Alguien está haciendo una foto a una de las fotografías que cuelga del techo en la sala de exposiciones. Es la reproducción de una portada de una revista antigua en la que se explica la historia de Bernarda Caamaño, «La matriarca hawaiana», titulan en el medio. La foto en blanco y negro de esa portada muestra a una mujer de rostro serio junto a su familia.
—Es mi prima —afirma un hombre de pelo blanco y marcadísimo acento inglés, señalando a la mujer de la foto—. My name is Michael, Michael Muñoz Campos —se presenta ya en inglés alardeando de sus dos apellidos españoles—. «Tengo aquí muchas más fotos de mi familia», explica a la persona con la que ha entablado conversación.
Y tras señalar varias paredes donde supuestamente se localizan, acompaña al visitante a una vitrina cercana repleta de pequeñas fotos en blanco y negro.
—Mira, esa niña de ahí es mi madre. Y esta mujer de aquí, mi abuela. He tenido suerte. Ella puso sus nombres por detrás para que ahora podamos saber quiénes fueron. ¿Ves? Esta es ella, mi prima Bernarda —explica orgulloso de saberse protagonista.
Michael es hijo y nieto de emigrantes españoles. Bernarda Caamaño, como los abuelos de Michael, partió de Salamanca para trabajar en la recogida de azúcar en Estados Unidos. Ellos fueron solo algunos de los que eligieron ese país como destino en el que buscar una vida mejor. Forman parte de aquellos Emigrantes invisibles a los que una exposición del mismo nombre comisariada por el periodista y cineasta Luis Argeo y por el catedrático de la New York University James D. Fernández, con la organización y producción de la Fundación Consejo España-EEUU, les rinde homenaje en el centro cultural de Conde Duque, en Madrid.
Desde el siglo XIX, muchos españoles decidieron dejar atrás sus hogares para buscarse una vida mejor en América. La mayor parte de ellos, por la ventaja de compartir idioma, eligieron distintos países hispanoamericanos para establecerse. Pero otros, los menos, se dirigieron a Estados Unidos. «Fue una emigración invisible porque quedó diluida entre los miles de emigrantes que llegaron de otras partes de Europa, como los italianos, y de China. Los españoles apenas eran una gota en el océano», explicaba Luis Argeo en la presentación de la muestra.
La exposición cuenta la historia de esa emigración invisible en seis capítulos: desde el adiós a su tierra y a su familia, que suponía a la vez un comienzo, hasta su definitivo establecimiento en Norteamérica, abandonada ya toda esperanza (en algunos casos) y deseo de regresar a España.
Y lo hace a través de documentos y las fotografías que los descendientes de aquellos primeros emigrantes conservan en viejos álbumes o incluso en cajas de lata de galletas y membrillo, desligados ya de la lengua y costumbres de sus abuelos y bisabuelos.
James Fernández y Luis Argeo son descendientes también de emigrantes españoles en el país norteamericano. «Hace muchos años comenzamos a trabajar de manera independiente en torno al fenómeno de la emigración española de antaño en Estados Unidos», explican el origen de esta exposición. «Hace muchos años, también, nos conocimos en Nueva York, y con el paso del tiempo fuimos viendo que era importante archivar y documentar este capítulo histórico desconocido, invisible para las sociedades española y estadounidense. Así que, desde 2010, aproximadamente, nos propusimos crear el mayor archivo documental –con fotos, películas caseras, entrevistas, películas documentales– sobre estos desconocidos emigrantes».
Aquella búsqueda se convirtió en una carrera contrarreloj. Los que poseen las claves de interpretación de esos archivos personales son los hijos de los emigrantes, que, si viven aún, rondan los 80 y 90 años. Los nietos y bisnietos poco saben ya de esos documentos que guardan en sus casas; no leen español y descartan cartas y recortes porque no creen que tengan ningún valor histórico al no saber descifrarlos.
«Cuando un archivo llega al bisnieto, las pérdidas de materiales y de explicaciones pueden ser enormes», se lamentan Fernández y Argeo. Por eso decidieron renunciar a la búsqueda de apoyos institucionales y subvenciones en favor de localizar esos testimonios directos. «Lo más difícil ha sido localizar y conseguir fondos de apoyo. El proyecto lo hemos realizado dependiendo de la generosidad de los descendientes, que nos han alojado, nos han dado de comer, etc. También nos ha costado documentar bien las actividades de los españoles en EEUU que, durante la Guerra Civil Española, apoyaron la causa franquista. Fueron una minoría muy pequeña, nos consta, pero queríamos que tuviera representación en el proyecto y en la exposición, y no ha sido fácil».
La exposición se centra en un espacio temporal concreto: desde finales del siglo XIX hasta 1945. «Queríamos señalar, por una parte, que nuestra historia se distingue de la historia del exilio republicano, aunque obviamente hay solapamientos entre un fenómeno y otro. También entendemos que los conflictos europeos de 1936-1945 marcaron un punto de inflexión en la historia de las comunidades españolas en EEUU, ya que en el marco de esos años se dieron cuenta de que no iban a volver a España».
A lo largo de ese periodo es posible comprender cómo evolucionó ese fenómeno migratorio y cómo fueron cambiando las vidas de quienes llegaron desde España a trabajar a Estados Unidos.
«Su lugar de destino no era una ciudad, sino un trabajo», afirmaba Luis Argeo mientras hacía de guía en la exposición. Poco a poco, aquellos primeros emigrantes españoles se van estableciendo en el país que les acoge, creando sus propios negocios, formando sus asociaciones y sus grupos de apoyo. Se relacionan básicamente entre ellos, incluso formando algún gueto al estilo de italianos y chinos.
«Existió un Little Spain en Manhattan, Nueva York, cuyo corazón se ubicaba en la calle 14, oeste. En Tampa, Ybor City fue fundada por un empresario español, Martínez Ybor. Gallegos y asturianos eran mayoría, con presencia siciliana y cubana, en las calles de Ybor City y West Tampa. Las grandes compañías metalúrgicas del cinturón industrial fundaron pueblos para sus trabajadores, company towns, y hemos encontrado algunos, como Spelter, en West Virginia, donde los apellidos marcados en las lápidas de los cementerios muestran la concentración de emigrantes de origen español. La facilidad de integración, como siempre, depende de cómo se valore, de quién la valore. Por supuesto que hubo roces, desigualdades entre colectivos de distinta procedencia, y también colaboración y exogamia», comentan Argeo y Fernández.
Quienes emigraron a Estados Unidos «eran, en su inmensa mayoría, campesinos u obreros industriales de clase obrera, con escasa instrucción formal», explican los comisarios. «Muchos de los hombres emigraban en parte para evitar el servicio militar obligatorio, sobre todo durante las intermitentes y mortíferas guerras coloniales en África. En general, se generaban pequeñas o no tan pequeñas oleadas, organizadas siempre en torno a oportunidades laborales y redes más o menos informales».
Aunque llegaron de toda España, el núcleo más numeroso de emigrantes españoles en Estados Unidos procedía de Asturias, Galicia, Cantabria y el País Vasco. Los gallegos y asturianos se establecieron en su mayoría en Nueva York y sus alrededores o en Florida.
«Pero luego encontramos enclaves de cántabros trabajando en las canteras de granito de los estados de Nueva Inglaterra (Vermont, New Hampshire, Maine, Massachussetts); pastores vascos en Nevada, Idaho, California, y Montana; agricultores andaluces, valencianos, extremeños y castellanos en Hawái y California; andaluces y asturianos en las minas de carbón y en las acerías de Virginia Occidental, Pennsylvania, Missouri, etc.», aclaran Argeo y Fernández.
Tanto Estados Unidos como España, al igual que otros muchos países, están marcados por los movimientos migratorios. Sorprende por ello el rechazo al que viene de fuera que prende en una buena parte de la sociedad actual tanto allí como aquí.
«La gente es muy olvidadiza —se lamentan los dos comisarios de la exposición—. Lamentablemente parece ser un patrón bastante universal. Hemos aprendido que hay cierta resistencia a reconocer la semejanza entre los que emigraron hace un siglo y los que lo hacen ahora, y que esa negación es lo que inhibe la compasión, la empatía, y, por lo tanto, la justicia. Hemos concebido la exposición, entre otras cosas, como una máquina de empatía».
Emigrantes invisibles ha contado también con la participación de padrinos y madrinas como la escritora María Dueñas o el periodista Guillermo Fesser, todos ellos muy vinculados por diversos motivos personales o profesionales con todo lo relativo a las diásporas. De momento, la exposición está en Madrid, pero sus organizadores confían en que pueda ser llevada a otras ciudades españolas y también a Estados Unidos.