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El corrector automático y los penes brasileños

Este artículo nace de un error. Ocurrió ayer. Ella era una formal arquitecta italiana que acababa de conocer y con la que mantenía una agradable charla sobre -cómo no- periodismo y edificios. En esas, apurando la última calada del pitillo, puse mi ceja de interesante y empecé a contarle que hacía bien poco había hecho un reportaje sobre la técnica del pixo, un estilo de arte urbano reivindicativo e ilegal para cuya ejecución jóvenes de favela de Sao Paolo (Brasil) se juegan la vida colgándose de rascacielos tan altos como los que algún día construiría ella, “si es que no los has construido ya”, tiré la flor.

Pero las batallitas hay que demostrarlas, por descontado. Así que decidido yo, le pido que saque el iPhone como el mago que pide que elijas una carta. Le iba a mostrar fotos sobre aquella increíble técnica que le iban a alucinar.

Google: “Pixo brasileño concurso” -lo de concurso lo puse porque estaba pensando en una foto en especial, aunque esa historia no viene al caso-. Pincho Imágenes. Cargando… lo flipará, seguro.

Ambos mirando y  aparecen las fotos. Ni rastro de grafiteros de riesgo. “I love my penis” (yo amo mi pene), decía una de las primeras. Otra mostraba un escuadrón de mujeres en tanga que enfocaban con el culo hacia la cámara, y en otra un tipo desnudo sujeta un sombrero de tejano con su miembro. Un poco más abajo una señora con unos pechos muy grandes deja a otra mujer apoyar la cabeza en ellos como queriendo demostrar que ese cráneo es cinco veces menor en tamaño que cada uno de sus senos, y otra dama está inmersa en un concurso en el que mete la mano en los bañadores de una formación de hombres en bañador, una evocación al oficio de catador de cosechas. También aparece algún futbolista, varios árbitros, un silbato, un grupo de mariachis y Ricky Martin entallado en un blanco pantalón.

“Esto no era”, retiro rápido el móvil. Miro lo que hay escrito en mi búsqueda y leo: Pito brasileño concurso. La italiana agarra su smartphone, lo guarda y cambia de tema –sería por lo de Ricky Martin-. Maldito corrector automático.

La culpa es del  T9, que por eso de no saber lo que quieres decir se lo inventa. “Si digo pixo es pixo, corrector. El pito te lo has sacado tú de la manga”, me enfado mentalmente con la máquina. ¿Cuántos malentendidos habrán podido provocar estos diabólicos editores digitales?

Ya en casa, de nuevo Google; voy a ver qué sabe él de ese tipo de engorros. Efectivamente, no es solo conmigo. Resulta que estos correctores se la juran a cualquiera. Existen chats donde comentan afectados, páginas de Facebook para que las víctimas del ‘corregidor’ puedan compartir sus malas experiencias y hasta disculpas por escrito de defensores del lector. La cosa es más grave de lo que parece, amigos.

“Yo desactivé el corrector porque un día, escribiendo a mi novia por Whatsapp, quise ponerle “THNX, te quiero” (THNX = Thanks -gracias en inglés-)”, comenta una víctima en un chat bajo el pseudónimo pc-cito. En aquella ocasión, el corregidor virtual quiso jugársela a pc-cito y lo que le entregó a su amada fue un mensaje que decía así: “Ruth, te quiero”. La cosa hubiera pasado desapercibida si ella se llamase Ruth. “Ya os imagináis el circo que se montó”, se lamenta el pobre sufridor.

“¡Feliz nuevo ano!”, le deseó otra internauta a toda su red de contactos. Nada en comparación al día que el chatero Puno, respondiendo por SMS al operario que le preguntaba cuándo y por qué debía acercarse a su casa, quiso escribir: “Mañana, por el filo”. No se percató de que estaba escribiendo “cilo” en vez de “filo”. Y que el mensaje que recibía el reparador después de la intervención del querido corrector de Puno fue: “Mañana, por el culo”.

El T9 no tiene límites. Paco, otro navegador, era un tipo al que le gustaba firmar sus mensajes. Lo malo era que su corrector no sabía abreviar Francisco y le gustaba hacer la broma de intercambiar Paco por Rabo. Total, que este fue el mensaje que un día el bueno de Paco le escribió a su jefa: “tendrás todo el que necesites. Rabo”.

Son decenas, docenas, cientos de comentarios de mártires del corrector los que aparecen en estos chats. Cuentan trágicas experiencias. Encima, hasta la fecha, no se ha conocido propuesta gubernamental alguna para tratar de acabar con este enemigo de la comunicación por las buenas o por las malas. Y eso que los comentaristas de chat no son los únicos afectados.

Encuentro un artículo del 2003 de Malen Aznarez, la ex defensora del lector del diario El País. En él pide disculpas por una serie de trágicos errores que se habían colado en una noticia que hablaba del ex lehendakari Juan José Ibarretxe. Una vez más, un corrector (en este caso el de la página editora del periódico) estaba involucrado. A este delincuente digital se le había ocurrido desensibilizar la historia en la que se hablaba de la situación personal que vivía un rector de la Universidad del País Vasco. A traición y a última hora. Por apretar el botón incorrecto antes de cerrar el documento y mandarlo a rotativas.

Las bromas que gastó el corrector: El lehendakari Ibarretxe se convirtió en el “lehendakari Abarrotes», el plan de Ibarretxe se transformó en «plan Abarátese», la palabra precadáver acabó en «abracadabra» y los filoetarras a los que se hacía referencia acabaron siendo «pilotaría». Total, que la angustia que quiso transmitir el periodista Pablo Ordaz quedó en papel de ensayo para buscadores de gazapos con sorna.

No es el único caso en prensa. En ese mismo diario ya habían vivido la experiencia de mudar el nombre García Lorca por la expresión “gracia loca” a causa del mismo cáncer: el corrector.

En el diario La Vanguardia, por ejemplo, su defensor del lector también tuvo que salir a excusarse por una metedura de pata parecida en su publicación. En sus páginas de Cultura, una crónica de 1998 de su corresponsal en Moscú trataba de hablar de Yevgeni Primakov, el que fuera primer ministro ruso. La causa de la disculpa es que un corrector –probablemente yanki- había rebautizado al mandatario con el nombre de «Vagina Permisivo».

¿No se dan cuenta? El sibilino ataque no llama la atención pero nos llega a todos. A esa compañera de clase a la que le quieres pedir que se haga Tuenti y le acabas diciendo que haga puenting. A ese jefe al que le quieres felicitar la navidad en inglés y le acabas mentando a su prima cristina y a la madre que le parió (madre cris más), y hasta a esa preocupada ama de casa que le escribe a su hija para saber dónde anda y ella, inconsciente, no sabe que le está informando de que está comiendo “muertos” en vez de “muffins”.

En definitiva, que el corrector nos la juega y aquí estamos todos de brazos cruzados. A ver quién le explica ahora a la italiana que el corrector de su iPhone es un celoso y un traicionero, y que enseñarle pitos de brasileños nunca fue mi intención.

Por Jaled Abdelrahim

Jaled Abdelrahim es periodista de ruta. Acaba de recorrer Latinoamérica en un VW del 2003. Se mueve solo para buscar buenas historias. De vez en cuando, hasta las encuentra.

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