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La meditación también tiene efectos negativos, y muy chungos

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Foto: Konstantin Stepanov. Flickr.com (CC)

Haz yoga. Te hace falta relajarte. El taichí te arregla el chasis y la mente. Medita. Lo ves todo con más claridad. Cambias de perspectiva. Como toda buena nueva, la meditación se vende revestida de valores incuestionablemente positivos. Sin embargo, como cuenta un estudio publicado en PLOS One esta práctica provoca, a veces, efectos perturbadores como estrés, náuseas, insomnio o bajones anímicos.

Como cuentan a Yorokobu los investigadores Jared Lindahl y Willoughby Britton, «no siempre se ha investigado la amplia gama de efectos que se asocian con la meditación». La decantación por efectos limpiamente positivos no corresponde, sin embargo, al ejercicio original de la meditación.

«Entrevistamos a una serie de maestros entrenados en contextos budistas asiáticos, y muchos de ellos son muy conscientes del poder de la meditación y sus efectos. No obstante, en el Occidente moderno, nuestras impresiones a menudo han sido moldeadas más por la ciencia, la psicología y el bombo de los medios de comunicación», reflexionan.

Vivimos una época en que prima el autocuidado, la atención a uno mismo, la liberación de cargas exteriores. Ejercicios como la meditación, por fuerza, se contemplan como los vehículos perfectos para lograr estas aspiraciones. El negocio articulado alrededor de esta tendencia mueve millones de dólares al año.

En el mismo estudio, resumen qué tipo de males aseguran resolver técnicas como la atención plena (mindfulness): dolores crónicos, estrés, adicciones o trastornos del ánimo y psiquiátricos, a la vez que beneficios como la mejora de las capacidades cognitivas.

El origen de la tergiversación a la que se refiere la investigación anida en una contradicción de principios. En Occidente hemos traducido la funcionalidad religiosa de la meditación a algo más asequible culturalmente (y comercialmente): un proyecto de «salud, felicidad y bienestar».

La confusión está servida, el itinerario religioso admite matices que la cultura de consumo no; por ejemplo, que ciertos procesos de purificación requieren la producción de estados de ansiedad y turbación. Hablamos, como resumió la revista Qz, de espasmos involuntarios, hipersensibilidad a la luz o el sonido, distorsión del tiempo y el espacio, náuseas, alucinaciones, irritabilidad, resurrección de traumas pasados.

«Identificamos 59 cambios intensos y difíciles en siete dimensiones de la experiencia humana: cognitiva, perceptiva, afectiva o emocional, de motivación, somática, del sentido del yo y social», explican. En su investigación no usan la palabra peligrosos, a pesar de que algunas reacciones semejantes a la psicosis podían acabar requiriendo hospitalización; prefieren emplear el término, molesto o angustioso. El grado de afectación depende de cada persona.

Dentro de la tradición budista tibetana, como refieren en su informe, el término nyams abarca las experiencias de meditación que van desde la «bienaventuranza y las visiones hasta el dolor corporal intenso, los trastornos fisiológicos, la paranoia, la tristeza, la ira y el miedo». Algunos de ellas se perciben como signos de progreso. Por otro lado, el budismo zen reconoce la posibilidad de que «ciertos enfoques de la práctica conduzcan a una enfermedad prolongada conocida como enfermedad zen o enfermedad de meditación», continúa el estudio.

No es que estos resultados sean experimentados por la mayoría de personas; Jared Lindahl y Willoughby Britton buscaron «intencionadamente profesores y practicantes que podían hablar de estos efectos inesperados, desafiantes y difíciles». El informe no arroja datos sobre la frecuencia general.

«Algunas personas habían tomado retiros intensivos durante muchas décadas y otras eran todavía nuevas o sólo dedicaban una hora al día. Se necesita más investigación sobre qué intensidad de meditación y qué modalidades pueden llevar a experiencias como el estrés, el insomnio o la ansiedad», reconocen.

El estudio incluye un registro pormenorizado de los resultados angustiantes que sorprende y da idea de cómo desvirtuamos la realidad de la meditación. La terminología empleada respeta las descripciones que facilitaron los participantes: deterioro funcional y cambios en el ámbito social; una hipersensibilidad sensorial que hace angustiosa la transición de la práctica intensiva a la vida cotidiana; o insensibilidad afectiva, miedo y paranoia (estas últimas fueron las reacciones registradas con más frecuencia).

Llama la atención que algunas de estas contraindicaciones se corresponden, precisamente, con algunos de los males que se eliminan según mucha de la información que recibimos sobre el tema desde literatura, blogs o medios de comunicación.

Los trileros de la autoayuda, conscientes de su público, limpian de religiosidad la meditación y la ofrecen como terapia limpia y positiva sin matices. Quizás este manoseo de conceptos y doctrinas sea la causa de que en el mundo de la meditación afloren cada tanto descubrimientos de terapias siempre revolucionarias. Y, por descontado, siempre definitivas.

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