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Cómo es visitar una exposición creada por Wes Anderson y Juman Malouf

La cola es corta, pero una vez dentro es difícil no chocar de vez en cuando con otra persona al salir de un cuartito lleno de miniaturas para entrar en otro en el que solo hay retratos de niños. La gente se para y observa, señala un objeto, un cuadro.

Para estar en uno de los museos de arte más importantes de Europa, aquí falta algo: no hay ningún panel explicativo, ni siquiera el básico que nos dice el año y la procedencia de cada obra. Pero eso es lo último que interesaba a Wes Anderson y a Juman Malouf cuando crearon la exposición.

Se trata de Spitzmaus Mummy in a Coffin and other Treasures (Momia de musaraña en un ataúd y otros tesoros), el resultado de la valiente propuesta del Kunsthistorisches Museum de Viena al director y a la ilustradora y diseñadora de vestuario (que sí, son pareja): buscad en nuestras colecciones y almacenes, montad lo que queráis.

En la audioguía que acompaña (si pagas cinco euros extra) a la exposición, Wes Anderson explica que la idea era crear una especie de Wunderkammer, como un gabinete de curiosidades. «¿Tiene menos valor que te guste algo que conocer algo?», se pregunta, dando de forma indirecta respuesta a todo visitante que se siente perdido ante la falta aparente de un criterio que vaya más allá de lo puramente estético.

Según cuenta el propio Anderson, los más de 400 objetos y cuadros expuestos (algunos por primera vez) fueron seleccionados de forma instantánea por provocar una respuesta casi física en él o Malouf: una atracción espontánea e inexplicable, eso que todos hemos experimentado alguna vez en un mercadillo o una tienda de antigüedades.

El criterio para ordenar lo seleccionado es evidente y no necesita de paneles explicativos: en un espacio solo hay objetos verdes; en otro, solo animales; en otro, cajas (vitrina vacía incluida); en otro, objetos de madera. Y, de pronto, piezas que nunca habían estado juntas porque desde un punto de vista curatorial no tenían (ni tienen) nada que ver, aparecen la una junto a la otra, creando un nuevo vínculo.

El reto para el museo

Ofrecer a gente ajena al mundo museístico montar una exposición es algo que el Kunsthistorisches Museum hace desde hace algunos años. Wes Anderson y Juman Malouf son los terceros en recibir la propuesta y también los que en más aprietos han puesto al museo.

«Escribirle a un académico del arte que trabaja en el museo y preguntarle qué piezas verdes tienen hace que en su respuesta casi puedas escuchar la risa y el lamento», dice Anderson. Resulta que el color no es una categoría que se use en el museo a la hora de registrar las piezas que tienen: la búsqueda, entre unos cuatro millones de objetos, tuvo que ser manual.

Además, como cuenta en la audioguía el curador del museo Jasper Sharpe, el montaje de la exposición tuvo retos extra invisibles para el visitante. De pronto había que mostrar juntos objetos con distintas necesidades de humedad o iluminación, transportar piezas muy valiosas o delicadas.

En la zona verde, por ejemplo, hay un recipiente de esmeralda del siglo XVII, el trozo de esmeralda trabajado más grande del mundo, que costó sudor, lágrimas y muchos emails llevar a la exposición: se guarda y expone normalmente en la colección del Palacio Imperial de Hofburg —muy cerca del museo— y no fue fácil convencer a los responsables.

El foco sobre lo desapercibido

Uno de los resultados de usar ese criterio sin ningún valor curatorial –según cuenta Anderson que le dijo un empleado senior del museo– es que salen a la luz piezas a las que hasta ahora nunca se les había dado importancia.

El objeto que da nombre a la exposición, por ejemplo, un pequeño ataúd egipcio para musarañas, es el típico que pasaría desapercibido. Aquí aparece con su propia vitrina, central en la zona de animales. «Estoy seguro de que mucha gente pasará de largo sin fijarse en él», asegura el director.

Su objetivo, explica en el catálogo de la exposición, es «arrojar luz en rincones que hasta ahora habían estado demasiado oscuros para poder ser observados de forma cómoda», algo que por lo menos han conseguido con esos empleados del museo a los que volvieron locos: pese a los momentos de pesadilla, descubrieron piezas, vieron otras desde otra perspectiva, reflexionaron sobre el valor de todo.

Como visitante, hay dos cosas importantes: la primera y más básica, olvidar al entrar en la exposición que se está en un museo. Sacudirse expectativas y prejuicios y entrar como quien entra en una tienda de viejo o en un mercadillo, dispuesto a no saber más de lo que está viendo que lo que salta a la vista.

(Para los que crean que nunca lograrán esto, hay también un folleto en el que se dice qué es cada objeto, por si estar en una exposición en la que hay un Tiziano y poder salir sin reconocerlo te parece insoportable).

La segunda cosa recomendable, especialmente para este grupo que necesita saber qué está viendo, es invertir en la audioguía. En ella, Wes Anderson y Juman Malouf pasean por la exposición y la comentan con su amigo el actor Jason Schwartzman. Además, Jasper Sharpe y otros curadores del museo cuentan lo que supuso todo el proceso de crear la exposición.

Al final, aunque no haya simetrías siempre evidentes ni todos los colores sean sus típicos colores, ver la exposición es como ver una película de Wes Anderson. Los detalles, lo pequeño, lo desapercibido, pasa al centro. Y ninguna de las piezas expuestas desentonaría en un decorado wesandersoniano.

Spitzmaus Mummy in a Coffin and other Treasures estará en el Kunsthistorisches Museum de Viena hasta el 28 de abril de 2019.

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