De unos años a esta parte, algunas personas elegimos los finales de las series… abandonándolas en el momento más dulce de los personajes. ¿Por qué está ocurriendo esto?
«Tener un final feliz depende, por supuesto, de dónde quieras que acabe tu historia», escribió Orson Welles en el guion de The big brass ring, que fue llevado al cine 14 años después de su muerte. (En España, la película tiene como título La gran rueda del poder).
Así sugiere Welles que un final feliz no tiene por qué ser forzado para contentar a los productores y al público. Si el final para los personajes está lleno de dolor o rabia, y no hay solución, el final bien podría estar mucho antes del drama.
LOS FINALES DE CUENTOS DE HADAS
Los creadores de cuentos de hadas lo tenían claro: las historias terminan con la boda del héroe o la heroína o la restitución de la situación alterada.
Los cuentos de hadas de los distintos países incluyen fórmulas distintas para asegurar a oyentes o lectores que después de la narración no hay más drama.
«Y colorín colorado, este cuento se ha acabado», decimos en castellano.
«Y vivieron felices para siempre», es un final habitual en muchos idiomas. En ocasiones el «para siempre» es sustituido por «y tuvieron muchos hijos», que admite dudas. ¿Una prole numerosa es la felicidad?
«Y fueron felices hasta que murieron», es otra variante agridulce: recuerda una realidad, triste para muchas personas: somos frágiles.
«Y ellos vivieron bien y nosotros vivimos mejor», dicen los griegos. ¿Tras este final no dan ganas de gritar ¡opa!, romper un plato en el suelo y bailar sirtaki?
Con independencia de la coletilla, todo termina con los personajes llenos de esperanza. ¡La bruja ha muerto! La bestia feroz se ahogó, la chica pobre o el chico apocado han conseguido una boda ventajosa.
LA OTRA CENICIENTA
Gianni Rodari escribe en Gramática de la fantasía que muchos cuentos de hadas tienen continuaciones olvidadas. Comenta que después de la boda, Cenicienta se comporta con modestia, siempre atenta al orden y limpieza del palacio. El Príncipe encuentra más divertidas a las hermanastras de Cenicienta, que gustan de los bailes y la vida mundana.
No es raro que el final alternativo de Cenicienta haya caído en el olvido. ¿A quién puede gustarle un final propio de un programa sobre crímenes reales?
«Ben y Lois eran felices con su granja hasta que llegó Jack, el hermano de ella».
Nos acercamos a los programas con historias truculentas sabiendo con antelación que la felicidad inicial será empañada con una atmósfera enrarecida que conducirá a un crimen.
Ante una película nos sentimos indefensos. La promoción no contiene advertencias como: «No tiene final de cuento de hadas» o «final malrollero».
No siempre tenemos el ánimo preparado para aceptar un final amargo. Aceptamos que en un filme de terror gane el monstruo, pero no que la protagonista de una comedia romántica muera por una enfermedad terminal o que el chico que acaba de conseguir su primer empleo lo maten en un callejón y lo arrojen a una cuneta.
En cualquier caso, con independencia de nuestro estado de ánimo, por lo general esperamos —queremos— un final feliz o como sucedáneo que deje claro que los personajes no sufrirán una vida miserable más allá de la película. (A veces creemos que los personajes están vivos antes y después de la ficción).
El deseo de no ver sufrir a los personajes nos lleva a aceptar que Thelma y Louise sigan adelante en lugar de terminar pudriéndose en una cárcel texana. Muchos de los personajes que se fugan en La gran evasión mueren en la huida, pero ya no volverán al campo de concentración nazi. Steve McQueen es atrapado y encerrado en una celda de aislamiento, pero nuestra esperanza renace cuando toma el guante de béisbol y hace rebotar la pelota en la pared: tiene otro plan de fuga.
ELIGIENDO LOS FINALES DE LAS SERIES
Björk interpreta en Bailar en la oscuridad a una mujer que crea sus propios finales felices:
«¿No te molesta cuando cantan la última canción en las películas? Cuando hay un gran espectáculo y la cámara sale por el techo sabes que se va a terminar. Odio eso, realmente lo odio. Cuando era niña y estaba en Checoslovaquia, solía hacer trampa. Me salía del cine justo después de la penúltima canción. Así, la película seguía por siempre. Maravilloso, ¿no?».
Irse del cine como Björk es como marcharse de una fiesta que está en pleno apogeo, mucho antes de que decaiga, para volver a casa con el recuerdo de los buenos momentos.
No siempre es fácil adivinar cuándo acabará una película. Hay películas que comienzan con un drama que crece cada minuto.
Es más sencillo decidir dónde está el final de una serie de televisión novelada cuyas tramas evolucionan entre distintas temporadas. La producción de estas series creció en la última década. Los creadores procuran cerrar las tramas al final de cada temporada. Así ofrecen al público, aunque no a propósito, un final aceptable. El fantasma de la cancelación conduce a los creadores a desarrollar estos finales.
Como guionista quizá no debería decir esto, pero como espectador encuentro placer en abandonar una serie en el último capítulo de la primera temporada aunque me haya producido placer. La satisfacción está en saber que en el último capítulo de la primera temporada los amantes están juntos o que los personajes han escapado de la gente que les hacía daño.
Desde hace años pregunto a mi esposa si quiere ver la nueva temporada de esta o aquella serie y ella me responde que no. «¿Pero te gustó la primera temporada?», digo. Ella responde: «Sí, ¿y qué tiene que ver?» Coincido.
Abandonar series redondas no parece nuevo. Como ponente en Crossover TV en Lucena (2019), una persona del público me preguntó qué opinaba de que se produjeran segundas temporadas de «series con las historias acabadas como Big Little Lies o Taboo [entonces en proceso de preproducción]». Mi respuesta fue: «Estoy contigo. Los finales fueron redondos. Acabaron las historias. Lo que tengan que contar en las segundas temporadas será otra cosa que no quiero ver».
El confinamiento llevó a gran parte del público a retomar series abandonadas hasta cierto punto. Pregunto a conocidos: «¿Últimamente has dejado de ver una serie porque te gustó cómo acabó la temporada anterior?». Unos dicen que no y otros que sí. A los que abandonaron les pregunto por qué. Algunos me dijeron que «hay tantas cosas que ver que bueno…» (No es raro cuando pasan meses entre las distintas temporadas). Otros me dijeron que tal o cual personaje «lo pasó muy mal y luego cuando [consiguió su propósito] era feliz. No quiero ver otra vez como sufre».
¡Ah! El gusto por los finales felices. Ese que rechazan algunos críticos y cineastas porque lo consideran hollywoodense. (A propósito: hay un cine que fuerza los finales amargos: los amantes no llegan a encontrarse o el protagonista ha malgastado su vida persiguiendo un sueño. Quienes prefieren los finales amargos se defienden exponiendo que huyen del cliché, pero así caen en un cliché del cine dramático de autor).
El abandono de series tras un cierre redondo de temporada también podría deberse a que recordamos cuántas series nos decepcionaron con su segunda temporada por estirar tramas cerradas o por incluir nuevas tramas con menos atractivo.
Si este abandono de series que gustan se extiende, los creadores y las productoras deberían considerar:
- Series no noveladas: con episodios independientes.
- Series noveladas de una temporada.
- Series novelas con cierres de temporada abiertos: el viejo truco de colocar a los personajes en una situación desfavorable o peligrosa.