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Eterno teenager

Es imposible que un ilustrador que dibuja mientras escucha chistes de Eugenio pueda caer mal a nadie. Imposible. Lo que sí es probable es que no lo hace por caer bien, sino por devoción. Dani Blázquez se autodefine como nostálgico y, si uno quiere envolverse en una burbuja ochentera o noventera, no hay mejor banda sonora que el runrún que provoca la profunda voz del hombre de negro. Así es la eterna adolescencia de este ilustrador español.
Su historia comienza como la de 9 de cada 10 dibujantes: pegado a los lápices desde pequeño. Sin embargo, hubo un tiempo en el que Dani Blázquez estuvo haciendo quiebros y gambetas a la ilustración, como intentando evitar a una incómoda compañera de viaje que te sigue hasta la estación de destino. Llegó un momento, pasada la adolescencia, que incluso abandonó por completo los hábitos. «Estuve años sin dibujar prácticamente nada».

Para suerte de todos, sus huesos dieron con un trabajo completamente alejado del ámbito creativo. Nada como un escenario laboral gris y anodino para despertar la chispa creativa una vez más. «Tras cuatro años y medio, en 2009, decidí retomar el dibujo e intentar convertirlo en mi profesión. Me fui a Oviedo a estudiar Ilustración y en 2012, nada más terminar, tuve la suerte de recibir los primeros encargos». Muerte a la rutina y vuelta al redil.
Blázquez lleva más de dos años dedicando su tiempo en exclusiva a lo que hace ahora: escarbar en el imaginario de su infancia y su adolescencia para, con ese estilo y esas paletas, homenajear a su lado más nostálgico. Acepta con resignación que esa nostalgia es negativa. «Te bloquea y, a veces, te impide mirar hacia adelante y avanzar. Pero no lo puedo evitar», señala.
Explica que suele partir de los «recuerdos en forma de gráficas ochenteras, publicidad, cartelería y, en definitiva, todo lo que tenga que ver con los 80 y 90: pelis (con sus geniales pósteres), música, estética,  colores…».

Sigue siendo fiel al quinceañero que se expresa a través de su trazo y no se corta en sacarlo a relucir incluso cuando los trabajos son por encargo y para clientes. Además, asegura que esa dignidad del propio criterio, que ese respeto a la identidad personal, suele tener recompensa. «Disfruto mucho con la mayoría de los encargos, ya que muchos de ellos vienen a partir de lo que, en su día, subí a mi portfolio como trabajos personales. Los clientes ven eso, les gusta y acaban pidiendo cosas parecidas. Siempre hay un sitio en el mercado para aquello sobre lo que nos gusta dibujar, sea lo que sea».
Dani Blázquez cita como influencias a una veintena de nombres que incluyen, entre otros, a Martin Ansin, Gabz, Drew Struzan, Jano, Richard Amsel, Ken Taylor, Gómez Quibus, Tomer Hanuka o Mucha. Pero luego están los que no cita, los que brotan de manera primaveral de sus láminas. Steven Spielberg, el cine adolescente de los 80, el futurismo ahora retro de Ridley Scott o James Cameron y otros blockbusters de aquellos gloriosos tiempos. En su propuesta todo es color, palomitas y Mirindas, un constante recuerdo a tiempo felices y despreocupados.

Dice que parte de referencias visuales y no conceptuales. Resalta de hecho sin rubor que apenas trabaja el concepto y se protege de las críticas a su irreverencia con una cita de Tomás Hijo que dice que «una buena ilustración debe impactar a los ojos, al corazón o al cerebro. Y en el mejor de los casos, debería puntuar en más de una categoría». Es más dibujante que ilustrador, por tanto, y no le duelen prendas a la hora de admitirlo.
Así mira al futuro Dani Blázquez, con la pesada mochila de un pasado lleno de referencias imborrables. Escuchando chistes de Eugenio mientras dibuja, viendo pelis o documentales y esperando, como Daniel LaRusso (Karate Kid), a ganar de un golpe maestro el siguiente combate lápiz en mano.





 
 

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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