Al nacer, le dieron el nombre de la fiesta de la inmortalidad. Con solo un cuarto de siglo, a Rosalía le dijeron que cantaba como una vieja y ella se lo tomó como un halago. Porque lo era. En el flamenco, cantar así, como con toda la vida a cuestas, es culminar.
De ella se ha dicho que ha conseguido llevar lo jondo a los milenials, que ha revolucionado el flamenco. Algunos la comparan con Camarón y otros la han acusado de antigitana. Son las dos caras de un debate muy antiguo.
Junto a ella, destaca algún otro nombre alejado de la ortodoxia, como el de Niño de Elche. Aparecen varios libros y en los medios generalistas dan más espacio al flamenco. La pregunta es inevitable: ¿Está de moda el flamenco? Quienes lo viven desde dentro coinciden: puede que esté de moda, pero ahora, como en los años 80, esa explosión solo responde a un puñado de nombres.
Ni siquiera Niño de Elche cree que se trate de una explosión «a título global del flamenco», sino que más bien «está relacionado con algunos nombres» que, en los medios generalistas no cree que superen los «cinco, contando con gentes del baile, del toque y del cante».
«De todas formas, dependiendo de la generación artística y periodística, se dan seudoexplosiones. Eso se debe a que el flamenco no se puede mirar como colectivo o género global», añade.
El cantaor Pedro Garrido, Niño de la Fragua, no cree que el flamenco esté exactamente de moda, pero atribuye esta explosión reciente a una fecha, a un hecho: «Estamos en un momento en el que el flamenco goza de buena salud. Desde que en 2010 se proclamara patrimonio inmaterial de la humanidad, parece que cuenta con un apoyo institucional y mediático que lo ha hecho mucho más visible en todo el mundo, incluso a través de festivales internacionales». Más que de moda, Niño de la Fragua habla de «un apoyo que antes no tenía».
A la periodista Silvia Cruz, autora de Crónica jonda (Libros del K.O.), Rosalía y Camarón no le parecen comparables. A la misma Rosalía, tampoco. «Tiene talento, y es un fenómeno porque además de una buena promoción ha conseguido el favor del público. Eso no la desmerece, pero es pronto para saber si lo que hace tendrá alguna trascendencia. Es muy injusto para otros que llevan mucho tiempo pencando hablar de que ha revolucionado el flamenco», dice Cruz a Yorokobu.
Esteban Ordóñez es autor de los perfiles flamencos de CTXT. Considera que esos halagos vienen más por parte de «hípsteres, jóvenes en general y medios generalistas, que para tirar un buen titular dicen que está revolucionando el flamenco». De no ser así, piensa este periodista, el flamenco que la critica «podría haberla recibido con aceptación».
Para los flamencos más ortodoxos, el cante solo duele si es innato porque lo que se aprende, en este caso, vuelve al sitio del que viene. Se queda fuera. Y qué sería de lo jondo sin ir hacia dentro, sin entraña, sin dolor ni alegría. En este sentido, Rancapino le contó al periodista Alfredo Grimaldos que «los jóvenes no viven de verdad el flamenco en sus casas».
No confiaba en su cante porque creía que a ellos solo les interesaba el tenis y el golf. En el caso de Rosalía, lo primero es cierto: en su casa no se escuchaba flamenco, pero un día, siendo adolescente, descubrió a Camarón y se enamoró por la misma razón que una se enamora. Ninguna.
El eterno principio del fin
Hace dos siglos que se dice que el flamenco camina hacia la extinción. «Cuando Silverio Franconetti, uno de los impulsores del flamenco, creó el café cantante, ya Demófilo (padre de Antonio Machado) dijo que acabaría con la pureza del flamenco. Y los cafés aquellos ahora nos parecen lo más puro», explica Esteban Ordóñez.
En el siglo XIX era aún una ceremonia familiar en la que el padre transmitía al hijo lo que había vivido. En los años 60 algo cambió. Paco de Lucía no supo explicarlo, pero lo sentía y podía ponerle fecha exacta: en esa década, los flamencos de las ventas, aquellos que decían «yo soy flamenco, no como», empezaron a comer.
Aunque siempre se asoció lo jondo con el hambre, el primer festival flamenco del mundo comenzó en torno a una mesa de Utrera y con comida. Hasta entonces, el flamenco, que cantaba para el señorito, se emborrachaba con él a la fuerza, pero no siempre podía comer con él y apenas llegaba a ganar una peseta por noche.
Se pasó del cortijo al tablao, que vivió una época de esplendor en Madrid entre los años 50 y 80. Durante los últimos años del Franquismo y los primeros de la Transición, el flamenco se acercó especialmente a la juventud universitaria. Fueron Enrique Morente y Juan y Pepe Habichuela, entre otros, los responsables de que los jóvenes de su época se interesaran más en el cante y el toque. Pero la verdadera revolución, la que explica el flamenco de hoy ocurrió en 1979, cuando Camarón de la Isla publicó La leyenda del tiempo.
«La juventud lleva muchos años cercana a algunos artistas flamencos. Desde Camarón el imaginario cambió. Habrá gente joven con prejuicios, pero es una mirada bastante extendida en todas las edades», aclara Niño de Elche.
Con Enrique Morente lo jondo llegó especialmente a los jóvenes. «La inquietud creativa de Morente permitió que muchos estudiantes de aquella época escucháramos por primera vez los versos de García Lorca y Miguel Hernández interpretados con melismática jondura», escribió Grimaldos.
«El flamenco es el reflejo de la sociedad española en algunos aspectos. No es muy diferente a otras prácticas donde las tensiones conservadoras están latentes. Aquí tenemos todes parte de responsabilidad», dice Niño de Elche.
Para algunos jóvenes, el flamenco ha sido la música de sus abuelos. En Crónica jonda, dice Silvia Cruz que «quien dice que el flamenco es cosa de viejos y antiguos no lo ha entendido». Para ella es «un arte eternamente adolescente, siempre en fase de crecimiento y en constante enfrentamiento con sus padres, muy severos».
Esos prejuicios, en parte, los dejó el franquismo. Pero se fueron difuminando con las siguientes generaciones de jóvenes. O así lo ve Cruz: «En cuanto a la inferencia que se hace entre flamenco y franquismo, viene de antes de la generación millenial. Quizás lo hayan heredado, pero me parece que cada generación debe tener sus hitos».
Llegaron los años 90 y el flamenco se extendió especialmente a los jóvenes. Juan Ramírez Sarabia, conocido como Chano Lobato, fue uno de los responsables. «Gracias a este entrañable cantaor gaditano, numerosos jóvenes se engancharon durante los años noventa, una década en la que el arte jondo consiguió conectar con nuevos públicos», escribió Grimaldos. A Chano Lobato le emocionaba «ver cómo escucha y atiende la gente joven».
Si para otros la juventud estaba echando a perder la pureza, para el cantaor gaditano «ellos son los encargados de que esto no se pierda». Los jóvenes cantaores de esa época se ahorraron muchas resacas. Así explicaba Chano su rápido acceso a los clásicos, según recogió Grimaldos en Historia social del flamenco: «Pueden encontrar cualquier cosa en los discos. Antes, había que emborracharse muchas veces para aprender».
Contra los discos
Para muchos flamencos el problema de lo jondo es que se fue de las tabernas a los discos y, con ello, dependió del dinero. Contra los discos también hablaron El Torta y Bernarda de Utrera. Ella no creía en la capacidad de transmitir sentimiento alguno de aquellos que aprendían a cantar con los discos. Lo único que le conmovía era lo que se aprendía de padres y abuelos en reuniones familiares. De manera parecida lo veía su hermana Fernanda, que aseguraba ufana no haber pisado un café cantante durante su juventud. Enrique Mellizo, directamente, se negó a grabar discos.
En cuanto al que defiende la pureza, Cruz Lapeña ha entendido sus razones a base de escucharlas y lo que ha visto no es el ataque gratuito, sino un recordatorio: la necesidad de respetar lo que hicieron otros antes y de que «se valore un arte que es muy difícil de aprender, a veces de entender».
«No es tanto un afán de conservación como un deseo de que se respete el trabajo tan duro que supone cantar, tocar o bailar flamenco. Con lo que son irreductibles es con la banalización o simplificación de un arte complejo». Porque el flamenco, añade, ni es fácil ni es solo una juerga que entiende cualquiera.
Para Ordóñez Chillarón, la pureza que se defendía hace décadas ya no se pierde de la misma manera que antes. «Hoy, como en cualquier otro producto cultural, hay una deconstrucción que es muchas veces vacía, puro marketing y moderneo», asegura.
En este sentido, Cruz lo ve de manera parecida: «Por lo que apuestan los sellos es por un flamenco más estilizado, que no está mal, pero también más de pose, que me parece menos bien».
Niño de la Fragua lleva tiempo observando una renovación de códigos que ha permitido al flamenco ampliar su público en los últimos años. «Siempre ha sido un arte de minorías. Uno necesitaba manejar ciertos códigos para entenderlo y por eso muchos no terminaban de disfrutarlo o entenderlo. Pero es cierto que, de un tiempo a esta parte, han aparecido cantaores, cantaoras, bailaores, bailaoras y guitarristas que han hecho un flamenco que representa más la sociedad actual y no otros modos de vida con los que ya no nos sentimos tan identificados», explica Garrido.
Se trata de un flamenco que, según este cantaor, cuida más la estética, pero sin renunciar a la tradición. El resultado es «un flamenco que crea puentes» y comparte la emoción de una manera más amplia. «Si hay alguna clave en todo esto es la emoción. Y parece que hoy actualizamos los códigos y el que se sienta a oír comprende un poco mejor lo que está oyendo», añade.
Cada vez que se insiste en la necesidad de mirar al pasado para que el flamenco no se siga desvirtuando o muera, quizá se subestima el funcionamiento, a base de similitudes, de YouTube, Spotify o Last.fm. Rosalía y Niño de Elche se convierten en la época de YouTube es un gancho, un enlace hacia el flamenco del pasado. De la misma manera que Marea, aunque haga rock, lleva hasta El Cabrero solo por versionar Como el viento de poniente.
En este sentido, Silvia Cruz alberga dudas. «A mí me gustaría poder medir cuántos de los que se acercan hoy al flamenco por un artista de moda acaban escuchando a Diego del Gastor o a La Paquera. Intuyo que poquísimos». Pero mientras alguien determina qué no es flamenco en un comentario de YouTube, hay un vídeo de La Niña de los Peines a su lado pidiendo ser pinchado. Incluso a punto de abrirse sin mediación de la mano.
Una respuesta a «Del ventorrillo a Spotify: ¿está de moda el flamenco?»
Si te podemos decir una cosa, a Juan Moneo Lara «El Torta» no le hubiera importado grabar algún disco más. Si no lo hizo no fue por que no le gustara sino por otras razones que podriamos hartarnos a hablar. igual de todo lo que dices en tu interesante artículo. Y es que el flamenco es muy dificil y cualquiera que lo interpreta (cante, guitarra, baile…) en la calle, en un cuarto, en una peña o en un escenario lo sabe. Otra cosa que se ensalce a artistas que quizá no sean flamencos pero quien lo es? Flamenco lo serás tu.