Como toda novela binaria que se precie, El Asesino Binario tiene dos partes, y con esta entrega finalizamos la primera de ellas y nos retiramos a un lejano monasterio de los Cárpatos a completar la escritura del resto de esta peculiar y desconcertante historia que bebe del lenguaje del cómic, de la ciencia ficción y de las revistas porno a partes iguales, y que incluirá en su segunda mitad importantes giros argumentales situados en los albores del siglo XXII. Cuando esté finalizada, los lectores de Yorokobu serán los primeros en saberlo y podrán conseguirla en muy ventajosas condiciones…
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Tras asesinar a Alejandro Agag, el yerno de José María Aznar, haciendo volar un prototipo en una pista de pruebas de Turín han transcurrido varios años de más éxitos y crímenes casi perfectos. Amanda ya vive con Ben y Natasha, de hotel en hotel y de encargo en encargo. Pero Binary Killer comienza a tener claro lo que quiere en el futuro…
Resumen de lo publicado:
Benito, un tipo gordo, calvo, hacker aficionado y un poco vicioso, trabaja para El Corte Inglés, hasta que decide dar un giro a su vida y convertirse en un asesino a sueldo. Fabricaría sus propias armas con una impresora 3D y buscaría encargos a través de la Deep Web. Por un malentendido termina pinchando en sesiones de Amnesia (Ibiza), y allí es contactado por La Espora. Natasha se convierte en su compañera, dispuesta a escalar puestos en la organización criminal… Su primer encargo consiste en borrar a un niño de siete años… pero todo sale mal, matan a la persona equivocada y el crío resulta ser un experimento biónico. Entonces abandonan el piso de San Blas, viajan a Tokio, matan al profesor Imura, y se hinchan a follar en los ‘Hoteles del Amor’. Nuestro protagonista asesina después en Benidorm con sus enormes nalgas a Divina Providencia, mientras le practicaba un beso negro… y se carga al yerno de José María Aznar en Turín, haciendo explotar un vehículo experimental.
Prólogo; Capítulo 1; Capítulo 2; Capítulo 3; Capítulo 4; Capítulo 5; Capítulo 6; Capítulo 7; Capítulo 8
CAPÍTULO 9
Acabar con Alejandro Agag fue un encargo sencillo, al que se sucedieron otros asesinatos bien pagados pero poco reseñables (banqueros, vedettes, notarios, constructores… incluso una tonadillera). Mientras tanto, Natasha y yo fuimos desarrollando algo parecido a una amistad, con elevadas dosis de sexo, sobre todo después de que se nos uniera Amanda de manera definitiva. Aunque mantenía sus contactos en la Administración, solicitó una excedencia indefinida para colaborar en nuestra peculiar cruzada.
Al principio resultaba un poco violento, y siempre que nos alojábamos en un hotel éramos mirados de soslayo por los recepcionistas. Una pareja de gordos y una esbelta y curvilínea chica rusa dan lugar a toda clase de especulaciones, que normalmente se quedaban cortas. Siempre elegíamos grandes suites en las que hubiera al menos dos camas King Size, para poder hacer todas las combinaciones posibles entre nosotros.
Yo disfrutaba mucho observando cómo se lamían mutuamente en unos maravillosos sesenta y nueves en los que por razones de gravedad y peso Natasha siempre se situaba sobre Amanda. Cuando una de ellas se corría yo me incorporaba al juego y las penetraba. No faltó alguna ocasión en la que fuimos sorprendidos por personal de los hoteles, camareros o camareras, que invariablemente terminaban también desnudos retozando con nosotros y brindando después con champán. Fueron buenos tiempos, sin duda, en los que me gustaba recordar la sección de deportes de El Corte Inglés, y me preguntaba ociosamente qué habría sido de mis compañeros de planta, y qué pensarían si me vieran viviendo esta nueva existencia, tan rica en matices y en aventuras.
[pullquote class=»right»]Yo recordaba con añoranza mis primeros tiempos, en los que imprimía mis armas con impresoras 3D, y me sentía orgulloso[/pullquote]
Yo era muy valorado por La Espora, y ganaba más bitcoins de los que podía gastar, aunque en realidad uno nunca tiene suficiente… En aquellos momentos comencé a plantearme la posibilidad de ir adquiriendo acciones de la organización, que básicamente funcionaba como una gran empresa, y cotizaba en el Nasdaq, aunque por supuesto los accionistas no conocían la otra actividad, a la que yo me dedicaba. Tiempo después supe que casi todas las grandes corporaciones mantienen en la sombra una división que se dedica a «tareas delicadas», tan ingratas como necesarias para despejar el camino de cualquier obstáculo. Por eso los tipos como yo siempre tendremos trabajo.
Lo primero que hice fue adquirir el software financiero llamado precisamente Binary Killer ®, y programado a principios de siglo por un tal James Ruskin que años atrás me había dado la idea de mi propio nombre y la empresa que lo producía. Era necesario disponer de una cuenta de trader o corredor llamada BinaryOptions, y MT4… Pero no quiero aburrir con tecnicismos, aquí lo importante es que fue una buena forma de incrementar mis opciones, y de ejercer un control total sobre mi marca. Si quería llegar a tener peso en La Espora (en la vida real ya tenía peso, casi 160 kgs.) debería ir avanzando posiciones, poco a poco y sin desmayo.
Nos decía Lucrecio, en De rerum natura, que
De nihilo nihil
(«Nada viene de la nada»)
Y tenía razón, yo recordaba con añoranza mis primeros tiempos, en los que imprimía mis armas con impresoras 3D, y me sentía orgulloso. Pero cuando adquirí Binary Killer ® estábamos en 2021, y en aquellas fechas ya se podían imprimir seres humanos completos, lo que me sería muy útil algunas décadas después como ya referiré en su momento.
Los sobres negros se fueron sucediendo, y entre mis crecientes habilidades y mi aún más creciente falta de remordimientos cada vez era mejor profesional. Dado que mi modus operandi era siempre distinto, la Interpol, Europol y los cuerpos de policía nacionales o locales lo tenían muy difícil para siquiera intuir que tras aquellos crímenes se encontraba una sola mano. O más bien dos, pues de vez en cuando permitía que Natasha se entrenara. Esa indefinición fue también útil para que Marcelo Quiñones, quien yo creía que nos la tenía jugada desde que maté a su mujer asfixiándola con las nalgas en un jacuzzi, no diera con nosotros… hasta que lo hizo.
[pullquote class=»left»]Abrí la puerta, esperando encontrarme al siempre deseable personal del servicio del hotel[/pullquote]
Fue por un descuido de Amanda mientras se conectaba a las bases de datos de la Seguridad Social sin haber tomado precauciones con la última versión del navegador TOR, que conservaba el nombre, pero debido a los meteóricos avances en nanosoftware y redes neuronales de información, se había convertido en una auténtica AI (Inteligencia Artificial). El caso es que ese descuido de Amanda la hizo visible a los múltiples centinelas lógicos que la NASA y el propio Quiñones habían diseminado por las redes. Fue un error de un picosegundo, pero suficiente para que se activaran los protocolos de triangulación virtual, y fuimos localizados.
Irrumpieron en nuestra lujosa suite del Hotel Marriot ® en Singapur, donde estábamos celebrando a nuestra manera el éxito por haber eliminado en la misma operación a todos los herederos del magnate Sheldon Adelson, quien fuera propietario del casino Marina Bay Sands ®… aunque esa es otra historia.
[pullquote class=»right»]Yo pensé, qué diablos, si hay que morir, moriremos follando[/pullquote]
Alguien rozó la puerta con los nudillos, nos miramos confiados, y desnudos, y supimos lo que nos apetecía a los tres. Me cubrí con una toalla y abrí la puerta, esperando encontrarme al siempre deseable personal del servicio del hotel. Pero antes de que pudiera reaccionar cuatro agentes especiales, tres hombres y una mujer, sin identificación o distintivo alguno pero fuertemente armados, entraron en la suite, nos inmovilizaron, y a los pocos segundos el propio Marcelo Quiñones en persona apareció. No tuve más remedio que admirar su buena planta y la elegancia de su abrigo y de su sombrero, que se quitó educadamente mientras nos miraba con la calma que solo te da contar con el factor sorpresa… Y es que la sorpresa fue mayúscula, porque entonces sucedió algo del todo inesperado, al menos para mí. Chasqueó sus dedos y los agentes nos liberaron y comenzaron a quitarse la ropa con parsimonia, ante nuestra muda expresión de desconcierto.
Cuando estuvieron desnudos, el propio Quiñones se deshizo el nudo de la corbata y se quitó la ropa ante nuestras atónitas miradas. Sin mediar palabra la mujer y un agente comenzaron a besar mi cuerpo y los dos agentes masculinos a hacer lo propio con mis chicas.
Yo pensé, qué diablos, si hay que morir, moriremos follando. La orgía alcanzó su punto álgido cuando los musculosos y fibrosos cuerpos de los agentes especiales se entrelazaron con Amanda, que tenía el volumen de dos o tres agentes, y le practicaron todo tipo de atenciones lúbricas, mientras Natasha, el propio Quiñones y yo hacíamos un novecientos sesenta y nueve sobre la mullida alfombra de la suite. Alcanzamos casi de manera simultánea un memorable clímax colectivo en el que se mezclaron toda clase de deliciosos fluidos, con un excitante fondo sonoro que escapaba de nuestras gargantas en forma de gemidos y pequeños gritos.
Ya más relajados, me dirigí a Quiñones, me encogí de hombros en señal de interrogación y le dije:
—¿A qué ha venido esto?
—Quería comprobar personalmente todo lo que se cuenta de ti… y de ellas.
Mi cara de asombro dio lugar a una confesión…
—Todo este tiempo creí que querías matarme.
—Te equivocas, aunque reconozco que me irritaba tu volatilidad. Lo que quería era contratarte —y entonces me tendió una pequeña cartera roja —Aquí está tu próximo objetivo. Si lo cumples, te ayudaré a apoderarte de La Espora… Sé que eso es lo que persigues en realidad.
—¿Y qué ganas tú si yo me apodero de La Espora?
Entonces guardó unos segundos de silencio, incluso creí detectar una imperceptible humedad que pugnaba por escapar de sus ojos.
—Recuperar a Nachete.
—¿Cómo sabes que sigue vivo… quiero decir… funcionando?
—En la NASA tenemos muchos métodos para averiguar cosas.
Cuando se hubieron marchado miré a Natasha y a Amanda. Tras la intensa sesión de sexo estaban dando cabezadas, por el agotamiento y la relajación. Entonces abrí la cartera roja, y cuando supe a quién debía eliminar sentí un escalofrío.
¿Pensaba Quiñones que yo sería capaz de matar precisamente a… Natasha?
Sentí que se iniciaba una segunda etapa en mi carrera y en mi vida. Había llegado el momento de tomar el timón de La Espora y eso es algo que debería hacer solo, como Harry Haller en El lobo estepario.
Ya no necesitaba a nadie para descubrir qué acontecimientos me aguardaban agazapados en el calendario y mi hambre de futuro no tenía límites… excepto el de la materia.
A partir de entonces los bits tomarían el control.
No más átomos.