Un freelance o un autónomo cuentan por decenas los quebraderos cotidianos de cabeza. Para ellos, este texto de descompresión. Cuentan, sin embargo, con una ventaja que coloca su régimen laboral como la cumbre del estado de felicidad: están exentos de las cenas de empresa. No de las cenas familiares con/contra la familia, que hasta ahí podíamos llegar. Los demás seres humanos que disfrutan de trabajo han de pasar, casi irremisiblemente, por el letal trance gastronómico. Y como yo soy gilipollas, os los cuento todo con unas animaciones GIF.
Intento huir de ello como de la mierda, pero soy español y, por ello, debo cumplir la cuota ‘José Luís Moreno’ recomendada por el Ministerio de Sanidad. Es decir, debo dedicar un porcentaje anual del contenido que publico en este medio a un tema cuñao. Y como no hay nada más cuñao que las cenas de Navidad, here I am, rock you like a hurricane. Que Dios me perdone. O en su defecto, su profeta, Leo Messi.
Las cenas navideñas tienen dos encarnaciones maléficas. Comenzaremos por la primera, en orden cronológico. La cena de tu empresa junto a Conchi, la de contabilidad, y Antonio, el informático.
Como todos los procesos humanos, una cena de empresa responde a un ritual social con un objetivo claro: sobornar a los empleados con alcohol y alpiste gratis para poder seguir jodiéndoles la vida un año más. No por sabido debemos dejar de denunciarlo.
La naturaleza de este proceso es variable y sus mutaciones dependen de condicionantes geográficos, sociales y económicos. Es decir, no cena en el mismo sitio la plantilla de Ogilvy que el impresionante equipo humano de Talleres La Trócola. Sin embargo, la esencia de cada etapa en esta carrera demencial sí responde a las mismas inquietudes antropológicas.
En primer lugar está la convocatoria. Han echado a un 30 % de la plantilla a la calle, llevas 3 años sin actualizar tu salario según el incremento del IPC, los acreedores han acabado con las existencias de pinchos de tortilla en el bar que hay a la puerta del departamento de facturación y, aun así, hay papeo gratis. Cuando se recibe la convocatoria por email, y tras el preceptivo silencio incómodo, la reacción es obvia y universal.
Pero claro, si hablamos de menú y vino gratis, ¿a quién cojones le importa dónde hayan ido a parar los 21 despedidos? De hecho, tenemos en exclusiva la reacción del departamento de recursos humanos a la convocatoria gastroalcohólica.
Una vez en el tugurio, lo primero es cumplir con los usos y costumbres de la mayoría. No te habrá quedado más remedio que comprar Lotería de Navidad por el clásico «como les toque a estos cabrones y a mí no, se va armar». Como además, la coacción sentimental a través de la campaña publicitaria de este año ha superado lo recomendable por la OMS, va a ser muy difícil decir que no.
Lo feo, ya que estamos, ha sido no dibujar en el ya famosísimo anuncio, la realidad más probable en el bar de Antonio, la que tiene más posibilidades de producirse.
– Antonio, ¿cuánto es?
– 21 euros.
– ¿21 euros por un café?
– No, un euro por el café y 20 por este décimo.
– Pero Antonio, tronco. Es 23 de diciembre. El décimo no está premiado, yo estoy en el paro y me he gastado los 426 euros que tengo de paga en conseguir las medicinas para la hepatitis que me está matando, que no me las cubre el estado. Estoy comiendo en casa de mi suegra. No me hagas esto.
– A ver, Manu. Yo te guardé el décimo con la mejor intención. Unas veces se gana y otras se pierde. PAGA. Primer aviso.
Lo que ocurre en la cena de empresa debe quedar en la cena de empresa. El problema es que nunca ocurre así porque si hay algo más divertido que ver a tus compañeros haciendo el panoli, es poder recordárselo sibilinamente junto a la máquina del café durante semanas.
Es que joder, si tú decides escoger una canción de Camilo Sesto en el karaoke after dinner, tú te lo has buscado.
La hora de volver a casa es crítica. Tras tantas horas de excesos, conviene escoger con sabiduría la manera de regresar. Ojo, aquí el objetivo no es follar. Es llegar vivito y coleando. Así que asumid con naturalidad estos consejos que, desde Yorokobu os damos con la mejor intención.
- No subáis, bajo ningún concepto, al coche que conduce este tipo.
- Una buena elección es tu compañera embarazada, el que está de baja por hepatitis y, por lo tanto, no puede probar ni gota de alcohol, el encargado de servidores cuyo único vicio es el Warhammer y el World of Warcraft o un HAILOOOOOOOOOOORRRRR (Alerta:chiste privado de la redacción de Yorokobu).
- Una vez elegido el conductor, es igualmente importante distribuir correctamete a los ocupantes entre los vehículos disponibles. ¿Por qué? Porque @policia siempre acecha y puede detener vuestro vehículo, contaros un chascarrillo y desatar con ello las alarmas antiaéreas que avisan de que la vergüenza ajena ha rebasado lo tolerable.
El otro gran caballo de batalla de estas fiestas son las comidas y cenas familiares. Aquí no hay ni jefes, ni karaokes ni falsas promesas de promoción de puestos. Hay algo mucho peor: cuñaos.
Dadas las circunstancias, es importante que preparéis el terreno con el que será el tema estrella de las conversaciones de este año: Pablo Iglesias. Tu cuñao sacará el tema y citará estas frases textualmente:
- «Prefiero a los que hay ahora. Por lo menos sé de qué van».
- «En Venezuela no hay papel del culo en los supermercados».
- «Es que a los autónomos no nos tiene en cuenta nadie».
Memorízalas. Porque en ese momento, deberás sacar convenientemente tu móvil del bolsillo y, con cautela pero con decisión, mostrar este GIF a la vez que recitas estas palabras: «Perro de la derecha, fascista de la casta». Verás como tu cuñao se disuelve como el alkaseltzer en el agua que te vas a tomar mañana por la mañana nada más levantarte.
Una vez superado el escollo, lo que queda es lo obvio y, a la vez, lo más disfrutable: valora el resto de momentos y dile a tus padres que les quieres, gilipollas, que llevan tres días metidos en el mercado y en la cocina para que un inútil como tú sea un poco más feliz en la vuelta a casa.
Fin.