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Frikis contra cultos

No es lo mismo ser culto que ser friki. Algunos frikis son cultos, y algunos cultos son frikis, pero aplicando el álgebra de Bool, no se puede generalizar. Hoy día el conocimiento se ha trivializado. Si te sabes de memoria los satélites de Saturno eres culto; si te sabes el nombre de los ayudantes de dirección de Juego de Tronos eres friki. Y si te sabes ambas cosas eres un genio.

Friki se escribe con k, pero culto no, porque kulto queda muy brutal ¿o no?
Eso categoriza el conocimiento en dos grandes grupos: el saber inútil (frikis) y el saber académico (cultos). Pero se pueden mezclar, y a veces las fronteras son difusas. Enumerar la lista de los reyes godos desde Ataúlfo a Rodrigo, pasando por Atanagildo o Gundenaro era obligatorio para los niños que iban al cole en los años sesenta del pasado siglo; pero hoy día los niños ignoran qué es un rey godo, aunque se saben la alineación del Osasuna o toda la génesis argumental de Doraemon.
Los conocimientos del friki no se adquieren en el instituto, ni en el colegio ni en la universidad; se adquieren en internet. Y los del culto también, pero están refrendados por fuentes indiscutibles, como la revista Nature, o la Enciclopedia Británica, o el Boletín Oficial del Estado. Aunque pocas cosas hay más frikis que leerse el BOE todas las mañanas mientras se toma café… La frontera entre ambas categorías de listillos está que arde, por lo que se aconseja visitar la Frikipedia, que es muy entretenida y está repleta de informaciones tan inútiles como ingeniosas.
Se puede ser culto y llevar piercings, dilataciones en las orejas o tatuajes, pero también se puede llevar todo eso y ni siquiera ser friki. Por ejemplo, no me consta que ningún académico de la Real Academia de la Lengua (ya saben, la que «limpia, fija y da esplendor») acuda en monopatín a la R.A.E. … De acuerdo, son gente viejuna, pero digo yo, alguna vez se producirá un relevo generacional y alguien tatuado, con rastas y con el Spotify pegado a la oreja se sentará en el sillón de la letra, pongamos por ejemplo «F» o «C» o la que ustedes quieran.
Afortunadamente hay gente culta en todo el espectro periodístico; desde el director de El Cultural, Luis María Anson, a Antonio Lucas, verso suelto izquierdista en el diario El Mundo. Pero frikis hay menos… y es una pena, porque, y aquí quiero introducir el concepto de «friki ilustrado», tipos como el humorista Salvador Sostres, o las viñetas del impagable El Roto en El País o las columnas de José Luis Alvite en La Razón, le alegran a uno el día.
Hay gente muy culta, como Javier Marias, que de puro fanatismo futbolero casi se le podría regalar la etiqueta de friki. Y gente muy friki, como Bob Pop, que saben tantas cosas que pueden ser considerados cultos.
Es más fácil conquistar la etiqueta de friki desde la de la cultura que al revés. Y luego está quien no es ni una cosa ni otra, pero los medios de comunicación les ofrecen micrófonos para decir lo que quieran… qué vergüenza. Sí; me refiero a Tamara Falcó, a Kiko Rivera y a toda esa ristra de analfabetos de papel cuché que ni frikis, ni cultos, ni maldita la gracia que hace verlos en todos lados postulando sobre cualquier tema que sobrepasa sus capacidades intelectuales, si las hubiera.
¿Camilo Sesto es culto? Pues no nos consta, aunque podría ser. ¿Friki? Obviamente sí. Y por eso lo adoramos.
Nuestros políticos, sindicalistas, líderes sociales, etc, por más coletas que ostenten no son ni una cosa ni otra. Son un coñazo. En Italia cuentan con el friki Beppe Grillo o con el muy culto Darío Fo, pero ¿España es culta? Preguntar eso es casi un oxímoron, pero ¿es friki? Pues va a ser que sí.

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