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Caramelos visuales que esconden tragedias humanas

Clic. Quiero más. Clic. Dame más. Clic. Hace tiempo que nos han embaucado. Se nos van los ojos por ellas. El cuerpo pide una nueva hornada fresca de fotografías para saciar nuestras necesidades. El ruin porn, un término utilizado para describir el consumo de imágenes de edificios y espacios en ruinas, se ha apoderado de muchos rincones de la red. Pero hay quien piensa que la atracción y fascinación autómatas por estas fotos nos está robando el espíritu crítico.
Michiel van Lersel opina que existe el peligro de que la belleza de estas instantáneas nos haga olvidar el sufrimiento que causan su abandono. Un colegio convertido en escombros es un lugar que ya no instruye a las nuevas generaciones. Un teatro desolado ya no alberga cultura que nos ayuda a avanzar como seres humano. Detrás de estos inmuebles decaídos se esconden historias de avaricia, despilfarro, guerra, egoísmo y mala planificación. Pistas sobre la locura de la condición humana. Desde 2010 este holandés gestiona la revista Failed Architecture, cuyo cometido es reflexionar sobre la arquitectura fallida.
«Intentamos analizar las condiciones sociopolíticas que contribuyen a crear estos lugares. Buscamos historias de segregación y pobreza. Las famosas fotos de Yves Marchand y Romain Meffre en Detroit ocultan el sufrimiento humano. En lugar de vender las ruinas urbanas como algo estético a lectores ansiosos por consumirlos, preferimos mostrar los síntomas de una enfermedad endémica que necesita nuestra atención», sentencia el holandés. «Es necesario comprender y contextualizar el bombo que existe ahora alrededor de los edificios abandonados y su representación en medios: desde la utilización de la Detroit posindustrial en anuncios de General Motors y Levi’s, pasando por la industria turística que ha surgido en torno a la exploración de decadencia urbana».
Van Lersel no intenta ni propone hacernos sentir culpables. Quiere ayudarnos a entender por qué mucha arquitectura acaba fracasando con una perspectiva absolutamente global. Lo mismo te encuentras un reportaje sobre un cine en ruinas en Beirut (Líbano) que una reflexión sobre un plan maestro para Kigali (Ruanda).

Historias fascinantes como el Hotel Grande en Maputo (Mozambique). Un establecimiento modernista fundado en los años 60, cuando el país era una colonia portuguesa. Hoy está en ruinas, pero en su interior viven más de 2.500 personas.
En Hungría, se cuenta el fascinante desarrollo de un culebrón urbanístico que sigue sin solucionarse. En la plaza Szabadság Tér en Budapest, hay un monumento dedicado a los caídos del Ejército Rojo que lleva años siendo cuestionado. La derecha quiere ver desaparecer algo que consideran un símbolo de la opresión rusa. En una zona cercana al monumento han instalado un busto que celebra a los héroes nacionales húngaros. Cuando Putin se enteró de que el gobierno contemplaba la posibilidad de quitarlo, el líder ruso amenazó con imponer sanciones políticas. El primer ministro, Viktor Orban, acabó encontrando una solución pragmática. Mandó construir una estatua de Ronald Reagan que se sitúa al otro lado de la plaza. El busto del expresidente estadounidense, erigido como símbolo de la lucha contra el comunismo, se encara con el otro monumento. La configuración de una plaza se convierte en una lucha de poder. Un juego de ajedrez en el que se enfrenta ideología y poder.
En Ankara, se produce un delirante episodio en el que el gobierno se gasta 27 millones de euros en un centro de convenciones que nunca se terminó. Tres años más tarde acaban invirtiendo casi otros 27 millones para desmantelarlo.

Los renders que venden sueños imposibles
La falta de sentido crítico no solo se limita a las imágenes fetichistas de ruinas. Cada día blogs como Arch Daily (la web de arquitectura más visitada del mundo) publican decenas de proyectos nuevos con renders espectaculares que apelan a nuestro disfrute por lo visual. «Suben proyectos sin editar directamente de las notas de prensa de los arquitectos. Es fascinante pero peligroso también. Por ejemplo, una propuesta cuestionable de construcción en la India se presenta como el paraíso. (…) El sentido crítico está completamente ausente», reflexionaba Jan Loerakker en la web de FA. El mismo autor se confiesa adicto a esta página.
Según Van Iersel, esta nueva cultura visual nos lleva a tener expectativas poco realistas de la arquitectura alimentadas por renders espectaculares. El canon de belleza inabarcable impuesto por la moda se traslada también al urbanismo. «Casi todas estas imágenes que aparecen en Dezeen y Arch Daily son ficticias o exageran la realidad. Esta constante fuente de incontinencia de Photoshop alimenta nuestra hambre por lo nuevo y lo mejor, y hace que la arquitectura en la vida real tenga un aspecto aburrido, pasado de moda y fácilmente reemplazable». Esto lleva a desechar proyectos que apuestan por la rehabilitación y «se extiende la idea de que es más válido diseñar y construir arquitectura nueva que mejorar edificios que ya existen».
Políticos que desean algo nuevo y vistoso. Empresarios obsesionados por hacer dinero rápido. Regulación que obvia criterios de planificación responsables como plantar árboles o tener espacio público de calidad. Ramas ideológicas que promueven un determinado estilo de diseño urbano. La arquitectura puede ser bella, puede mejorar nuestra vidas. Pero la arquitectura mal ejecutada puede ejercer violencia sobre las personas. Puede desplazar a ciudadanos pobres y segregar a los ricos de los pobres. ¿Dónde entra el arquitecto en todo esto?
«Dada su naturaleza cerrada y prestigiosa, la arquitectura deja poco espacio para la duda y el error. Los arquitectos no suelen ser receptivos a criticar abiertamente o incluso a condenar sus propios proyectos. Algunos siguen defendiendo sus edificios incluso cuando todos los demás se dan cuenta de que han fracasado. El ejemplo más extremo de esto es quizá Santiago Calatrava. El fracaso en otras disciplinas creativas —literatura, artes visuales, diseño industrial— juega un papel mucho más importante que la arquitectura para innovar y reflexionar», dice Van Iersel.
«Existen excepciones. En nuestra página hay un artículo sobre el arquitecto italiano Stefano Boeri en el que habla de los fracasos en la isla de Maddalena, un centro de conferencias gigante que diseñó para el encuentro del G8 en 2009 que nunca se acabó utilizando. Aunque es motivo de aplauso que este arquitecto reflexione abiertamente sobre lo que falló, esto no cuenta toda la historia. La versión de Boeri sigue siendo polémica. Algunos críticos piensan que colaborar en la construcción de un espacio donde se congregan los ocho líderes con más poder del planeta para decidir sobre el futuro del resto de la población mundial fue un error en sí mismo. Dudo que muchos más arquitectos acepten la responsabilidad de sus fracasos aunque pienso que hay una nueva generación que sí es más crítica y abierta a aprender de sus errores».
En cuanto a ideología, Van Iersel y sus compañeros dicen que la mala arquitectura se extiende a todos los colores políticos, pero se agrava sobre todo cuando el poder está en pocas manos. «Criticamos cualquier sistema político o económico que instrumentaliza la arquitectura para servir sus propios intereses a costa de otros. (…) No nos definimos por una ideología colectiva. Nos une una desconfianza por la concentración de poder y dinero en pocas manos y cómo estas situaciones se manifiestan a través de la arquitectura y el diseño urbano. Produce nepotismo y explotación que acaba creando mala arquitectura».
Con todo esto Failed Architecture busca que «empecemos a entender mejor la naturaleza compleja de los fracasos. La arquitectura fallida es casi siempre el resultado de un proceso largo y cíclico. Es difícil echar la culpa únicamente al arquitecto. Lo que es un fracaso hoy puede volver a ser un éxito mañana. Cuando tratamos los fracasos como fenómenos aislados e irreversibles se convierten en tragedias. La arquitectura nunca es una solución única o una causa de los problemas sociales. Debemos aprender de estos errores o sufriremos sus consecuencias».

Por Marcus Hurst

Marcus Hurst es Cofundador de Yorokobu y Redactor Jefe de Ling Magazine. Puedes seguirle en @marcushurst

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