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Deambular por Maricalandia sin morir en el intento

La ecuación es sencilla. Los gais son una minoría sexual (entre el 4 y el 6 por ciento de la población, según diversos estudios). Eso implica que están rodeados de heterosexuales y que, para encontrar a otros gais, deben acudir allí donde se encuentran los demás gais y, además, necesitan hacerse visibles para que los encuentren a ellos. «Exactamente eso es «entrar en el ambiente»: relacionarse con otros iguales recurriendo, para ello, a los contextos de visibilidad homosexual». Así define el psicólogo y escritor Gabriel J. Martín el «viaje a Maricalandia», una metáfora geográfica empleada por este para describir el citado ambiente.

Martín, experto en psicología afirmativa gay, afirma haber recorrido miles de kilómetros dentro de «esa colección de espacios y modos en la que se relacionan los hombres gais». Dice que en estos años ha aprendido mucho sobre ella y, precisamente por eso, se ha atrevido a cartografiar el mundo gay de una forma bastante original y divertida en Sobrevivir al ambiente (Roca Editorial), un libro concebido como un mapa para orientarse en el ambiente gay y que está especialmente (aunque no únicamente) pensado para aquellos que acaban de llegar a «ese mundo donde los gais nos desenvolvemos, lleno de esos códigos que desconoces» y donde es fácil que uno se sienta perdido, al menos al principio.

Asumir que se es gay y salir del armario es un proceso que puede durar años. Martín lo sabe y, por eso, relata de forma divertida cómo es el viaje (a través de lo que llama el Puente de los Indecisos) de un hombre gay, desde el ficticio continente de Heteroville hasta el de Maricalandia. «[Maricalandia] Es un lugar donde vas a encontrar sexo y fiestas, pero también amigos, amores, cultura y mucho que aprender sobre ti mismo. Todo eso lo explicamos con «comarcas» imaginarias como Grindrburgo, Costa Polvete, Partypolis, el Barranco de las Plañideras, el Jardín de los Tópicos y unas cuantas más», cuenta a Yorokobu.

Martín reflexiona sobre la homofobia interiorizada y asegura que esto es lo que hace sentir a los homosexuales que ser gay es peor que ser heterosexual y que, además, es preferible estar «fuera del ambiente». «En realidad, ser gay es exactamente igual de bueno, de malo o de neutro que ser heterosexual, pero la homofobia te hace sentir lo contrario. De la misma manera, desenvolverse por el ambiente es igual de bueno, de malo o de neutro que desenvolverse por los espacios heterosexuales, pero los prejuicios también te hacen sentir lo contrario. Y fíjate que he dicho «sentir» y no «creer» porque aunque muchos sean capaces de razonarlo, no son capaces de sentirse cómodos», argumenta.

«El problema es que esos mismos prejuicios y homofobia interiorizada te van a impedir que disfrutes de unos lugares donde puedes pasarlo realmente bien. Hasta que no te desprendas de la homofobia interiorizada no vas a poder completar tu viaje y te vas a quedar eternamente en el «Páramo de los que solo quieren un novio y no les interesa nada más»».

Martín ironiza sobre los prejuicios de la masculinidad. De las diferentes expresiones de la homofobia destaca especialmente la plumofobia o el rechazo hacia quienes, en su comportamiento, cuestionan los estereotipos de género. La fobia a la pluma ha acompañado a los gais desde el principio de su historia colectiva y tiene que ver con cómo les afecta el machismo.

«¿Acaso ha habido algún momento de la historia de nuestro colectivo en el que la pluma se haya admirado o, al menos, respetado? Siempre han sido los homosexuales con pluma los que se han visto más discriminados, ¡incluso por el resto de gais! Eso es algo que no hemos conseguido cambiar en todos estos años», explica. Porque, efectivamente, muchos gais siguen pensando que es vergonzoso que un hombre tenga un comportamiento amanerado y sienten que la pluma es «una especie de traición a su masculinidad porque entienden esta como algo obligatorio».

Los tópicos sobre lo gay son casi infinitos. Uno de los más manidos es el que tiene que ver con la moda y la estética. Martín recuerda una anécdota sobre la estética de las tribus protagonizada por alguien que fue a una fiesta de osos —gais corpulentos, con barba y abundante vello corporal— y vio cómo el portero no le dejaba entrar porque, según él, no iba vestido «código».

—¿Cómo que no puedo entrar, si llevo una camisa de cuadros?

—Sí, pero de cuadro vichy, no de cuadro escocés, ¡aquí no entras!

¿Hay realmente una estética marica? Martín señala que cierta estética tuvo una importancia política en los años 80. «Visibilizar la homosexualidad y cuestionar los estereotipos de género era algo que se hacía por reivindicar el derecho a ser diferente», explica. «Eso se perdió, aunque parece que actualmente hay un cierto resurgir entre los jóvenes más queers. El problema es cuando la estética es impostada, para poder sentirse incluido en un grupo («si me visto como ellos, me aceptarán entre ellos») porque hay un cierto punto de pérdida de identidad».

Otra posverdad creada por aquellos que miran con prejuicio a los homosexuales es la promiscuidad de los gais. Muchos aseguran que estos son más ligeros de cascos que los heterosexuales jóvenes y que todo lo que les sucede se explica por la promiscuidad. «En los pueblos se folla poco, pero en las grandes ciudades se folla muchísimo. Y cuando se hace una encuesta sobre hábitos sexuales, se buscan encuestados en los lugares donde son más fáciles de encontrar: los barrios gais de grandes ciudades. Así que las cifras dicen que follamos muchísimo, pero son cifras infladas por el contexto, ya que se pregunta justo a los que más follan», argumenta el autor.

Sin embargo, todo parece responder a un patrón cultural. «Nuestra cultura nos ha enseñado a los hombres, en general, tanto gais como heteros, a que follemos. La única diferencia es que para un gay es mucho más fácil encontrar parejas sexuales, así que terminamos follando más y durante más años que los heteros. A partir de los cuarenta, la frecuencia sexual de los heterosexuales disminuye dramáticamente y eso es algo que no sucede (tan dramáticamente) con los gais. Nosotros, mayoritariamente, podemos tener vidas sexuales activas hasta los sesenta años o más», señala. Otro mito a derribar, por tanto.

El libro tampoco esquiva la que, sin duda, es una de las joyas de la corona: la celebración del Orgullo LGTBIQ. Martín animaría a los que piensan que esta es una (innecesaria) fiesta para reivindicar la supremacía del colectivo gay a abandonar sus prejuicios y a darse una vuelta por una manifestación, «para que vean a la gente reivindicando».

Anima a ir al Orgullo a reivindicar el derecho a ser uno mismo y señala que aunque la fiesta existe, supone un porcentaje menor dentro del conjunto de la manifestación. «Le diría a esa gente que se documente sobre los disturbios de Stonewall y la situación de la homosexualidad a finales de los sesenta. Que luego se empape de la lucha del colectivo a lo largo de estos años y que tome conciencia de los cambios legislativos que han tenido lugar: fin de las prohibiciones, reconocimiento legal e igualdad hasta en el derecho al matrimonio y a la adopción. Y que después piense en los países donde se sigue asesinando a homosexuales. A ver si sigue creyendo que no hay nada que reivindicar. Y, después de eso, que piense en cómo se siente alguien a quien han maltratado desde niño por el hecho de ser afeminado. Y que reflexione sobre que en el Orgullo se conmemora que rompimos las normas para conseguir que todo el mundo se sintiera en el derecho a expresarse libremente. ¡Y que esa libertad incluye la purpurina!», razona sin titubeos.

Martín lo tiene claro: pretender celebrar el Orgullo obligando a los demás a adoptar el modelo heteronormativo es no tener ni idea de lo que se conmemora. El Orgullo es un día de reivindicación para celebrar la visibilidad diaria y, en él, uno se encontrará con toda clase de personas: desde madres de gais y lesbianas hasta señoras heterosexuales que se lo pasan fenomenal fotografiándose con las travestis, pasando por cristianos LGTB, familias homoparentales, personas trans, todo el mundo asociativo y políticos.

«Si crees en la libertad, debes creer también en el derecho de los demás a ejercerla. Si no te parece bien que los demás la ejerzan, es que tú no crees sinceramente en la libertad. Y eres tú el que tiene el problema», apostilla.

2 respuestas a «Deambular por Maricalandia sin morir en el intento»

Me ha parecido muy interesante el artículo pero me pregunto dónde queda el papel de Mía mujer ahí, tanto heterosexual como homosexual. ¿Porque en algunas fiestas gais solo pueden entrar hombres? Y porque no puede existir un ambiente para hombres y mujeres homosexuales también? Por otro lado la cita de ‘los hombres hemos sido educados para follar’… obviamente es verdad pero en mi opinión muchas veces las mujeres, al menos heterosexuales y jóvenes, tienen más deseo sexual que sus parejas. Creo que en ocasiones hombres homosexuales tienen una visión sesgada de la sociedad y las mujeres homosexuales también deben ser visibilizaras y tener sus espacios. Y, aunque obviamente es necesario tener lugares exclusivamente de ambiente gay, en mi opinión la sociedad seríía más rica si encontrásemos también espacios donde todas las personas, independientemente de su sexo, orientación sexual, raza o procedencia, nos sintiéramos cómodos y aceptados. Quizá sea una utopía pero sería verdaderamente magnífico.

Muy de acuerdo con muchos puntos de vista del autor del libro. Creo que lo comprare para mi, para educar a esa persona que aun tiene muchas barreras mentales y juzga desde la ignorancia. Y como regalo tambien.
Comparto critica con Maria de Mota sobre los prejuicios y el punto de vista completamente masculino. Esto de ser hombre-hombre-hombre debe ser bastante cansado.
Aunque voy a quedarme con lo importante, una lectura amena q ayudara a trabajar todos esos topicos que tenemos interiorizados (machismo, homofobia, etc).

Gracias, excelente articulo.

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