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Fotografiar la noche con la misma nitidez que el mediodía

«Sus historias, eso es lo que da la vida a una ciudad». Lo dice la fotógrafa Orietta Gelardin mientras otea la plaza Salvador Dalí de Madrid. Hay adolescentes aprovechando el diseño de los suelos para hacer skate; gentes con mochilas y bolsos que regresan a casa con urgencia; ancianos bajo los árboles; adolescentes sobre los respaldos; galgos pletóricos.

Orietta, con su Fuji X100S colgada al cuello y tanteando con los dedos un Samsung Galaxy S9, responde a las preguntas sin dejar de buscar imágenes y significados: «Siempre he sido muy curiosa,. De pequeña me divertía pensar de dónde era uno y de dónde era el otro, y lo he trasladado al oficio», reflexiona. «Cada persona es una historia y se trata de poder transmitirla a través de una mirada o un gesto; eso es lo máximo».

[pullquote ]Cada persona es una historia y se trata de poder transmitirla a través de una mirada o un gesto; eso es lo máximo[/pullquote]

La fotógrafa lleva una semana explorando el ocaso madrileño. Ha recorrido el Templo de Debod, el Palacio Real, La Almudena, Las Ventas o Alonso Martínez. Madrid tiene tantos anocheceres como calles: unos, más oscuros y cerrados; otros, más expansivos.

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Orietta transitó por ellos con el Samsung Galaxy S9+. La idea era probar su nueva cámara que, según le dijeron, consigue que la noche deje de ser ese territorio en que todas las instantáneas salen con los colores descompensados, quemadas u oscurísimas.

«En apertura 1.5», activa la cámara y enfoca hacia los skaters, «parece que sean las siete de la tarde y son las nueve y media; es impecable. Las fotos nocturnas salen con muy poco ruido, muy luminosas».

Ocurre gracias al sistema Low light, que cuenta con un sensor automático que se calibra en función de la luz y logra unas imágenes muy limpias al margen del nivel de iluminación del ambiente. Este concepto de terminal facilita captar cada momento y cada historia en todos sus planos. Por ejemplo, con el sistema de grabación Super Slow Mo (a 960fps), y con la edición automática de boomerangs, vídeos al revés y distintos efectos.

Pero salir a esa hora a cazar historias permite, además, vivir la ciudad en el momento en que se esfuman las obligaciones, en que la gente reposa en las terrazas y en los paseos. La autenticidad se deja ver.

[pullquote]Orietta transitó por Madrid durante una semana con el Samsung Galaxy S9+. La idea era probar su nueva cámara que, según le dijeron, consigue que la noche deje de ser ese territorio en que todas las instantáneas salen con los colores descompensados, quemadas u oscurísimas[/pullquote]

En ese afán por captar lo genuino, emplear un móvil y no una cámara ofrece sus ventajas. «Siempre he sido de cámara, pero al comprarme mi primer smartphone, me di cuenta de la facilidad. Ahora todo el mundo está así, mirando el móvil, haciéndose fotos… Entonces yo miento con selfis; hago como que estoy haciéndome una foto, pero estoy enfocando otra cosa», detalla.

Cada método aporta algo distinto. Con la cámara resulta más difícil que quienes entran en el plano no se percaten de que formarán parte de una imagen grabada. El hecho de que lo sepan puede modificar su actitud o su compostura. Con el móvil, lo espontáneo está más al alcance de la yema de los dedos.

A Orietta le gusta empaparse de historias. Ha descubierto que, en muchas ocasiones, hay mucho de falta de valentía o de pereza en el no acercarse a los otros, en eso de decir que somos cada vez más herméticos. A veces encuentra algo que le sorprende y toma la foto, y luego se acerca e inicia conversación: «De una pregunta banal, te cuentan una vida… Empiezas a hablar y te encariñas».

Caminando por la plaza, la fotógrafa, móvil en mano, va soñando con posibilidades. Ve a un señor que se marcha: alguien como de otro siglo, con sombrero y las manos parsimoniosas enlazadas a la espalda. Orietta abandona la conversación sin avisar y se acerca a él, sigilosa, disparando y regulando rápido la apertura para adaptarse a la oscuridad por la que el hombre se escapa.

Regresa emocionada de la incursión. Poco después, en la puerta de unos grandes almacenes, aparece otra de esas imágenes cotidianas de las que Gelardin extrae su poesía.

Una empleada descansa apoyada a la pared, cargando el peso del cuerpo sobre un pie para liberar al otro del zapato y estirarlo y aliviar la presión de un día de trabajo. La mujer se da cuenta de que se acerca con el móvil y se extraña un poco. Pero hablan y la chica asiente y recupera su postura inicial. Mientras Orietta va tomando fotos, la empleada ríe como si le estuvieran haciendo cosquillas.

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Uno de los juegos creativos que más atraen a la fotógrafa es la intersección de objetos, reflejos y sombras. «Es una poética de la calle, ver y no ver la escena, con lo que todavía tienes que imaginarte más cosas. Las sombras hacen pensar que no estás viendo exactamente lo que hay, pero también hacen intuir lo que no hay. No todo está siempre accesible», explica.

Siguiendo esa idea, Orietta se acerca a una parada de autobús y acaba mostrando cómo en la porción de vidrio de una ventana puede captarse el espíritu completo de un lugar. Los ojos simplifican y hacen que la realidad parezca más simple de lo que es: una luna de autobús, diríamos, no es más que eso.

[pullquote]Uno de los juegos creativos que más atraen a la fotógrafa es la intersección de objetos, reflejos y sombras[/pullquote]

Sin embargo, ella pulsa en la pantalla del teléfono y obtiene algo distinto. El interior del vehículo, sombras de los viajeros y, al mismo tiempo, reflejos de edificios, presencias de los destellos del tráfico. Pura vida.

Una vida que, conforme avanza la oscuridad, va volviéndose más apasionante. «El lugar, el escenario, también es un personaje». Y ese personaje esquivo que es la noche aparece accesible y nítido en la pantalla, como invitándonos a explorarlo sin descanso.

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