No solo de música viven los festivales. A menudo, cualquier cosa vale para montar una fiesta o crear una tradición. Algunas no dejan de ser bastante raras o variopintas. Y como prueba, no hace falta ir muy lejos. En España no faltan festividades que van mucho más allá de lanzarse tomates o correr delante de toros.
En la localidad de Castrillo de Murcia, en la provincia de Burgos, celebran una festividad que mezcla lo curioso con lo raro. Se conoce como «Salto del Colacho» y consiste, básicamente, en que unos hombres vestidos de diablo saltan sobre filas de bebés con menos de 12 meses, como si fueran obstáculos. No es que sea el deporte local; esto se hace anualmente para que el «colacho», un hombre representando al diablo y al pecado, salte sobre los bebés para espantar a los demonios y la mala suerte.
Esta tradición tiene su origen en 1621 cuando aún reinaba Juan I, que ordenaba matar a los niños que creía poseídos saltando sobre sus cabezas. Hoy esta fiesta ha sido declarada de interés turístico nacional y son muchas las madres que dejan que brinquen sobre sus bebés para que estos queden protegidos y libres de todo mal.
Continuando con las rarezas, en Pontevedra existe un pueblecito llamado As Neves en el que practican una extraña tradición. Cada año, durante la celebración de Santa Marta de Ribarteme, los vecinos del pueblo que tienen problemas de salud se ofrecen a la santa para salir en procesión si no fallecen. Hasta aquí nada raro, de no ser porque la procesión la hacen dentro de un ataúd. Toda una paradoja, sí. De este modo, sus familiares dan las gracias a Santa Marta llevando a hombros a un vivo que descansa dentro de la caja fúnebre.
No es que los españoles seamos raros, al menos no especialmente. En otros países también tienen lo suyo. Por ejemplo, en Japón. A la ciudad de Kawasaki, cerca de Tokio, acuden cientos de personas a celebrar el «Kanamara Matsuri» o lo que es lo mismo, el «Festival del falo de acero». Sí, una fiesta que rinde culto al miembro masculino y a la fertilidad. Durante ese día, varias figuras con forma fálica pasean por las calles de la ciudad cual procesión de Semana Santa. Los asistentes, además, se dejan ver con piruletas o gafas en forma de pene.
Por supuesto, al «Festival del falo de acero» no le falta tradición. La fiesta data del siglo XVII, cuando las prostitutas del lugar acudían al templo a rezar y pedir a los «dioses del sexo» protección para no contraer enfermedades de transmisión sexual. Más allá de lo estrambótico que puede resultar ver a cientos de japoneses ataviados con accesorios fálicos, este festival sirve para concienciar a la población sobre este tipo de infecciones, especialmente el sida.
Falta, por supuesto, una celebración de tipo gastronómico. Mientras en España se hacen tomatinas, en Inglaterra echan a rodar montaña abajo un queso de más de 3 kilos. El «Festival del queso rodante» se celebra en diferentes pueblos ingleses que cuentan con laderas inclinadas en las que el objeto rodante llega a alcanzar los 100 kilómetros por hora. Una cacería láctea en la que el ganador siempre obtiene el mismo premio: el enorme queso. Los primeros escritos que hablan sobre este acto datan del siglo XIX y se cree que su origen es pagano. Por lo que se sabe, correr detrás de un queso era la forma de los locales de celebrar la llegada del verano.
Conociendo estos festivales raros raros… ¿por qué no cambiar el concierto de música en la playa por una buena carrerita detrás de un queso?
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