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Guía Yorokobu para la supervivencia mundialista

¿Qué busca un lector de Yorokobu cuando entra en su sitio web favorito? Exacto. Fútbol. En realidad no, pero como es muy difícil abstraerse del universo que nos rodea, vamos a meter el tema de fútbol al que nos obliga la ley. Lo vamos a hacer con calzador, pero trataremos de que, al menos, juntemos una colección digna de GIF en el intento. Ah, y además no mencionaremos lo que no ocurrió ayer y, como extra, mostraremos una verga.
Querido lector de Yorokobu, iletrado en fútbol, pero a pesar de todo buena persona:
Hemos concebido este refrescante resumen como el compendio de las anécdotas mundialistas que usted tiene que conocer para, durante estos días, pasar por un ser normal entre sus amigos. De aquí a un mes, lo sentimos, decir que no le gusta el fútbol está mal visto y le convierte a usted en el típico amargado que se queja de aquello que marque la actualidad. Le entendemos, pero lo compartimos solo en parte.
La historia de los mundiales es prolífica en estupideces y anécdotas chanantes y, con estas diez que hemos reunido tendrá para entablar conversación en el bar y, con un poco de suerte, parecer un tipo interesante. Sáquelas a su antojo en cualquier conversación y disfrute del reconocimiento social que le proporcionarán.
Si creéis que lo de ayer fue chungo es que no tenéis ni memoria ni ganas de estudiar. Vale, ningún campeón del mundo empezó nunca de manera tan lamentable como nuestro combinado supranacional. Pero siempre nos quedará la de Zaire de 1974(ahora conocida como República Democrática del Congo).
El combinado africano firmó la peor actuación de una selección en un mundial. Fue en 1974 en la por entonces República Federal Alemania (ya no hacen países como los de antes) y el balance zaireño se saldó con tres derrotas, 14 goles en contra y cero a favor. Rosco. Nada. El tema no es que fueran malos, es que o no conocían las reglas o el miedo les cegaba.
Tras las dos primeras derrotas, Zaire se enfrentaba a Brasil. Mobutu Sese Seko cambió la motivación que producen las primas por otro método algo más… suyo. Dijo a sus jugadores que si perdían por más de 3 a 0 ni se molestaran en volver a casa. Poca broma con Mobutu.
Corría el minuto 79 y perdían ya 3-0. Falta al borde el área a favor de Brasil, que es quien lanza la falta. El árbitro pita para el lanzamiento y ocurre esto.

El partido terminó con ese resultado y, tanto Mwepu Ilunga, protagonista de la acción, como el resto de sus compañeros, pudieron volver con sus familias.
La tensión que se siente en plena competición es tan alta que te obliga a gestos irracionales como ese o a que se te aflojen los esfínteres.
Mundial de 2006. El estadounidense Damarcus Beasley hace ejercicios de estiramiento en la banda. Nada extraño, claro, en un campo de fútbol. Y nota un pinchazo. Concretamente en la vejiga. Lo que ocurre es una extraordinaria puesta en escena de naturalidad y armonía de movimientos, de integración entre el tensión física y alivio urinario. Arte.

También hay mundiales femeninos, por si no lo sabíais. Y ahí también hay momentos de vergüenza ajena. Mundial de 2011. Un apasionante Australia – Guinea Ecuatorial mantiene toda la emoción en el minuto 16 con ventaja aussie por un gol a cero. El combinado oceánico ataca por banda izquierda. Se produce un centro con remate repelido por el palo y una jugadora guineana atrapa el balón con las manos y lo suelta poco después. La jugadora que lo hace no es, lamentablemente, la guardameta. ¿Penalti? ¡No! La colegiada, la húngara Gyoengyi Gaal, deja seguir el juego como si nada hubiera ocurrido.

No es un problema que vaya a acontecer este año ya que Brasil está disfrutando de temperaturas suaves en esta época del año. Sin embargo, Qatar, el país donde se celebrará el evento en el año 2022 será otra cosa. Desde Yorokobu, reomendamos evitar las horas más calurosas del día así como hidratar correctamente el cuerpo para evitar problemas como el que tuvo el brasileño Rivaldo hace no muchos años. Las lipotimias están a la orden del día, amigos.

No todo es jijijí jajajá en esto del fútbol. Puedes estar años labrándote una trayectoria legendaria, puedes ser el, probablemente, jugador más elegante que jamás haya pisado una cancha. Puedes estar jugando tu último partido como profesional y que sea una final de la Copa del Mundo a la que has llegado contra todo pronóstico. Vamos, que puedes estar escribiendo la última página de tu historia a lo bestia. Hasta que, a pocos minutos del final del partido, algo hace clic en tu cabeza.
Entonces, tu último trayecto al vestuario, tu última salida de un terreno de juego se produce en vergonzosas circunstancias, expulsado por el árbitro tras cometer uno de los actos más recordados de la historia de los mundiales. Si sirvió para salir en Padre de Familia, bien hecho está.

El fútbol lo hacen los goles. No decimos que sin goles no haya fútbol, pero si no hay goles, se llama calcio. En el fútbol italiano, un país en el que sobre todas las cosas se mama la belleza, esta no se encuentra en los lugares comunes que habitan las ligas de otros países. En Italia solo importa ganar porque, en definitiva, ¿hay algo más bello que la victoria? No importa cómo marques y esto lo sabía muy bien el ariete azzurro Paolo Rossi. Cuanto más difícil, mejor.

En este poco noble deporte es tan importante atacar y marcar como defender y evitar que lo hagan los rivales. En esto también hay arte. Pero, como en todo, en esta parcela del juego no siempre sobran los finos estilistas. hubo un tiempo en el que Claudio Caniggia jugaba a una velocidad distinta al resto. Era un tiempo en el que, casualidades de la vida, compartía vida nocturna con Diego Armando Maradona. Sin embargo, no estamos aquí para juzgar a nadie sino únicamente para reflejar que, en Camerún, a veces les cuesta cortar una jugada de ataque. Hasta que llegan al límite.

Una mirada algo más cercana nos permite apreciar con más claridad la plasticidad de la acción (y la bota voladora del defensa africano).

Maradona podría tener su propio monográfico, pero nos centraremos en solo dos de las anécdotas que le hicieron tan buen tramposo como extraordinario jugador.
Tras su primera sanción por taladrarse la napia, Maradona volvía a los campos mundialistas con sed de venganza. Su batalla contra la FIFA no había hecho más que comenzar y quiso, tras marcar contra Grecia, mostrar toda su furia. El Diego enganchó un seco zurdazo a la escuadra helena y salió corriendo hacia la cámara que vio más cercana. Puso cara de estar fuera de sí, de ser el vehículo por el que la ira se expresa.
Esto no pasó desapercibido ante las altas instancias del campeonato que le convocaron en el siguiente partido, oh casualidad, a pasar otra vez el control antidoping. El resultado: Maradona iba puesto de efedrina hasta las trancas y ahí terminaba su carrera en los mundiales. ¡Si ya saben cómo me pongo pa’ qué me invitan!

Mucho antes de ese quítame allá esas rayas, Maradona derrotaba ejércitos con su sola presencia. Bueno, con su presencia y con alguna ayuda en forma de La Mano de Dios. Claro, como era contra Inglaterra y la situación en las Malvinas era la que era allá por 1986, ni siquiera se lo echaron en cara nunca en su país. Niños, jugad limpio. Y no esniféis cocaína.

No me quiero olvidar del luctuoso acontecimiento futbolístico de ayer, en el que nuestra candidez y una pequeña parte de nuestra prepotencia murieron para dar paso a la conocida cara de «no entiendo cómo ha podido pasar». Como aquí nos pagan por estrujarnos el cerebelo, en lugar de recurrir a obviedades reflejaré lo acontecido en Salvador de Bahía de manera metafórica.

Disfruten del mundial. Si quieren.

Por David García

David García es periodista y dedica su tiempo a escribir cosas, contar cosas y pensar en cosas para todos los proyectos de Brands and Roses (empresa de contenidos que edita Yorokobu y mil proyectos más).

Es redactor jefe en la revista de interiorismo C-Top que Brands and Roses hace para Cosentino, escribe en Yorokobu, Ling, trabajó en un videoclub en los 90, que es una cosa que curte mucho, y suele echar de menos el mar en las tardes de invierno.

También contó cosas en Antes de que Sea Tarde (Cadena SER); enseñó a las familias la única fe verdadera que existe (la del rock) en su cosa llamada Top of the Class y otro tipo de cosas que, podríamos decir, le convierten en cosista.

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