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William Klein: retrospectiva del mítico retratista callejero de NY, Roma, Moscú y Tokio

William Klein, el artista que fundó la fotografía callejera, llegó a la inauguración de su exposición Manifiesto en el Espacio Fundación Telefónica encima de una silla de ruedas y con zapatillas deportivas. Nació en Nueva York en 1928. Tiene 91 años y un aspecto de patriarca troyano con camisa azul de rayas blancas.

La muestra reúne más de 200 piezas entre fotografías, pinturas abstractas, películas y documentos (algunos inéditos). Manifiesto, que permanecerá abierta hasta el 22 de septiembre, es la estrella de la programación de PHotoEspaña 2019. Es el resumen de una obra desafiante que acabó convirtiéndose en canon. Hoy, esa estética urbana, de cara a cara y poros vistos, no rezuma rebeldía, pero para eso, él tuvo que abrir camino.

«Con una lente de 28 mm fue en contra de todas las leyes de entonces. Estar codo con codo con la gente, jugar con las distorsiones, con los cortes, con dar la sensación de que en encuadre nunca es suficiente y que la imagen quiere romper los límites de la fotografía», así lo resumió la comisaria Raphaëlle Stopin en la charla.

«Esta exposición es un reportaje de lo que tengo en la cabeza, de lo que siento cuando hago una foto», afirmó Klein minutos antes ante el público.

El fotógrafo dijo poco más. Prefirió aplicarse en cambiar el plano de realidad en que se estaba desarrollando evento. Quiso convertir a los presentes en algo distinto de lo que eran cuando entraron. Y parecía que lo hacía por pura diversión.

Se quedó en el escenario escuchando a la comisaria Stopin y a su entrevistadora. Stopin desgranó el objetivo de Manifiesto: «Conectar todas las vidas creativas que ha desplegado durante estas décadas; iniciar una conversación entre todas sus técnicas para que se vea el artista global que es».

Mientras tanto, Klein sacó una cámara de fotos que le cabía en una mano, pequeña como una pistola de tobillera, y disparó a sus acompañantes. Lo repitió más tarde, cuando abrieron la sala de exposición de la segunda planta.

El fotógrafo entró sobre su silla y la prensa lo rodeó llena de flashes y chasquidos. Él la combatió, de nuevo, fotografiando mientras lo fotografiaban, contraponiendo las fotos para consumo de actualidad de los periodistas a la vocación de permanencia de su trabajo.

Klein enseñaba un pellizquito de risa canalla en las aletas de la nariz cada vez que pulsaba el botón. Los asistentes corrían el riesgo o la fortuna de pasar a la posteridad: dejar de ser visitantes y convertirse en protagonistas. Era viernes por la tarde, el público ofrecía un paisaje susceptible de integrar la obra del maestro. Había una lucha: rostros cansados tras una semana de trabajo pero ropas animosas y motivadas, dispuestas al ocio y a un disfrute que tiene mucho de resistencia.

En muchas de sus fotos callejeras, en Nueva York, en Tokio, en Moscú, en Roma, aparecen esos contrastes; son diálogos entre los numerosos mensajes que una sola persona puede transmitir si uno se toma el trabajo de mirarla de cerca. En un vídeo proyectado en la sala, se escuchaba la voz del artista: «En todas partes hay fotos así, basta con toparse con ellas».

En esta cinta Klein reflexiona mientras van viéndose cientos de sus fotos. De cada suceso hay decenas de imágenes, en secuencia, con pequeñas variaciones. Ahí, mientras se muestra una conversación tras un accidente de tráfico en 1961, él explica la sensación de estar viviendo en una película. Como dijo la comisaria: «Ya en sus fotos parecía estar pensando como un director de cine».

El fotógrafo William Klein lanza una pregunta desde la pantalla. ¿Qué conocemos de la obra de un fotógrafo? ¿150 o 200 fotos? Eso, medita, son apenas dos o tres segundos de fotos. ¿Y eso es toda una obra?

El mensaje golpea: hace falta toda una vida para confeccionar solo dos segundos dignos de sobrecoger al mundo, y que sean susceptibles de permanecer.

Manifiesto ofrece imágenes de su trabajo para Vogue; ejemplares de las revistas y de los libros que compendiaban los distintos trabajos de Klein; ‘contactos pintados’ (clásicas hojas de contacto con las que trabajaban los fotógrafos profesionales líricamente pintarrajeadas; una revisión de su obra desde las tripas); sus láminas abstractas geométricas, blancas y negras; escenas de su película satírica sobre el mundo de la moda ¿Quién es usted, Polly Maggoo?...

Las mayores delicias se encuentran en las capturas cotidianas a pie de acera. Las fotografías nocturnas de Tokio, por ejemplo, parecen sugerir una de las claves del trabajo del autor. Se ven luces, algunas pertenecen a rótulos luminosos de alfabeto japones. Sin embargo, Klein jugaba al desenfoque y, de pronto, incluso las luces que no representaban alfabeto alguno parecían también letras borrosas; idioma.

Hay en todo el trabajo reflejado en la muestra un búsqueda de un lenguaje. La comisaria Stopin había apuntado una reflexión en ese sentido: «Él creaba un vocabulario, pero sin repetirse, siempre reinventando su propio vocabulario».

Desde muy temprano, soñó con ese lenguaje. Deseaba crear una práctica que combinara la pintura, la fotografía, la arquitectura, el diseño, la fotografía y la tipografía.

En la década de los 50,  se dedicaba a la pintura. El arquitecto italiano Angelo Mangiarotti le encargó unos paneles murales en blanco y negro. Él los pintó y los colocó sobre sobre rieles para que pudieran girar sobre sí mismos. Quiso fotografiar los murales y empezó a jugar con ellos y con su luz. Lo contó Stopin: él no lo sabía, pero ese iba a ser el comienzo de su carrera fotográfica. El anciano que carga cámara como pistola tobillera era un veinteañero por entonces.

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