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Personajes frustrados por la vida: La angustia del puro existir

El cine duele. Y pueden aprenderse muchas cosas padeciéndolo.

Cine y existencialismo
Wittgenstein decía que el entendimiento se da coscorrones al golpear su cabeza contra los límites del lenguaje. Pero entonces llegó el cine, con su flamante forma de expresión, dispuesto a enfrentar el tremendo sufrimiento de existir a través de la interpretación. Los personajes del celuloide están tan frustrados como los literarios. Ambos experimentan el problema en carne propia, tratan de sobrellevarlo, de expresarlo, de poner diques al dolor. Los dos se arriman al abismo y, acto seguido, se alejan. De los dos, el espectador susceptible arrebata incertidumbres, angustias e inquietudes. Porque filosofar es tan solo sentir la condición humana, y eso no es privilegio de Kierkegaard.
En 1931, Simone de Beauvoir escribió: «Había un modo de expresión que Sartre ponía casi tan alto como la literatura: el cine». Sin embargo, esta admiración no fraguó. «Diversos textos de Sartre fueron llevados al cine y grandes nombres estuvieron vinculados a estos proyectos, pero ninguno resultó una película memorable. El amor de Sartre por el cine no fue correspondido. Las películas eran estáticas, artificiales, trabadas» explica el doctor en filosofía Julio Cabrera, obsesivo consumidor de cine y autor del libro Cine: 100 años de filosofía.
Justo lo que Sartre rehuía: la filosofía contemplativa vinculada al quietismo o la inacción. ¿Tendría la imagen una positividad incompatible con la negatividad de la existencia? Cabrera, quien opina tajante que la filosofía no debería presuponerse como algo perfectamente definido antes del surgimiento del cine, cree que el sufrimiento sí se ha expresado en imágenes a posteriori, pero no el de Sartre. Quizá sus imágenes eran demasiado catárticas.
De hecho, uno de sus personajes se clava un cortaplumas en la mano para sentir que existe. «Difícilmente un director mostraría esto en imágenes. El cine puede reproducir exactamente la vivencia de la desesperación sin desesperar, como es el caso de Amour de Haneke. Una película genuinamente existencial, ¿no debería dejar al espectador desesperado?».
Personajes frustrados por la existencia: «El teatro de situaciones»

Algunos de los personajes más preocupados por su fuero interno no estaban atormentados a priori, sino que han sido colocados en una situación desapacible que destruye su anterior vida tranquila. El propio Sartre concibió ya un «teatro de situaciones», que presuponen un abanico de opciones existenciales. El personaje saborea (o repele) la libertad en su más alto grado. Junto al profesor Cabrera, repasamos algunos de ellos.
1. Marie, la bailarina en un concierto de miserias

La protagonista de Juegos de verano (Ingmar Bergman, 1950) vive un sueño de amor con el joven Henrik, cuya terrible muerte contra las rocas y el duelo posterior la harán comprender que nada, salvo la muerte, nos puede despojar de lo vivido.
«No hay Dios. Y si hay uno, le odio. Si le tuviera en frente de mí, le escupiría a la cara» (Marie)


2. Iván, el niño de espíritu partisano

El pequeño soldado ruso de La infancia de Iván (Andrei Tarkovsky, 1962), cuya vida infantil y paradisíaca solo está en sus sueños. El verdadero niño Iván, duro y melancólico, es un monstruo destrozado por los horrores de la guerra.
«Y yo estoy solo. Usted lo sabe. No tengo a nadie» (Iván)


3. Nazerman y la incapacidad de reconciliación con la vida

El protagonista de El prestamista (Sidney Lumet, 1964) es un judío superviviente del Holocausto, cuya familia fue exterminada. Se ha convertido en un hombre autómata que se pasea por una vida desierta y atormentada. Sol alude a la existencia de un mundo que ni siquiera podemos empezar a entender, y ha emergido de allí sin más alternativa que la de ahogarse en el horror.
«Soy un hombre sin ira. No tengo ningún deseo de venganza por lo que me han hecho. He escapado de las emociones. Estoy seguro dentro de mí mismo. Todo lo que quiero es paz y tranquilidad». (Nazerman)


4. Hsiao-Kang, el dolor que no habla

Impacientes, no os molestéis. Penetrar en el universo del director Ming Liang requiere una especial avidez. En El Río (1997), lenta y extravagante a partes iguales, un joven inexpresivo accede a simular un cadáver flotante en un río para la filmación de una película (ese momento crucial aparece al final del siguiente trailer). A partir de ese instante, los dolores de cuello serán tan insoportables que marcarán su existencia. En el cine de Ming Liang, el agua aparece siempre como un nexo, una esencia y, en algunos casos, como lo único que permanece en movimiento en la pantalla.
«Siempre veo a los personajes de mis películas como plantas sin agua que están casi a punto de morir. En realidad, el agua simboliza el amor para mí, eso es lo que les falta. Trato de mostrar, metafóricamente, su necesidad de amor». (Ming Liang)

Personajes frustrados por la existencia II: La angustia del puro existir

Hay otros sujetos harto más interesantes. Son personajes, en palabras de Cabrera, «internamente crepusculares». Están asfixiados dentro de este mundo, a pesar de que no les ocurre nada especialmente diabólico, o su mal ya ha concluido y la vida parece próspera. Su desazón existencial viaja desde sus entrañas a la historia de la cinematografía. Véase:
1. Alain, el muerto en vida

Solo un zopenco con la sensibilidad de un guijarro podría no sentir opresión al ver la vida desde los ojos de este joven apuesto y culto que, ya recuperado de su adicción al alcohol, sale de la clínica y se topa con una panda de amigos fríos, egoístas y desinteresados. Es la trama de El fuego fatuo (Louis Malle, 1963). Las Gymnopédies de Erik Satie hacen el resto del trabajo.
«La vida, conmigo, no transcurre lo bastante deprisa, así que la acelero. La corrijo. Mañana me mato». (Alain)


2. Giuliana, la mirada natural frente al artificio

Michelangelo Antonioni plantea en El desierto rojo (1964) el exponente más lóbrego de terror existencial. La bella Giuliana vive en una insuperable melancolía. Al igual que hará Haneke en su maravillosa El séptimo continente (que, desde luego, también cabe en esta lista), el italiano utiliza aquí planos rápidos, sucios, de fábricas, plomizos; de un mundo artificial, mecánico y desalmado.
«Hay algo amenazante en la realidad y no sé qué es» (Giuliana)


3. Jack y lo imponderable

El común de los mortales aborrece El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011), pero lo cierto es que los recuerdos de la infancia de Jack, diluidos en el rostro de su familia y, sobre todo, de su tierna madre (Jessica Chastain) y en la cadencia del Lacrimosa, lo hacen meditar y mucho. Ya de adulto y en la vorágine de la urbe, reflexiona sobre su diminuto lugar en el infranqueable esquema cósmico.
“Vela por nosotros, guíanos, hasta el fin de los tiempos” (Jack a Dios)


4. Andrea, el chico raro

He aquí el personaje existencial de manual, y nunca mejor dicho. El muchachito de La Gran Belleza (Paolo Sorrentino, 2013) mora en los libros y muere en la vida. Está aquejado de literatura y melancolía. Sabe bien que la muerte acecha en una esquina y, pese a las palabras de ánimo del protagonista, Jep, no soporta semejante inquietud y sale a su encuentro antes de tiempo (minuto 4:20 del siguiente video).
«Si no tomo en serio a Proust, ¿a quién tomo?» (Andrea)


La letanía de películas que han llegado lejos en el arduo intento de comprender la condición humana podría ser sempiterna. De Metrópolis a La cinta blanca; de 2001, odisea en el espacio a Bailar en la oscuridad.
Todos personajes distintos, pero con un denominador común: han conseguido introducir a los profanos, que gustan de devorar el drama, en los evangelios de la filosofía.

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