Esta semana, durante la promoción de Fantastic Beast: The Crime of Grindelwald, el director David Yates avanzó algunos detalles sobre esta nueva película del universo Harry Potter. Pero fue un comentario en concreto el que llamó la atención de los fans. No se iba a tratar o explicitar la homosexualidad de Albus Dumbledore, uno de los personajes más queridos de la franquicia.
El fandom de Harry Potter, bastante activo en redes, reaccionó de una forma inédita: criticando con fuerza a J.K. Rowling, autora de los libros y guionista de esta película, por comentar desde hace años fuera de cámara (o de los libros) lo que no se atreve a plasmar en sus obras. La escritora ha zanjado con un tuit todas las críticas.
Being sent abuse about an interview that didn’t involve me, about a screenplay I wrote but which none of the angry people have read, which is part of a five-movie series that’s only one instalment in, is obviously tons of fun, but you know what’s even *more* fun? pic.twitter.com/Rj6Zr8aKUk
— J.K. Rowling (@jk_rowling) 31 de enero de 2018
¿Pero, por qué toda esta polémica? Para entenderla hay que rebobinar 10 años. En un encuentro con lectores en 2007, Rowling aseguraba que Dumbledore era gay. Siete libros, 17 años y más de 3.000 páginas no fueron suficientes para que la escritora inglesa lo mencionara en su obra, ni siquiera cuando relataba de forma prolija la juventud del personaje o su relación con su mejor amigo (ahora novio, según la autora). ¿Por qué? Porque haciéndolo se exponía al boicot de los conservadores y a la censura en numerosos países. Decirlo en una rueda de prensa generaba titulares, despertaba simpatías entre quien tenía que generarlas y tenía callados a los más moralistas. Funcionaba.
Funcionaba tan bien que Rowling volvió a repetir fórmula para promocionar Animales fantasticos y donde encontrarlos, la película inmediatamente anterior a la que se promociona ahora. Entonces aseguró que la homosexualidad no sería un tema tabú, que sería algo que reflejarían las películas. Pero no ha sido así.
Puede que la paciencia se haya agotado no solo por culpa de la autora de Harry Potter. Ella fue la primera en tirar de una fórmula que tiene más de marketing que de activismo o de libertad creativa, pero no ha sido, ni mucho menos, la única.
De hecho, se ha convertido en una práctica habitual en las superproducciones de Hollywood. ¿Recuerdas los titulares que generó el hecho de que Lefou, personaje secundario de la nueva versión de La Bella y la Bestia, fuese gay? En realidad en la película no hay más que un comentario velado y un baile coral en el que dos hombres acaban, por casualidad, bailando juntos. Es un gag, dura apenas unos segundos, pero se convirtió en el eje central sobre el que se promocionaba toda la película. Después de amenazas de boicot, países como Rusia o Malasia, que censuran sin pudor (o con exceso) toda referencia homosexual, proyectaron las películas íntegramente. Porque siendo sinceros no había nada que censurar.
Lo mismo pasó con Thor: Ragnarok: a la hora de promocionar la película anunciaron que incluirían a un personaje gay y a uno bisexual. Se olvidaron de mencionar que en la película no se dice de ninguna forma que lo sean, y que este es un detalle al que solo se hacía referencia en los cómics.
Los grandes estudios hacen guiños al público homosexual en ruedas de prensa, desarrollan tramas LGTB en productos derivados para fans (cómics oficiales y demás). Pero en las películas no se atreven a mencionarlos, ni siquiera de refilón. No se quieren cerrar mercados como el ruso o el árabe, no quieren afrontar el boicot de los conservadores.
Pero el problema real no son los países lejanos ni las mentes retrogradas. Las películas con personajes gais no funcionan bien en taquilla. Call me by your name, una de las grandes favoritas a los Oscars este año, apenas ha recaudado 9 millones de dólares en EEUU, una cifra que palidece al lado del resto de nominadas, con ejemplos como Dunkerke (178) Let me Out (175) o Los archivos del Pentágono (47). El año pasado la película ganadora, Moonlight, fue la que menos recaudó de todas las nominadas, (20 millones frente a los 135 de Lalaland o los 146 de Figuras Ocultas).
Y estamos hablando de películas más o menos de autor, films que se hacen sin pensar demasiado en la taquilla, así que si analizamos las grandes producciones de Warner o Disney parece comprensible que no se incluyan personajes gais para minimizar los riesgos. Es lícito. Pero si su finalidad es ganar dinero no tiene sentido que se erijan en defensores de las minorías en las ruedas de prensa, que se postulen como los Harvey Milks del séptimo arte.
El ‘shippeo’ como estrategia de marketing. El caso de ‘Star Wars’
El shiping es un neologismo inglés que describe la implicación emocional de los seguidores de una obra con un hipotético romance entre dos personajes de esta, más allá de lo narrado explícitamente en la obra original. Este fenómeno nace en los foros de internet y hasta ahora moría en ellos. Pero en los últimos años las productoras, los periodistas y el público se han volcado en la red, y lo que sucede en esta acaba siendo noticia fuera de ella.
Hoy en día un shippeo con suficiente predicamento salta de los foros a los medios online y de estos a las ruedas de prensa. Los responsables de la película no pierden la oportunidad de contestar de forma abierta e inclusiva y fantasean con reflejarlo en su obra, pero nunca lo hacen. Las productoras se mueven en un balance complicado: ofrecen un cebo al potencial público gay, y a los medios que buscan a la desesperada un titular. Pero a la vez intentan que este guiño no se convierta en un argumento real. Se habla de ello fuera de pantalla pero no en pantalla.
El ejemplo más sangrante, y uno de los más recientes, es el de Star Wars. Todo empezó con un par de escenas de El despertar de la fuerza. A raíz de la química entre Poe, el personaje de Oscar Isaac, y Finn, al que interpreta John Boyega, los fans empezaron a hablar de romance y los medios se hicieron eco.
El tema se convirtió en pregunta recurrente y en lugar de negarlo, todos los responsables de la película se mostraron entre entusiasmados y misteriosos, emplazando a los fans de la saga a ver la siguiente película para ver qué rumbo tomaba su relación. JJ Abrams, director de la primera película de este reboot, Rian Johnston, director de la segunda, Kathleen Kennedy, presidenta de LucasFilms, todo el reparto, incluídos los actores Oscar Isaac y John Boyega echaron más leña al fuego o al menos dejaron que ardiera sin matizar que la realidad iba a ser bien distinta.
Pero la maquinaria promocional de la película fue aún más allá, y a pocos meses del estreno de Los últimos jedi se empezó a hablar del primer personaje queer de la franquicia. Se referían, probablemente, a la vicealmirante Holdo, interpretada por Laura Dern, de cuya sexualidad, en la película se sabe tanto como de la de BB8. Eso sí, en la novela oficial Leia: Princess of Alderaan decía una frase ambigua que daba a entender que no tendría interés romántico en los hombres.
«Finn, desnudo, chorreando». Son las tres palabras que pronuncia Poe antes de ver al que podría convertirse en su novio en Los últimos jedi. La frase tiene truco. Poe solo repite, sorprendido, lo que le dice su droide: una serie de pitidos que el espectador no puede entender, y que suponen una descripción, certera pero tramposa, de lo que está sucediendo en pantalla.
Estas palabras constituyen un guiño velado al público gay, que lleva años especulando con el posible romance. Es un guiño tan sutil que los niños solo verán como una gracia. «Es gracioso porque parece maricón», pensarán. Pero con el pasar de los minutos confirmarán lo que ya intuían: no lo es. Guiño para unos, chiste para otros, una práctica cobarde, inmovilista y lucrativa. Una práctica que desgraciadamente se está convirtiendo en algo habitual en el cine comercial.
Si algo ha demostrado la nueva saga de Star Wars es que puede reflejar un mundo moderno sin sacrificar el argumento. Sin necesidad de pergreñar discursos feministas o inclusivos, sin que la raza o el sexo sean algo importante, las dos nuevas películas de Star Wars se han convertido en películas de referencia en cuanto a feminismo y diversidad racial. Nadie se ha escandalizado porque la protagonista fuerte sea una mujer, o porque sus aliados sean un negro, un latino y una oriental. Pero parece que ese discurso no es válido aún con el mundo gay.
La importancia de la inclusión en las grandes producciones
En su reciente discurso de agradecimiento de los premios Feroz, Javier Calvo (codirector junto a su pareja, Javier Ambrosi de La llamada) decía que cuando era niño jamás tuvo referentes homosexuales en la gran pantalla, y que se sentía solo e incomprendido. A diferencia de lo que pueda parecer, las cosas no han cambiado tanto desde entonces.
Con películas como la mencionada Call me by your name, La vida de Adele o Moonlight cosechando premios y buenas críticas, podría pensarse que en los últimos años la representación en el cine del colectivo LGTB ha mejorado considerablemente. Pero no es así. Hablamos de películas dirigidas a un público adulto, películas de nicho, que reciben más premios que espectadores.
La importancia de que se incluyan personajes LGTB en este tipo de producciones radica en que sus espectadores no son mayoritariamente gais, sino heterosexuales, no son eminentemente adultos sino que también atraen a niños y adolescentes. Y si se quiere acabar con la homofobia deberían ser estos los primeros en ver normal en la ficción lo que es normal en la calle desde hace años.
El cine comercial sigue huérfano de personajes LGTB. Hay brujas, magos, jedis y superhéroes pero no hay gais ni lesbianas. Llenarse la boca en una rueda de prensa no va a cambiar las cosas. A tenor de lo sucedido con JK Rowling, tampoco parece que siga reportando publicidad positiva.