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Esquiadoras que montan timbas y otras mandangas: Del deporte también se sale

Una tarde, harta de insultos de haters por las redes sociales, Almudena Cid, una de las gimnastas más importantes de la historia de España, escribía un hilo en Twitter para explicar por qué después de su carrera deportiva había aparecido en El Hormiguero, en series, películas y allá donde le llamaran. Almudena decía: «Hay algo muy doloroso para el deportista y es que, después de haberte sentido tremendamente competente y bueno en lo que haces, sientes que no eres nadie sin ser ya el que fuiste».

De repente el vacío. 35 años y sin saber hacer nada más que aquello a lo que llevas muchos años dedicándote casi con exclusividad. Hay altos índices de depresión, alcoholismo y ruina entre muchos de los que ya se han convertido en ex y, de hecho, cada vez hay más asociaciones y ONG dedicadas a ayudar a los deportistas cuando les explota la burbuja.

La inserción laboral y social es compleja y algunos optan, si pueden, por seguir en el mismo deporte que les dio la gloria, aunque ahora sea desde los despachos, desde las cabinas radiofónicas, en los programas de madrugada.

[pullquote]Decía Johan Cruyff que no entendía por qué muchas empresas tenían miedo a contratar un deportista retirado, si era un profesional acostumbrado a trabajar en equipo, autoexigirse y soportar altos niveles de estrés[/pullquote]

Otros, si han gestionado bien lo ganado durante su trayectoria, viven de las rentas. Y los menos, sorprendentes, se reinventan para convertirse en alguien que nunca se hubiesen imaginado.

Decía Johan Cruyff que no entendía por qué muchas empresas tenían miedo a contratar un deportista retirado, si era un profesional acostumbrado a trabajar en equipo, autoexigirse y soportar altos niveles de estrés. Quizás a quien contrata le asusta el carisma que un deportista reconocido pueda tener y tiene miedo de que los focos del liderazgo se desvíen de su persona. Igual también por eso muchos de los que se retiran optan por hacer carrera en la política y aprovechar su tirón mediático para rascar unos votos o agenciarse un ministerio.

En Brasil, Bebeto, Romario y Pelé han pasado por algún sillón político. Kasparov hizo carrera para las presidenciales en Rusia. Pepu Hernández pasó de entrenar la selección de baloncesto a presentarse a la alcaldía de Madrid. Shevchenko, en Ucrania, hizo lo mismo. Paco Mancebo ha ido con Vox a por un puesto en la diputación de Ávila. Ruth Beitia con el PP, pero para Cantabria. Manny Pacquiao es el senador más famoso de Filipinas. Y George Weah, el único futbolista africano con un balón de oro, gobierna su país, Liberia, desde 2018. Aunque no se le dé igual de bien que meter goles.

Pero, sin duda, la salida más recurrente es la actuación. Maravilla Martínez, campeón del mundo de boxeo, recorre salas off de Madrid haciendo de Bengala, un boxeador deprimido por no saber qué hacer cuando se retire. Dwayne Johnson dejó la NFL primero, y la lucha libre después, para ser uno de los actores mejor pagados de Hollywood. Vinnie Jones, actor fetiche de Guy Ritchie, jugó más de diez temporadas en la Premier. Hovik, Bogotá en La casa de papel, fue dos años seguidos campeón de España de boxeo. También Shaquille O´Neal, Arnold Schwarzenegger, Michael Jordan, Burt Reynolds, Jason Statham y Bob Anderson, el esgrimista más laureado de Inglaterra. Hacía las escenas en las que Darth Vader usaba la espada láser. Pero eso para él no era actuar, ¿no?

Probablemente, los siguientes casos no sean los de más éxito ni los que cuenten en las canteras deportivas con «mira en quién te puedes convertir si lo haces bien», pero nadie dijo que fuera fácil el Back to life:

FAUSTINO ASPRILLA. NO HA DEJADO DE METERLA

La mayoría del público asistía esa tarde de junio al estadio El Campín de Bogotá para ver a la nueva estrella colombiana, el Tino Asprilla, que llegaba de culminar una gran temporada en el Parma, Italia.

El partido, un amistoso contra la selección de Chile, estaba siendo bastante aburrido, pero el Tino, que estaba acostumbrado a que en Europa le dejasen en el vestuario toda la ropa para el partido, hasta los calzoncillos, todavía tenía algo que demostrar.

Aunque no era la primera vez que salía en una revista del corazón, debido a sus excesos fuera del campo, el robado que le hicieron cuando se le salió el pene en mitad del partido al regatear a un chileno le convirtieron, definitivamente, en un icono sexual en los 90. Esta situación mediática le despistó para su función principal, marcar goles, pero le fue preparando para una transición dulce durante su retirada y para convertirle en lo que es hoy, dueño e imagen de una de las marcas de mayor crecimiento en Colombia: Condones Tino.

Se venden de tres en tres, como el hat-trick que le hizo al Barça, y aunque los hay de tipo ultrafinos, lubricados, punteados, estriados y los puedes elegir de fresa o chocolate, él sueña con hacerlos de guayaba: «Tiene mucho significado para mí. Yo tenía un palo de guayaba en mi casa y ahí tuve muchas experiencias».

Al bueno de Tino se le fue haciendo pequeña la portería con eso de los años y las juergas. Igual por eso el resumen de su vida está en el eslogan de los preservativos, «El tamaño importa».

MOLLY BLOOM. ÓRDAGO A LA GRANDE

Larry Bloom era un padre perfeccionista y exigente. Educó a su hija con la firme intención de que fuese buena estudiante y gran deportista.

Lo consiguió. Molly fue incluida en el equipo olímpico de esquí estadounidense para los Juegos Olímpicos de Invierno en Torino.

Unos días antes, en los entrenamientos previos, Molly sufrió una lesión de espalda y se tuvo que retirar definitivamente del deporte de élite.

Haciendo caso a su padre, su siguiente paso era la facultad de Derecho, pero para ganar algo de dinero, empezó a trabajar recibiendo a los jugadores de póker de una timba clandestina en un famoso bar de Los Ángeles.

Por allí pasaban Leonardo diCaprio y Tobey Maguire, entre otros, y este último, que se dio cuenta de las habilidades de Molly para organizar y contar dinero, la animó a que fuese ella quien montara las timbas.

Sus partidas empezaron a ser famosas. Las organizaba en hoteles de lujo y le daba un toque que ninguna otra timba clandestina tenía: el mejor whisky escocés, caviar, champagne francés y dos acupuntores que masajeaban a los jugadores durante las largas partidas. Molly se llevaba un porcentaje. En alguna de ellas las apuestas eran de más de un millón de dólares.

Cuando se mudó a Nueva York, los clientes dejaron de ser actores de Hollywood para convertirse en oligarcas rusos. Molly cada vez manejaba más millones en dinero negro y poco después de que la mafia llamara a su puerta, llamó el FBI. Algunas multas y una libertad condicional después, Molly, arruinada, escribió un libro contando su vida.

Del libro salió Molly´s game, película nominada a los Oscar.

No lo ganó, pero seguro que su padre estará, finalmente, orgulloso.

GEORGE FOREMAN. LA FE TUMA MONTAÑAS

Era ya el octavo asalto y George Foreman seguía preguntándose cómo no había derribado a su oponente después de haberle golpeado tanto y tan fuerte. Desde el primer round, y hasta el cuarto, oía en su esquina al entrenador repitiendo la estrategia para ganar a Muhammad Ali, un boxeador muy resistente: KO rápido en los primeros asaltos.

Estaba agotado a un minuto de finalizar el octavo, pero seguía golpeando como si se le fuesen a caer los brazos. A catorce segundos de salvarse por la bocina y coger un poco de aire, una combinación de golpes rematada por un recto cruzado de Cassius Clay (Ali), le hizo caer boca abajo en la lona y perder el combate, el primero que perdía en toda su carrera.

Después de aquella velada, que se celebró en Zaire, la actual República Democrática del Congo, George desapareció por completo durante dos años, regaló todos sus televisores para no saber nada del boxeo y se encerró en la Iglesia del Señor Jesucristo para estudiar el evangelio.

Tiempo después, el que fuera uno de los boxeadores más crueles de la historia, terminó su formación y se ofició como pastor de la iglesia evangélica. Comenzó a predicar por todo Estados Unidos y cuando su parroquia, un edificio humilde en un barrio de Houston, se quedó sin fondos para una reforma, él decidió, con 45 años, pelear de nuevo por el título mundial. Después de mucho tiempo lejos del ring y en un estado de forma, digamos, mejorable.

Ganó, reformó la iglesia y, con lo que sobró, montó una marca de parrillas con su nombre en la que hacen hamburguesas por todo el mundo.

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