En este convento no se reza: se crea

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Antonio Gala empezó a escribir muy joven. Cuando lo hizo, él cuenta que echaba mucho de menos conocer el proceso creativo de otras disciplinas: el músico, el artista plástico… Desde hace tiempo, el autor de La pasión turca o Anillos para una dama tenía la idea de crear una especie de comunidad pitagórica, como él la denominaba, en la que el escritor aprende del artista plástico, por ejemplo, a la vez que este aprende de aquel. Aquella idea que nació de un deseo casi infantil se ha materializado: una fundación y una residencia de jóvenes creadores.

La Fundación Antonio Gala está situada un antiguo convento rehabilitado de comienzos del siglo XVII en pleno casco histórico de Córdoba, a pocos metros de la mezquita o el Museo Arqueológico y del centro de la ciudad.

En la actualidad, once jóvenes forman la decimocuarta promoción, divididos en tres áreas: artes plásticas, literatura y música (en otros cursos también ha habido proyectos de otras disciplinas, como cine). Tienen un curso académico para desarrollar un proyecto artístico que previamente han presentado para conseguir una plaza en la residencia.

No tienen que preocuparse de nada más: la estancia allí cubre los gastos de alojamiento, manutención y materiales. Cada uno cuenta con su propio dormitorio con baño individual y las instalaciones del convento: una biblioteca, una sala insonorizada… Y nueve meses para dedicarse exclusivamente al arte.

El proceso de selección de residentes es largo, de cinco a seis meses. «Abrimos el plazo para recibir solicitudes normalmente de enero hasta marzo», explica José María Gala, secretario del patronato. Buscan los proyectos más «originales, innovadores y que a la vez estén avalados por currículums o dosieres de obras».

En primer lugar se hace una criba especializada: Antonio Gala selecciona los proyectos más interesantes de escritura, José Guirao (gestor cultural y director de la Fundación Montemadrid) los de arte y Antón García Abril (el compositor de bandas sonoras como las de Los santos inocentes o El hombre y la tierra) los de música. Entre mayo y junio se hacen las entrevistas personales y en octubre comienza la nueva promoción.

En este convento no hay horarios para crear: cada uno de los residentes trabaja cuando cree conveniente. Esto es algo más recurrente entre los escritores, dice José María («las horas de la noche son mucho más silenciosas»). Solo están marcados los horarios para las comidas y unas reuniones de trabajo semanales y obligatorias. Es lo que Antonio Gala llama «fecundación cruzada»: en cada una de las reuniones un residente explica en qué punto de desarrollo se encuentra su obra y cómo ha ido variando a lo largo del tiempo. Los compañeros plantean sus cuestiones y critican o alaban su proyecto. Estos encuentros buscan «ese enriquecimiento recíproco, que es la clave de la Fundación: que la convivencia de distintas disciplinas creativas sea lo más enriquecedora posible para el trabajo creador».

Además de estas reuniones, la Fundación organiza encuentros con artistas consagrados y antiguos residentes para compartir experiencias. En 14 años son muchos los jóvenes creadores (la edad para entrar es de 18 a 25 años) que han pasado por el convento cordobés y han desarrollado una cierta trayectoria.

Antonio Rojano, que fue miembro de la segunda promoción, es candidato este año en los premios Max por su La ciudad oscura y vio recientemente cómo su obra Dios K (inspirada en la novela Karnaval, de Juan Francisco Ferré) se representaba en el Matadero de Madrid.

Javier Macipe, que fue parte de la décima promoción con un proyecto de cortometrajes sobre la espiritualidad, fue finalista al Goya al mejor cortometraje de ficción el pasado febrero por Os meninos do rio. Y Verónica Hernández, de la cuarta promoción, ganó recientemente el premio Miguel Hernández de poesía. 

«Creo que es un lujo poder buscar el momento del día [para crear]. Si yo tuviese un trabajo tendría que hacerlo en determinado momento y de determinada manera, me apeteciese o no», explica la asturiana Sara Torres, una de las residentes de esta promoción. Graduada en Lengua Española y sus Literaturas y con un máster en metodologías críticas, la idea de pedir esta residencia siempre había rondado por su cabeza.

A pesar de que tras el máster quería acceder al doctorado, tenía un proyecto de novela que ya había bocetado y pensó que era «el mejor momento» para dedicar antes un año a la escritura. Su proyecto es un «flujo textual» (prefiere llamarlo así antes que novela) que «investiga el proceso por el cual somos incapaces de pensarnos como sujetos fuera del lenguaje».

Así, Sara no tiene preocupaciones para darle a la pluma. Sabe «que hay cierta seguridad en todo, que no tienes que levantarte al día siguiente, gestionar problemas…». En su caso, es un «vivir para el trabajo, esa tranquilidad de poder gestionar tu producción literaria». 

Sara es hija única. Para ella, convivir con tantos jóvenes de su edad es como tener muchos hermanos. Juntos, se ayudan o salen de fiesta, según cuenta otro de los residentes, el malagueño Daniel Martínez, el único de esta promoción dedicado a la música. Graduado en Historia del Arte, un familiar lo animó a presentarse. Se ha llevado a la residencia hasta siete instrumentos musicales: guitarras eléctrica, acústica y flamenca, un tres cubano (parecido a la guitarra) un laúd árabe, un buzuki griego (de la familia de los laúdes) y un teclado. También, muchos libros.

En el convento es fácil encontrarlo en las cabinas y la sala insonorizada, junto a «un piano precioso» que tienen en las instalaciones, para preparar ocho composiciones sobre personajes o rincones de Córdoba. Ya están terminadas y ha estado ensayando con un cuarteto de cuerda. En unas semanas grabará.

Otro de los miembros de este grupo «muy heterogéneo, respetuoso y gracias a esto muy enriquecedor», como lo define él mismo, es el sevillano Sergio Romero, graduado en Bellas Artes. Él había oído hablar de esta beca al seguir a otros artistas. Un amigo suyo se presentó a la convocatoria hace unos años y decidió probar suerte. Su obra pictórica se llama La transcendencia de lo cotidiano. Según sus palabras, Sergio entra en contacto con su medio «y comienzo a descubrir espacios, objetos y personas que con el paso del tiempo empiezan a pertenecer y a construir mi propia identidad, a modo de autobiografía. Básicamente mi propósito como creador es describir y analizar mi experiencia con la realidad a través de la pintura». Cuando termine tendrá que montar una exposición con todas sus obras. «Este periodo se está convirtiendo en un paso clave para madurar en mi trabajo», asegura Sergio. 

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El plazo de solicitudes termina el próximo 31 de marzo.

Imágenes cedidas por la Fundación Antonio Gala y Facebook.

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