En un taller de bicicletas colaborativo de México llamado Enchúlame la Bici cada cosa tiene un precio; pero no hace falta traer ni un peso para salir por la puerta a dos ruedas. El modelo de negocio es en realidad un experimento -de éxito- con el que el colectivo que lo mantiene quiere demostrar que son posibles otros modos de funcionar. Ellos ya están pedaleando con el ejemplo.
Sergio Corona, el Cheko para todos los que le conocen, se pone a platicar de su trabajo, una rutina que llevó como filosofía de vida. No se trata de una oficina de gestión en una gran empresa, sin embargo; habla de alternativas económicas con perfiles regionales, de nuevos modelos soiciopolíticos para la cohesión social y de métodos de autogestión para cubrir necesidades. Para llegar a formar la infraestructura colectiva de 15 participantes en la que desempeña ahora su trabajo, le hizo falta profesionalizarse y viajar cinco años por el mundo conociendo otros tipos de relaciones contractuales. «Más allá de las monetarias, las que nos han impuesto», puntualiza.
Este mexicano tenía tres bolsas con las que comenzar un proyecto. Dos eran de herramientas. Las portaba en su bicicleta por toda Ciudad de México reparando, transformando o «enchulando» velocípedos a domicilio. La otra era de conceptos: «Aprendí muchas cosas al viajar», empieza a contar, «entre otras, me di cuenta de que los avances sociales no los logra la política, sino nosotros mismos. Incluso en países como Venezuela, con un régimen socialista, distinto al resto, las soluciones no llegan. Izquierda y derecha acaban siendo lo mismo. Yo me interesé por otras vías socioeconómicas y sociopolíticas que podían adoptarse para progresar socialmente y como individuos. Vías enfocadas en la colectividad, las luchas sociales, la revisión sistémica… Opino que el modo de avanzar y no seguir adelante con un sistema que es perjudicial es empezar a utilizar métodos de autogestión, locales y regionales, como este taller de bicicletas».
Lo que él quería exactamente era tener un taller donde su oficio no se limitase a cobrar por el arreglo de un vehículo, sino un lugar donde la gente pudiera decidir de qué manera beneficiarse de su trabajo, sus conocimientos y sus herramientas a cambio de una contraprestación, que no tendría por qué ser ni contante ni sonante.
A Óscar Zúñiga, su exjefe en un negocio de escalada, le convencía tanto el concepto que dejó de ser su jefe y se fue con Cheko y un tercer compañero (Santi) a emprender la idea. El primer trueque con el que empezarían a desarrollar su modelo de negocio sustentable, para hacerlo sedentario, sería el que hicieran con la dueña de Mi Verde Morada, quien donó el recinto donde trabajan en la Colonia de Santa María de la Ribera para que diferentes colectivos lo aprovecharan a cambio de conservarla e ir reparando los desperfectos (Actualmente lo comparten con el colectivo Ver-d Santamaría -de huertos urbanos-, y la cooperativa Pan de Huérfano, un taller de panaderos).
La idea cuajó. En ese barrio obrero, por su portón, empezaron a asomarse personas de todos lados de la ciudad que querían algo relacionado con bicicletas, pero no todos coincidían en qué.
«El que viene aquí puede venir de cuatro formas«, explica Cheko. «Si alguien quiere ser cliente y pagar por el arreglo de una bici o por comprar una, puede hacerlo, y ese dinero va a parar al colectivo. La segunda forma de participar es como usuario, es decir, entrar a una bike kitchen, donde la persona puede utilizar nuestro taller y nuestros materiales, y cuenta con nuestro asesoramiento, y solo paga 20 pesos por hora en el taller. La tercera forma es como voluntario. Tú nos ayudas, nosotros te ayudamos. A lo mejor alguien no puede pagarnos el arreglo de una bici, o tener una bici, pero viene a ayudarnos con la mecánica de prototipos que tenemos que hacer, o solo viene a barrer, o a arreglarnos la página de Facebook…. La cuatra forma de venir aquí es como aprendiz. Les enseñamos lo que sabemos y luego tienen la oportunidad de seguir trabajando con nosotros y ser parte del colectivo, o irse con los conocimientos para hacer sus propios proyectos».
Tras dos años y medio de experiencia y un nuevo taller de artesanía de la bici abierto en San Joaquín, el equipo de 15 personas que componen actualmente Enchúlame la Bici llenan su habitáculo cada vez que da un cursillo. Esta misma semana la IAPA (Instituto para la Atención y Prevención de las Adicciones) les ha otorgado 100.000 pesos para que sigan haciendo una labor de la que se han beneficiado, entre otros, algunos de sus atendidos en el Instituto. Ya es la segunda inyección que reciben como respaldo a su modelo tras hacerse el año pasado con 140.000 pesos que la gente fondeó a través de la plataforma Idéame.
Cheko y Zúñiga hacen ejercicios con los aprendices de hoy. En esta clase, cuando a un asistente se le pregunta que qué podría aportar para la máquina inverosímil que ha esbozado un compañero, no se menciona la palabra chequera ni banco ni préstamo. Y si alguien pide ayuda para desarrollar una idea, contraoferta rápidamente los productos, herramientas, saberes, habilidades o tiempo que puede ofrecer a cambio. «Aquí no se viene solo a aprender a arreglar bicis, que también», resume el ideólogo del proyecto, «es saber colaborar para tener mejores ideas y llegar más lejos».
Alejandro Salas, Claudia Rey y Cuauhtémoc Cataño son tres de los asistentes. A Salas y Cataño no les importa venir desde colonias lejanas a cambio de lo que aquí se ofrece: conocimiento gratuito de mecánica. Que uno quiere para saber arreglar su vehículo y otro para crear un modelo de taller parecido en otro barrio. A Rey, sin embargo, lo que le interesa es poner un taller de panadería colaborativa.
«Yo no vengo tanto por las bicis, lo que pasa es que quiero aprender a manejar la onda ‘autogestiva’», declara. Dice que aquí está aprendiendo un concepto de negocio «sin necesidad de dinero», «basado en el trueque» en todas su formas, mientras aprende a poner pedales y soldar cadenas. Y eso que también se queda.
El patio de Enchúlame la Bici es un museo de las dos ruedas. Enchularlas, aquí, no significa simplemente ponerle colores. Entre otros proyectos, los mecánicos y voluntarios han creado bicis carro, bicis tienda, artilugios caseros y energéticos con alma de velocípedo… «Esta que estoy haciendo va a ser una bici con cafetería», muestra el Cheko un gigantesco armazón metálico que como si fuera fácil visualizar cómo pretende incorporar a una bicicleta semejantes hierros. «Se puede», defiende, «se hace con ayuda».
Zúñiga y él se saben activistas de esto. Dice el fundador que, aunque es consciente de que «esto no sea cambiar el mundo, es empezar a cambiarlo». Ahora dan fe de que es posible presentando como aval su trabajo. Su experiecnia en los modelos colaborativos les ha demostrado que allí hay una salida, a dos ruedas, «a lo que nos han impuesto que hagamos».
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