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Fulano, Mengano, Zutano, los señores X del español

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Quizá fuera por desidia, quizá por mala baba. Seguramente por un poco de las dos cosas, en nuestro idioma conviven desde hace siglos cinco personajes cuya identidad nadie conoce. Todos los hemos nombrado alguna vez, pero lo que se dice ponerles cara, nadie. Ni falta que nos hace.

Esto de poner nombre a quien no lo tiene o lo desconocemos no es exclusivo del español. En Estados Unidos, por ejemplo, usan John y Jane Doe para llamar a personas cuya identidad se desconoce. Y equivaldrían a nuestro Juan Pérez, Pepe Pérez, Doña María, Jaimito, Pepe Luis, Juan Español o Don Nadie. Pero si tenemos un quinteto por excelencia para nombrar sin identificar ese es, sin duda, el formado por Fulano, Mengano, Zutano, Perengano y Perico de los Palotes.

El orden de los factores, en este caso, sí es importante y hay jerarquía. Si los metemos a todos en una frase, ese debería ser el orden correcto, y esto es más sagrado que el chorizo en las lentejas. Queda aparte el señor Perico de los palotes, que suele pertenecer a otra conversación y no se trata mucho con Fulano y acólitos.

Fulano y Mengano tienen su origen en las palabras árabes fulán (‘persona cualquiera’) y man kan (‘quien sea’). Son pareja de hecho desde hace siglos. A ellos se les unieron después los demás. Fulano, y en especial su femenino fulana, carga además con una connotación despectiva e insultante que ya se reconocía en tiempos de Cervantes. Un fulano (por no hablar de una fulana) es un mal bicho, un rufián, alguien que no merece siquiera la honra de tener un nombre. La versión femenina, una cualquiera en sentido literal, no necesita más explicaciones.

En cuanto a Mengano, apunta Miguel Ángel Mendo en su blog Lo que esconden las palabras, puede tener reminiscencias ocultas de los nombres propios Domingo y Dominga. O incluso más: de mengue, el mismísimo diablo.

Zutano procede de la palabra citano y esta, a su vez, del latín scitanus (‘sabido’). No lo decimos nosotros, lo dice el DRAE. ¿Qué pinta este señor X aquí? Pues no se sabe muy bien, como nos dice Alfred López en Ya está el listo que todo lo sabe, pero a veces, el muy osado, le quita el puesto a Mengano y se coloca detrás de Fulano. Eso, ya, a gusto del hablante.

Perengano es quizá el menos usado de todos ellos. Eso de ir en cuarta posición es lo que tiene, que no destacas. Su origen no está muy claro. Alfred López opina en su blog que quizá pueda venir de Pérez fusionado con Mengano. Juan Pérez, Pepe Pérez son nombres y apellidos tan comunes en España que dichos así, sin hablar de alguien en concreto, es como no decir nada.

Los cuatro pueden ir en diminutivo (Fulanito, Menganita…) y con apellido (De Tal, De Cual…), por aquello de hacerlos más solemnes.

Llegamos a Perico de los Palotes. Como sus compañeros, también lo usamos para referirnos a «una persona indeterminada, un sujeto cualquiera», según el Diccionario. No hay referencias históricas que nos remitan a alguien llamado así. Ningún personaje que reseñar.

Sin embargo, Pancracio Celdrán en El gran libro de los insultos cree que haría alusión a la figura de un tamborilero tonto que acompañaba al pregonero, el listo del dúo, ya que era este quien se quedaba con las monedas. El tamborilero imitaba al pregonero, quien tratando de desembarazarse de él provocaba las burlas y risas del público.

Para referenciarlo cita a Sebastián de Covarrubias y su obra Tesoro de la lengua castellana, del siglo XVI. Allí puede leerse que Perico de los Palotes era «un bobo que tañía con dos palotes». Para qué más detalles. Así pues, además de desconocido e irrelevante, el tal Perico (diminutivo de Pedro) era simple como el mecanismo de un chupete.

Redundando en la simpleza del personaje, Julio Cejador apunta a que quizá se esté aludiendo al niño que empieza a escribir. Ya sabéis, aquello de hacer palotes para trabajar los trazos. En cualquier caso, nadie en concreto y más bien de corta inteligencia.

Sea como sea, tanto Fulano y sus socios como Perico y sus palotes entraron a formar parte de nuestro idioma con el mismo afán de anonimato que Charlie con sus Ángeles. Y parece que lo han conseguido, mire usted.

Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista. Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu. A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá. Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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