Imagina esta situación: en el trabajo tenéis un proyecto complicado entre manos. Aunque por fin lo habéis entregado, cuando llega el fin de semana, tu jefe te pide que estés atento por si surge alguna urgencia relacionada con el mismo. En concreto, te dice lo siguiente: «mejor si no te puedes ir de Madrid».
Tú entiendes lo que quiere decir porque tienes un contexto. Porque las palabras están ahí en ese momento y tú las recibes como elementos separados de un bizcocho. Al llegar a tu cabeza, las palabras vuelven a juntarse, forman el bizcocho y tienen sentido para ti: tu jefe prefiere que no salgas de la ciudad por si, por una emergencia, tuvieras que ir a la oficina.
Pero, si te paras un poco a mirar la frase de una forma literal, esta dice algo muy distinto a lo que has entendido y a lo que tu jefe quería expresar. No es lo mismo no poder irse de Madrid que no irse de Madrid. Todo depende, una vez más, del orden de palabras en la frase. Lo que tu jefe quiere decirte es: «mejor si puedes no irte de Madrid». Es decir, él prefiere que al empleado le sea posible (pueda permitirse, le parezca bien) no irse de la ciudad (aunque conserve intacta su posibilidad de salir).
Sin embargo, si dice «mejor si no puedes irte de Madrid» está manifestando que prefiere que no puedas irte de Madrid, que no te sea posible (por imposibilidad física o falta de libertad, por ejemplo). Es decir, que no tengas el documento de identidad en regla, o que te rompas una pierna, o que tu abuela se ponga mala, por ejemplo. Sería mala persona, tu jefe, si deseara que te pasara alguna de esas cosas.
[pullquote class=»left»]El contexto nos permite comprender lo que el autor quería decir aunque la frase esté desordenada y signifique otra cosa[/pullquote]
Entendemos el significado de las frases mal construidas por el mismo motivo por el que, en la unidad gramatical inmediatamente inferior, comprendemos palabras con las letras desordenadas en esos juegos que circulan por Internet: «Segeun un etsduio de una uivenrsdiad ignlsea, no ipmotra el odren en el que las ltears etsan ersciats…» Esto tiene una explicación: la lectura más habitual no es lineal, sino que da «saltos» entre las palabras. Esto nos permite comprender un texto deslizando nuestros ojos rápidamente sobre él, mirando en realidad (aunque no seamos conscientes) solo los extremos de las palabras, sin fijarnos en cada una de las letras. Cuando se hace corrección de estilo, por ejemplo, hay que cambiar a un modo de lectura lineal, y es solo entonces cuando se detectan las erratas más escondidas.
Pero volvamos al orden de las palabras en la frase. Cuando no es el correcto, la frase nos resulta extraña; tardamos unos instantes más en comprender su significado aunque al final lo deduzcamos por el contexto.
Fijaos en este otro ejemplo real: una madre trabajadora dice: «todos los días no voy a poder dormir seis horas» en lugar de la recomendable «no todos los días voy a poder dormir seis horas». Lo que quiere es expresar su conformidad o resignación con la cantidad de horas que le ocupan sus tareas diarias, transmitiendo que le parece adecuado dormir algunos días seis horas y otros no. Pero, si lo ordena como aparecía en el primer ejemplo, lo más lógico es entender que no va a poder dormir seis horas ningún día. Un pequeño matiz que pasa desapercibido porque, de nuevo, creemos saber a lo que ella se refiere; pero que podría ser determinante en el caso de una frase más ambigua.
Estos cambios de orden son muy frecuentes en el lenguaje oral. Las personas, a menudo, comienzan a pronunciar las palabras según se les van ocurriendo en lugar de formar primero en su cabeza la enunciación completa. Ir añadiendo parches a una frase es algo propio de la lengua oral y aceptado comúnmente por la espontaneidad del discurso, pero esta costumbre está injustificada en el caso del lenguaje escrito y resta comprensibilidad a los textos.
[pullquote class=»right»]Un oyente no puede «releer» la frase, así que tenemos que intentar ponérselo fácil[/pullquote]
Un ejemplo más. La ministra Ana Mato dijo hace unas semanas en la radio: «Los profesionales sanitarios tenemos que poner todos los medios para que puedan…» Ella no es un profesional sanitario ni pretendía incluirse dentro de ese grupo. Lo que realmente quería decir es «Tenemos que poner todos los medios necesarios para que los profesionales sanitarios puedan…», pero las palabras asociadas a las ideas que quería expresar fueron acudiendo a su boca en un orden diferente al que mandan las estructuras gramaticales.
Aunque, como hemos dicho, tenemos que levantar la mano en el caso del lenguaje oral, al no tratarse de un discurso coloquial sino de unas declaraciones oficiales hay que tener cuidado, porque una frase excesivamente desordenada confunde al oyente. Este no tiene la posibilidad de releerla como en el caso de los textos escritos ni dispone de un momento de silencio para reflexionar sobre ella (al menos no sin perderse otras), así que, si no se lo ponemos fácil, no la asimilará y simplemente pasará a atender otras palabras mejor expresadas.
En este caso del lenguaje oral, la solución pasa por intentar hacer breves pausas en nuestros discursos que nos permitan organizar los enunciados antes de lanzarlos al aire. En el de la lengua escrita, el truco es el de siempre: repasar todas las veces que haga falta y apostar por las estructuras gramaticales simples.
Categorías