¿Quién es El Gamito? Si tienes entre 20 y 30 años (arriba, abajo) probablemente lo hayas conocido, aunque ahora no te acuerdes de él, aunque no intuyas con total certeza quién es.
Lo cierto es que yo tampoco sé quién es El Gamito y por eso lo estoy buscando: lo estoy buscando porque quizás sea uno de los últimos exponentes de la tradición oral española antes de la llegada de los smartphones, con la particularidad de que se servía de la tecnología de las primeras generaciones de móviles para llegar a más gente.
El Gamito probablemente no sea nadie y a la vez sean muchos. Gamito muy seguramente sea un Homero cañí, y digo cañí porque está historia tiene su contexto histórico: Andalucía a mediados de los años 2000. Muchachos en motillos, pantalones de campana, mucho oro y móviles con politonos e infrarrojos (justo cuando se antojaba más necesario: tu madre ya no podía llamarte a gritos porque ahora salías un poco más lejos y hasta más tarde).
Muchos teníamos móviles y algunos lo llevaban al instituto.
En los ratos libres –recreos, pasilleos entre clase y clase, piardas por los alrededores o incluso en los baños– los curioseábamos, veíamos hasta dónde podíamos llegar: descubrimos, por ejemplo, que era mejor (y más barato) grabar nuestra canción favorita para usarla como tono de llamada que comprar el politono enviando un mensaje al 7777 (resulta curioso cómo ahora, por lo general, dejamos que suene el que viene por defecto).
Les enganchábamos colgantes y adornos que robábamos en alguna tienda de bisuterías varias (Cifuentes, you’re not alone); desafiábamos los límites del lenguaje abreviando, abreviando y abreviando más cada sms.
También por entonces los móviles solían tener infrarrojos (algo más tarde manejaríamos el bluetooth) y a través de ellos intercambiábamos archivos que apenas pesaban, sobre todo canciones. Hoy me es imposible catalogar las más memorables porque no sé con certeza quién es El Gamito.
El Gamito, al parecer, es el autor de temas como Estoy entre una niña y el hachís, Con un porrito en la mano, En el patio de Godella o Dos niños. Lo sé a ciencia incierta; hoy que Google me remite a él y encuentro enlaces a YouTube con las grabaciones –intactas: los mismos crujidos– de esas canciones absolutamente marginales y de dudosa calidad que tanto nos fascinaban a los acomodados chavales de clase media.
Tan solo se escuchaba la voz de un chico a capela, acompañada de algunas palmas y tal vez alguien jaleando. Los temas: amor, desamor, internamiento de menores en reformatorios, drogas, delincuencia juvenil, muertes por sobredosis, compadreos, barrio, trapicheo, menudeo, más drogas.
Podrían haber servido de banda sonora para las películas de Eloy de la Iglesia o José Antonio de la Loma (o para la reciente Criando ratas, de Carlos Salado), pero nosotros no sabíamos quiénes eran Eloy de la Iglesia ni José Antonio de la Loma.
Sí alcanzamos a ver Siete vírgenes, de Alberto Rodríguez, y nos parecía que aquellas canciones tenían que venir de ahí, de algún suburbio de Sevilla, y que nos estaban tratando de decir algo.
El debate sobre la autoría es complicado en este caso. Resultaba, además, que siempre había alguien que conocía a otro que sabía quién era el misterioso intérprete. En mi acuciante búsqueda de su identidad, descubro a través de los comentarios en YouTube que estas cosas no han cambiado demasiado y que se siguen discutiendo, batallas regionales incluidas:
Lo cierto es que no se sabe quién es El Gamito; ni tan siquiera se sabe si hay uno o varios Gamitos. Es imposible hallar una foto fiable, así como una página web que facilite algún contacto o unas meras señas sobre su identidad.
Las letras no solo es que estén disponibles, sino que además se encuentran en varias páginas, transcritas de la forma más auténtica posible: es decir, con millones de faltas de ortografía, abreviaciones, k en vez de qu y x en lugar de ch. Aquí dejamos cuatro que han pasado la pertinente revisión:
Estoy entre una niña y el hachís
Estoy entre una niña y el hachís:
yo la quiero mucho a ella
pero el hachís me quiere a mí.
Y yo no sé cómo cambiar
porque si no me va dejar,
pero cuando veo un porro
no me puedo controlar.
A mí me gusta mucho la cocaína.
Esa es una de las cosas
que ya he dejado por la niña.
Me ha costado mucho trabajo,
yo me metía tos’ los días.
Yo me iba pa’ Las 3000,
pa’ mis compis y pa’ mí.
Pero sé que un pitillo
nunca me va a fallar,
sino es a la Valentina,
voy al polígono a pillar.
Sin embargo, una niña
me puede pirulear
y mi corazón porreta
me lo puede destrozar.
Con un porrito en la mano
Con un porrito en la mano yo me lo lío,
con esa raya de coca que me he metido.
He dado más de mil tirones, no me han cogido.
El 091 pa’ ti y pa’ mí ya es pan comido.
No tengo miedo, los voy a matar
a esos mamones de la policía,
que desde el día en que me cogieron
a mí me llevaron a comisaría.
Y yo, por ser menor de edad,
a mí me dieron mi libertad.
Vivo en un barrio de vacilillas,
se meten las rayas con dos pastillas.
Vivo en un barrio de vacilones,
se fuman los porros con dos cojones.
Lerelerelelerelele, lerelerelelerelera…
Dos niños
Eran dos niños que se metían 14 rayas al día a día.
Ayer le dije: no te metas tantas que al final te dormirá la garganta.
Al día su santo han regalado
pollito y medio que le han comprado.
Ayer le dije: y esto pa’ mi corazón,
pásame el rulo, que lo tengo en posición.
Mira la noche
cuántas rayitas están rulando por la mesita.
Ay, compadre, pásame un gramo que me lo meta con entusiasmo.
Al día siguiente hubo un entierro.
Era el pollito, que se había muerto,
y de su tumba salía un cartel que decía «raya mía, nunca te olvidaré».
En el patio de Godella
Cementerio donde vivo, donde me van a llevar.
Mamá, habla con el juez, que me dé la libertad.
Yo no niego haber robado ni tampoco haber matado,
yo no tengo esa fe, ni tampoco la tendré.
En el patio de Godella hay un charco y no ha llovido,
son las lágrimas de un preso que ha entrado y no ha salido.
Cuando salga de Godella con mi madre me encontraré,
con un porrito en la mano, una rosa y un clavel.
Si mientras leías estas letras te ha picado la curiosidad y has buscado las canciones en YouTube, te habrás dado cuenta de que, como adelantaba, es bastante probable que estemos hablando de varios Gamitos.
Las razones que nos llevan a pensarlo son varias y contundentes: Uno, más allá de las recientes covers, las voces primigenias de estas canciones no son las mismas. Dos, resulta incoherente la frivolidad con la que se trata el tema de la muerte en la canción Dos niños en comparación con el conflicto (sí) que se nos presenta en Estoy entre una niña y un hachís.
Y, además, tres, hay inconsistencias relativas a la geografía: mientras en está última se hace referencia al barrio sevillano de Las 3.000 Viviendas («Yo me voy pa’ las 3.000 / pa’ mis compis y pa’ mí»), la canción de El Patio de Godella (que también tiene su versión femenina entonada, entre otras, por La Choli) hace referencia desde el título a un centro de menores de Godella, probablemente la Colonia San Vicente Ferrer.
Aunque sobre esto último también hay discordia: ¿habla, en efecto, de un centro de menores o de una cárcel?
¿Qué es El Gamito entonces? ¿Un anónimo? ¿Una entelequia? ¿Un simple nombre para condensar todas estas canciones?
Lo que es seguro es que su voz no quedó, como los andaluces creíamos, en Andalucía: comentarios en foros y en YouTube ratifican que también se oía en Barcelona, en Toledo, en Valladolid, en Valencia y hasta en Tenerife.
Las letras ilustran adolescencias atravesadas por la marginalidad y la desigualdad y sin embargo rularon por móviles de chicos y chicas de todas las clases sociales («no veáis lo que es oír el móvil de una niña pija, pija, pija, pija… y que le suene eso como melodía», puedo leer), aunque la mayoría asegura haberlas escuchado en «móviles de canis» durante esos años. Y algunos apuntan incluso a orígenes más recónditos.
Las periferias no acaban, sus problemas tampoco. Gamito, por aquí te buscamos para escucharte.