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El laboratorio moderno del recinto ferial de la Casa de Campo

Zoco expositivo, primera Feria Nacional del Campo,

«La ciudad es el lugar de la memoria colectiva».
Aldo Rossi, La arquitectura de la ciudad (1966)

Entre los árboles de la Casa de Campo de Madrid, más allá del bullicio de los paseos y del estanque, todavía pervive un paisaje que fue símbolo de modernidad y optimismo. Sus estructuras, a medio camino entre la ruina y la resistencia, conservan la huella de un tiempo en que la arquitectura española ensayaba nuevos lenguajes para imaginar el futuro.

Durante veinticinco años, entre 1950 y 1975, el recinto ferial de la Casa de Campo se convirtió en un laboratorio de arquitecturas. Allí, una generación de arquitectos jóvenes como Fisac, De la Sota, Corrales, Vázquez Molezún o Asís Cabrero exploraron las posibilidades de la forma, del material y del espacio en diálogo con el paisaje. El resultado fue un conjunto de obras que, más allá de su función efímera, representan uno de los momentos más fértiles de la arquitectura moderna española.

Carlos Pascual de Lara y Antonio Lago, Primera Feria Nacional del Campo, Arquitectos Jaime Ruiz Ruiz y Francisco A. Cabrero. Informes de la Construcción nº 27, 1951

Hoy, ese patrimonio se reivindica gracias a la exposición Las Ferias del Campo. Paisajes y arquitecturas modernas en la Casa de Campo, comisariado por el arquitecto y profesor José de Coca Leicher en el Museo ICO. Aunque, más que una exposición, es un ejercicio de memoria activa. Un intento por rescatar del olvido una constelación de obras que explican cómo la arquitectura puede ser, a la vez, instrumento político, ensayo técnico y expresión artística.

Origen de un recinto: construir con austeridad

El recinto se inauguró en 1950. España vivía aún las secuelas de la posguerra y los recursos eran escasos. En ese contexto, Francisco de Asís Cabrero y Jaime Ruiz diseñaron un trazado que hacía de la austeridad una virtud. El ladrillo —único material disponible en abundancia— se convirtió en protagonista absoluto. Con él levantaron elementos estructurales y exploraron soluciones de sorprendente modernidad. No había acero ni hormigón, pero sí una voluntad de innovación formal que desafiaba las limitaciones técnicas del momento.

Fotografía exterior del pabellón de Pontevedra, 1956. Arquitecto_ Alejandro de la Sota. Fotógrafo_ autor desconocido. © Fundación Alejandro de la Sota

El conjunto se organizó a partir de una gran plaza circular, con patios y recorridos abiertos al paisaje. Era un urbanismo humanista, que entendía la arquitectura como escenario de encuentro social. En aquel primer recinto, los pabellones eran casi prototipos de un lenguaje moderno, radicalmente distinto a los estilos oficiales de la época. Frente a la monumentalidad retórica del régimen, se proponía una arquitectura serena, honesta y constructiva, basada en la lógica del material y la proporción. 

Con la expansión del recinto para acoger sucesivas ediciones de la Feria Internacional del Campo, la Casa de Campo se transformó en un auténtico campo de pruebas para la joven arquitectura española.

Francisco Cabrero, dibujo de Gran Madrid, nº16, 1951 ©Herederos de Francisco Cabrero

A lo largo de dos décadas se proyectaron más de 115 pabellones, de los cuales todavía se conservan 61. En ellos se ensayaron estructuras ligeras, cubiertas experimentales y nuevas formas de relación entre arquitectura y paisaje. Cada edición de la feria se convirtió en una exposición de arquitectura viva, en donde los arquitectos exploraban nuevas soluciones espaciales mientras algunos artesanos añadían murales, mosaicos o celosías. De hecho, uno de los rasgos más singulares del recinto fue la colaboración entre arquitectos y artistas plásticos. Pintores y escultores como Carlos Pascual de Lara, Antonio Rodríguez Valdivieso, Amadeo Gabino o Jesús de la Sota participaron en la decoración de los pabellones y generaron un tejido interdisciplinar que anticipaba los principios del arte público contemporáneo.

Allí, la arquitectura era mucho más que un contenedor neutro. Fue una obra total, donde estructura, luz y materia dialogaban con el color y la textura del arte. Ese espíritu integrador, tan propio de la modernidad, dotó a las Ferias del Campo de una identidad estética única, cívica y optimista.

Fragilidad de lo moderno

Pero el tiempo fue menos amable con aquel legado. Tras el cierre de las ferias, muchos pabellones quedaron en desuso. Mientras algunos se reutilizaron para actividades municipales o deportivas, otros fueron abandonados o demolidos. La modernidad, tan frágil como valiente, envejeció sin defensas. Y así, lo que fue símbolo de progreso se convirtió en un paisaje de ruinas silenciosas.

El proyecto comisariado por de Coca Leicher rescata esa memoria desde una mirada contemporánea. A través de un minucioso trabajo de archivo —planos, fotografías, maquetas y documentos inéditos—, reconstruye el relato de un conjunto que merece ser comprendido como patrimonio arquitectónico del siglo XX. La documentación reunida propone nuevas vías de conservación y demuestra que la arquitectura moderna también necesita políticas de protección, igual que los palacios o los templos históricos.

Francisco de Asís Cabrero, dibujo de Gran Madrid nº16, 1951. ©HerederosdeFranciscodeAsísCabrero

El fotógrafo Luis Asín, en la serie realizada expresamente para el proyecto, ha sabido captar ese diálogo entre el paso del tiempo y la persistencia de la forma. Sus imágenes funcionan como un espejo contemporáneo y muestran el paisaje emocional que rodea a la arquitectura.

Rehabilitar el pasado para pensar el futuro

Desde 2006, con la aprobación del Plan Especial Feria del Campo, el Ayuntamiento de Madrid ha impulsado algunas intervenciones para recuperar pabellones y espacios del recinto. Estas acciones, aunque parciales, abren una pregunta urgente: ¿qué hacer con la arquitectura moderna cuando envejece? ¿Cómo conservar su espíritu sin congelarla en el tiempo?

Rehabilitar tiene que ver con restaurar materiales, pero también con recuperar un sentido perdido. Y ese sentido pasa por comprender que el patrimonio moderno también forma parte de la identidad urbana. Si se pierden estos lugares de experimentación, perderemos la memoria de un momento en que la arquitectura española fue capaz de soñar, incluso en momentos de escasez.

Hoy, cuando muchas de aquellas estructuras sobreviven discretamente entre los árboles, conviene mirarlas con la atención que se reserva a los clásicos. No por nostalgia, sino por reconocimiento. Porque en ellas aún late la posibilidad de construir de manera sencilla, colectiva y coherente. La memoria, como decía Rossi, se asocia a lugares. En la Casa de Campo, esa memoria sigue esperando ser habitada.

Las obras y documentos mencionados pueden visitarse en la exposición Las Ferias del Campo. Paisajes y arquitecturas modernas en la Casa de Campo, abierta al público en el Museo ICO hasta el 11 de enero de 2026. 

 

*Foto portada: Zoco expositivo, primera Feria Nacional del Campo, Stand HYT, 1950.

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