son más representativos para contar la totalidad del mismo. Busco crear un marco de trabajo, unos límites para poder entregárselos al bailarín, que será quien trabaje e incluso rompa esos límites. Hay muchas veces que, al cruzar las fronteras físicas que he marcado, rompen mi propia capacidad de entender el espacio, llevándome a descubrir aspectos que no consideraba del mismo. Es su manera de habitar el espacio, su capacidad para transitarlo, lo que me permite profundizar más y más en entenderlo.
Trabajo siempre con movimiento real, no con poses. Intento transmitir la experiencia real de lo que estamos viviendo.

Y sobre la composición: soy una persona principalmente visual. Concibo el mundo a través de imágenes y tengo una tendencia natural hacia la concreción y contención. Me obsesiona la sencillez y la síntesis. Creo que es, en parte, por ser de Canarias, donde siento que damos la importancia que merecen las cosas sencillas. Para mí, la composición es la herramienta que utilizo para que la idea gane en claridad, eliminando todo el ruido innecesario.
Mi forma de trabajar es un ejercicio constante de compresión y descompresión temporal y emocional. Primero busco concretar la experiencia por medio de la fotografía fija, concentrando el momento. Y de ahí transito al vídeo para intentar extender esa concreción en un tiempo más dilatado, que permita ver esos matices que escapan de la fotografía.

¿Cómo es el proceso de creación de uno de tus vídeos? ¿Qué pasos sigues?
Es un proceso que va madurando desde lo intelectual hasta lo vivencial. Para mí todo comienza con la documentación. Investigo todo lo que pueda sobre la historia del edificio, su contexto, cómo se ha representado anteriormente y también sobre el arquitecto y su obra para entender el motivo de ser y no quedarme solo en la superficie estética.
Toda esta investigación la utilizo como punto de partida para poder ser consciente de qué hay debajo de mi interpretación del lugar. Creo que es importante para poder tratarla con respeto.
Una vez que tengo esa base intelectual, decido en base a la identidad y personalidad qué bailarín o bailarina será más indicado para dialogar con ese lugar. Y una vez tengo claro quién tiene que ser, comparto con esta persona mis impresiones para tener un punto común desde donde empezar a investigar.
El siguiente paso es el tiempo. Necesito pasar tiempo en el espacio, con mi libreta y mi cámara, dejando que se caigan mis prejuicios iniciales para que surjan las preguntas adecuadas.
Solo después comienza el diálogo físico.

El movimiento que surge no está concretado; transita sobre la percepción e ideas del bailarín dentro de unos límites que le he marcado. A veces partimos de un interés común por algo en lo que coincidimos, como puede ser la luz, la textura o el sonido, o los propios contrastes de nuestras diversas formas de percibir. Esos estímulos dan pie a investigar con el movimiento y a ubicarse dentro del espacio desde una sensibilidad que va más allá de la mía. Es en esta conversación y en esta experiencia compartida donde empiezan a materializarse los resultados. Creo que es muy importante dejar surgir.
Ya después en edición, me siento a interpretar y ordenar en su forma final esa experiencia.