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Y tú más: ¡Gafe!

Si sois del Atleti, no necesitáis más explicación. El resto de los mortales podéis seguir leyendo.

El diccionario define gafe como una persona «aguafiestas y de mala sombra». No se extiende mucho, la verdad. Si lo dejamos solo así podríamos entender que un gafe es alguien que corta el rollo continuamente al prójimo y que está dotado de una mala baba considerable. Y no es así: un gafe es alguien que tiene o trae mala suerte.
A pesar de que la Academia dice que es una palabra de origen incierto, hay quien se atreve a aventurar, como Pancracio Celdrán, que puede venir del término árabe qáfa. ¿Y qué siginifica? Ni idea, para qué mentir. Tampoco él lo aclara. Solo dice que «alude a la mano del leproso, con sus dedos doblados y contraídos».
La historia de gafe, efectivamente, es una historia triste que tiene que ver con una enfermedad terrible: la lepra. En concreto, con un tipo de lepra llamada gafedad y que se caracterizaba, como apuntaba Celdrán, por provocar que manos y pies del enfermo se corvaran como garras. Al que la padecía se le llamaba gafo, término que recoge Covarrubias en el siglo XVII.
Gafe era un término muy muy muy ofensivo en el siglo XI, época en la que se encerraba y apartaba a los leprosos como auténticos apestados, prohibiéndoseles mendigar, entrar en poblado o frecuentar caminos reales para evitar el contagio. Conocido es por todos que estos enfermos debían anunciar su llegada haciendo sonar una campanilla, sin que pudieran usar la voz, ya que se creía que su solo aliento podía transmitir la enfermedad. Convenía, pues, apartarse de ellos.
El propio Alfonso X el Sabio equipara el término al de «cornudo, traidor o hereje», allá por el siglo XIII, en las Siete Partidas. Ya son ganas de insultar.
Nos dice don Pancracio que «gafo y gafe se connotaron de significado relacionado con el mundo de la superstición; del enfermo de lepra o gafo, se pasó al concepto de cenizo». Y que lo normal era cruzar el dedo corazón sobre el índice para ahuyentar la mala suerte, en imitación de la postura de los dedos que se les quedaba a quienes padecían esta enfermedad.
Los gafes de hoy no tienen nada que ver con la lepra. Pero ser tildado como transmisor y/o portador de mal fario es algo que te puede joder la vida igualmente. Que le pregunten, si no, al Atleti.

Por Mariángeles García

Mariángeles García se licenció en Filología Hispánica hace una pila de años, pero jamás osaría llamarse filóloga. Ahora se dedica a escribir cosillas en Yorokobu, Ling y otros proyectos de Yorokobu Plus porque, como el sueldo no le da para un lifting, la única manera de rejuvenecer es sentir curiosidad por el mundo que nos rodea. Por supuesto, tampoco se atreve a llamarse periodista.

Y no se le está dando muy mal porque en 2018 obtuvo el Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes, otorgado por la Asociación de Prensa de Valladolid, por su serie Relatos ortográficos, que se publica mensualmente en la edición impresa y online de Yorokobu.

A sus dos criaturas con piernas, se ha unido otra con forma de libro: Relatos ortográficos. Cómo echarle cuento a la norma lingüística, publicada por Pie de Página y que ha presentado en Los muchos libros (Cadena Ser) y Un idioma sin fronteras (RNE), entre otras muchas emisoras locales y diarios, para orgullo de su mamá.

Además de los Relatos, es autora de Conversaciones ortográficas, Y tú más, El origen de los dichos y Palabras con mucho cuento, todas ellas series publicadas en la edición online de Yorokobu. Su última turra en esta santa casa es Traductor simultáneo, un diccionario de palabros y expresiones de la generación Z para boomers como ella.

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